OCT171. ¡YA SOY MAYOR!, de Víctor J. Menargues Ramón
Cada vez que te acompañaba a que hicieras pis, me decías por el pasillo: «¿Le has dicho a papá que ya sé hacerlo solo?». A continuación me parabas y me mirabas; yo no podía evitar sonreír, y me regañabas: «Aún no se lo has dicho, ¿a que no?». En lugar de responderte, yo siempre te hacía la misma pregunta mientras abría la puerta del cuarto de baño: «¿Te ayudo?», y tú me dabas siempre la misma respuesta: «¡No, ya soy mayor, nunca te acuerdas!». Me quedaba entonces esperando en el pasillo a que acabaras, y luego entraba y limpiaba con la fregona las mil y una gotitas desperdigadas; después te lavaba y te cambiaba. «Voy a mi habitación, tengo sueño, ¿vienes a taparme, mamá?», solías decirme por las noches, o a la hora de la siesta. Y, siempre, yo iba contigo y te tapaba. Ayer también lo hice, antes de que te condujeran desde la sala siete del tanatorio hasta la capilla. Ahora, en casa, estoy mirando en la pantalla del móvil una foto que me ha mandado Iván desde Auckland, junto a un mensaje: “Es tu nuevo nieto, papá, la familia crece, díselo al abuelo, tq mxo, bss”.
Ya no se lo podrá decir al abuelo, ha dejado de salpicar. Cada vez llevo peor lo de la edad. Muy tierno Víctor y muy triste.
Un saludo
Bonita y tierna historia, con un final que lo hace alegre, porque la vida sigue, y cada una tiene su ciclo.
Suerte y abrazo.
Muy tierna historia, a caballo entre la tristeza de la marcha y la alegría del nacimiento.
La vida misma está en tu relato.
Un abrazo.
Muchas gracias a tod@s por haber leído mi relato, y por vuestros comentarios. Ciertamente es una ficción que, sobre el sustrato de la ternura que emana de un amor absolutamente entregado, acaba dejando un poso (o un pozo, eso queda para la mente del lector) amargo de tristeza. No sé si el texto es capaz de conseguir el objetivo de poder sugerir, por ejemplo, que, de esa mezcla agridulce (tristeza-alegría), vertida en un vaso, la primera pueda quedar como el aceite y la segunda como el agua; o, más aún, que resulte verosímil que aquélla aumente incluso de volumen (sé que lo contrario pudiera resultar más creíble; es, digamos, otra rama del árbol del “juego”). En mi intención ha estado que el relato pueda continuar por caminos diversos que conduzcan más allá de la palabra 199, en la que “acaba”. Mientras escribía el final, yo visualizaba a esa persona (de edad avanzada, “mayor” también) inmersa en la más absoluta soledad entre las cuatro paredes de su casa, sentada en un sillón (¿en el “de su padre”, tal vez?), y que, mientras lee y relee, y mira y contempla en su teléfono móvil el anuncio de alegría que su hijo, desde el otro extremo de la Tierra, le acaba de mandar junto a la fotografía de un bebé que es sangre de su sangre, siente cómo su pena le va creciendo sienes adentro porque lo que le viene al pensamiento es que, tal vez, el día en que pudiera alcanzar a darle a esa criatura recién nacida el abrazo que desea, y al que ahora mismo vetan su salud y la distancia; ese día ―digo―, en el calendario, haya que encontrarlo en páginas posteriores a la que contiene la fecha incierta e ineludible de su propia “cita con la muerte”.
Os reitero mi agradecimiento por vuestra amable atención.
Un abrazo.
Víctor J.