Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
2
1
horas
0
9
minutos
0
1
Segundos
4
1
Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

18. De Madrid al cielo (Juan Manuel Pérez Torres)

Madrid es frenética, impredecible, sangrienta y demente, una ciudad a la vanguardia y que, a la vez, atiende a las necesidades tradicionales. Cuando residía allí, la infelicidad se cebó conmigo con una crueldad que ni el más dramático de los clásicos del llanto podría haber imaginado. Malditas historias que otro día contaré.

Después de mucho tiempo, un asunto delicado me hizo volver a sus calles por unos días y, en la bulliciosa soledad de las estaciones de metro, rememoré mi relación con Almudena. Doliente sigo, aunque no distingo bien si es ella o la ciudad lo que me enerva, y de nuevo me siento seducido, ahora gravemente, por su lado oscuro, por la violencia y el poder que la envenena.

Lo que vine a hacer aquí se me ofrece gratuito y gratificante y no veo mejor modo ni ocasión, así que voy a tu barrio, localizo tu piso y me cuelo por la ventana en medio de la noche. Te muestras muy asustada hasta que al fin me reconoces y luego, atónita y atenta, escuchas mi confesión y mis alegres risotadas. La culpabilidad te agobia, te ahoga, te abruma, y mi conciencia, ya libre, comienza a volar atravesando las paredes.

 

17. La botella de Martell (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Mi padre guardaba una botella de coñac Martell, una de las más exclusivas marcas de la bodega de la región francesa que da nombre a ese espirituoso.

─Esta botella la abriremos y la beberemos el día en que salga la noticia en primera página de todos los periódicos, comentaba a cualquiera que viniese a nuestra casa.

No sé definir lo que sentí, no sé qué mal fario me invadió, pero el 20 de noviembre de 1975, no me atreví a abrirla.

16. La nube escarlata

Abrió la puerta y me miró. “No voy a darte nada, pedazo de mugrienta”, dijo despectiva, cerrando bruscamente. Era la última casa del pueblo y en todas había recibido la misma respuesta. “De modo que no han cambiado”, pensé. Seguían siendo tan crueles como en mi infancia cuando, tras morir mis padres, me habían desterrado acusándome de brujería, dejándome completamente abandonada a mi suerte. Y aunque había pasado mucho tiempo, el necesario para que nadie me reconociera, no conseguía olvidarlo.

Una vez hube comprobado que ninguno merecía salvarse, me alejé y me quité el sucio disfraz de mendiga. Saqué la pócima del hatillo, la abrí con cuidado, eché la sangre aún caliente de una liebre recién sacrificada, y soplé. Una densa nube escarlata salió directa hacia el puñado de casas que, bajo su siniestro influjo, no tardó ni medio minuto en convertirse en cenizas.

Me invadió una enorme alegría, parecida a la que había sentido tras ganar el Nobel de Química con mi estudio sobre los beneficios de los gases comburentes, en el que por supuesto, oculté el peligro de añadir plasma de mamífero a la muestra.

Satisfecha, puse rumbo a casa, a lomos de mi flamante escoba.

15. Escalas de medida (Luisa Hurtado)

Nunca me he alegrado del mal ajeno, esa es la verdad; simplemente y como hace todo el mundo, las cosas buenas o malas que les pasan a los demás me han ayudado a tomar el pulso a la escala de medida correcta por la que tendría que valorar mi propia vida. Por poner un ejemplo, nunca me alegraré de que Pili haya perdido a su marido en un accidente de coche, nunca, no creo que haya nada peor si además le quieres como me consta que ella le quería; pero mis circunstancias me impiden que le ofrezca mi ayuda, no hoy, no ahora, no cuando acabo de enterarme de que mi pareja se ve con un abogado experto en divorcios y con otra; es decir y por dejarlo claro, en mi situación actual necesito que alguien esté peor que yo para seguir con mi vida y esa es, lamentándolo mucho, Pili. Otra cosa es que mi pareja y su querida tuvieran un accidente, uno con desastrosas consecuencias y su historia de amor no trascendiera, en esas circunstancias sí, iría al lado de mi muy querida amiga.

14. Pasión sin compasión (Francisco Javier Igarreta)

Sor Benita vive en un continuo sinvivir. Su calvario comenzó durante la oración vespertina, a causa de un incidente protagonizado por Sor Diluvina. Cuando se dirigía a su asiento sufrió un lapsus en su levitante caminar y tropezó con un reclinatorio. Sus ágiles reflejos, y según ella su Ángel de la guarda, impidieron que besara el pétreo suelo de la capilla. En todo caso, sería injusto minusvalorar su prodigiosa pirueta.

Sor Benita, atenta en aquel momento al místico recogimiento de su hermana del alma, tuvo sensaciones contradictorias.  Tras su inicial sobresalto, lejos de reaccionar con un ferviente sentimiento de empatía, tuvo que reprimir un furtivo conato de risa. ¿Cómo pudo sucumbir  a un impulso tan poco edificante, si bebe los vientos por Sor Diluvina y su corazón se acelera cada vez que la ve transitar radiante de espiritualidad?

Con la inestimable ayuda del  padre Mario, su confesor y reconocido experto en el alma monjil, Sor Benita escarba en su conciencia hasta encontrar briznas de resentimiento, sutilmente enmascaradas entre flores de santa envidia. Buscando un anclaje para su arrepentimiento dirige sus ojos llorosos hacia el altar cuajado de lamparitas temblorosas, donde vive un Cristo agonizante desde el siglo XVI.

13. Heridas que nadie ve

En la oficina todos están, «estamos» en shock. La noticia nos cogió desprevenidos a la hora del café, cuando Luís, de personal, nos lo dijo así, a bocajarro. Que Adolfo había muerto, víctima de un infarto aquella misma mañana. Y eso, que nos quedamos mudos hasta que Raquel estalló en llanto. Y Marian, palidísima, casi se desmaya. Todo el mundo adoraba a Adolfo: guapo, generoso, con don de gentes. Quien organizaba la cena de Navidad y lo del amigo invisible. Vaya palo. Nadie pudo ya dar pie con bola en las tareas. Luego Laura, recomponiéndose, empezó con lo de la corona y el panegírico. En fin, que yo me vine a casa mareada. Pero ahora, debo reconocerlo, disfruto de una paz interior tan placentera. Me di una ducha eterna y por primera vez en meses me sentí limpia. Abrí una botella de vino y para no sentirme culpable, revivo el recuerdo enterrado durante semanas: él jadeando sobre mí. Su aliento. Y mi voz resquebrajándose, «que no, que no quiero». Era la fiesta de jubilación de Merche. Bebimos demasiado. Después Adolfo me pidió perdón, pero yo nunca pude contárselo a nadie. El Karma. Que se joda. El muy cabrón.

12. Mal rayo le parta

Menudo fantasma. Habrase visto presentarse en mi casa después de tanto tiempo. Hay que ser donjuán de tercera categoría y canalla de baja estofa.

Si ya me lo decía el aya vieja de mi querida tía Inés, sus almas en Buena Gloria estén.

‘Niña, lleva cuidado. Que de estos tipos conozco yo bien. Y no son de fiar para doncellas de buena familia. Que sois todas un poco pánfilas. Y con ese pico de oro, esas hechuras, esas espadas… Es que caéis todas rendidas’.

Y antes de reponernos del desmayo se van a por la siguiente. Dejando dulces palabras y memorias amargas.

Yo no aprendí la lección hasta que fue demasiado tarde. Cuando quise darme cuenta estaba de tres meses y encerrada en un convento. Pero me quedé con la criatura. Que se parecía tanto a nuestra estirpe que mi madre cedió ante mi pecado; y me asignaron el título y las tierras de mi padre. Que buenos cuartos nos proporcionan cada año.

Ahora viene a pedirme cuentas por cuestiones de apellido. O de reales, más bien. Que de percha y sable presumía, pero del bolsillo siempre anduvo un tanto flojo.

11. Apartamentos turísticos: próxima apertura

Un inquilino del último piso se precipitó desde su balcón. No sé qué me pasó, logró decirme cuando lo visité en el hospital. Sus palabras me tranquilizaron y, al mudarse, archivé el asunto. A la del tercero se le caían trapos de limpieza por la ventana mientras con los brazos acompañaba sus pasos danzarines por el salón. Se le escapaban de tanta intensidad que le ponía a su arte, me confesó. Aceptó una misteriosa oferta de trabajo en otra ciudad. Afortunadamente, aunque alargaran su estancia más de lo previsto, ya se fueron también los estudiantes universitarios ruidosos y la familia cuyos dos hijos gemelos bajaban las bicicletas dejando sus huellas en el ascensor. Ahora solo me inquieta la pareja de ancianos que cada mañana sale a dar el paseo con el perro. Me preocupa su salud. He logrado acceder a su historial clínico y estoy estudiando el caso. En cuanto dé con la solución, mi alegría será completa.

10. Guardando las formas

—Me voy, papá, que no quiero llegar tarde al calentamiento —dijo el joven mientras se ajustaba las rodilleras por enésima vez—. Por cierto, Marcos tiene gastroenteritis viral. Así que hoy solo tenemos un líbero y adivina quién es — añadió con un tono de alegre cantinela y al ritmo de una especie de animado baile.

Ipso facto, el padre levantó la vista del periódico.

—Vaya, pobrecito tu amigo Marcos, qué mal perderse el último partido —contestó mirándole por encima de las gafas. Dile que se recupere pronto.

Y, en cuanto el joven salió por la puerta, el padre llamó a la madre.

—Nena, que salgo ya para el partido de vóley, que Marcos tiene cagalera y el niño jugará todos los sets.

—iOh, qué bien! iAleluya! Pues nos vemos allí, cariño.

09. Escándalos

Aunque, avergonzada, eleve el volumen de la televisión o de la música, sospecha que es perfectamente audible.

Por guardar las apariencias,  pide cita en el salón de belleza para un cambio de look que afiance su autoestima y acalle las malas lenguas que puedan acusarla de dejadez. A través del espejo, las sonrisitas de la peluquera se le antojan condescendientes. Al pasar por el parque, cree sentir en la nuca las miradas de un corrillo de matronas satisfechas que, en vez de vigilar a sus vástagos chillones, murmuran, está segura, sobre el hueco que la acompaña. En los ojos del  portero, siempre hierático y servicial, adivina burla encubierta, y  la amabilidad de la vecina al cederle el paso le resulta repulsiva. Todos parecen complacidos al escuchar el eco de su desdicha.

Ya en casa, se esfuerza por gritar la decepción y la rabia que lleva dentro, pero solo alcanza a vomitar un hilillo de llanto vacío que se funde con la almohada.  La que no ha vuelto a lavar, la que sigue oliendo a su colonia. Derrotada, rebusca en la mesilla  el frasco de somníferos, incapaz de soportar, ni un día más, el estruendoso silencio que retumba en su dormitorio.

 

08. Insurrección

Nunca había deseado mal alguno a nadie. Crecí honrando las leyes de la tierra y he sobrevivido.  Libre me alcé entre las nubes y se me permitió, además de divisar el horizonte, danzar con el viento bajo las estrellas. Me enorgullece ser nido y sombra; oxígeno y belleza. Sin embargo, hace tiempo que diviso crueldades, ferocidades que maldigo y aborrezco. Me aflige el dolor que portan las manos inclementes. Me resquebraja el mortal balanceo de los amigos más fieles del hombre y no deseo ser partícipe de tal espanto. Por eso, en un arrebato de cólera, mis numerosas ramas se rebelaron y una de ellas, la más gruesa y reseca, se dejó caer con furia sobre el cazador que, inmisericorde, sacrificaba a sus viejos y leales camaradas. No pude con la mirada sobrecogida de los lebreles y sus gemidos rogatorios. Con su lenta agonía y su mal pagada nobleza. Y, lejos de lamentar haber mutilado el brazo que portaba la escopeta, la mano que ataba el lazo, lejos de conmoverme por la sangre de ese trampero sin entrañas, yo, desde la raíz hasta la copa, desde la corteza interna hasta la última de mis hojas, confieso que me alegro.

 

07. NUDA PROPIEDAD (Fernando García del Carrizo)

Lo que surgió como una oportunidad financiera, me ha transformado en el peor de los monstruos. Un piso enorme en la mejor zona de la ciudad y por un precio ridículo. La única condición era aceptar que su actual propietaria, una abuela acuciada por las deudas, viviera en esa casa hasta el final. La espera del momento en el que poder disfrutarla era llevadera mientras estuvimos juntos. Nuestra traumática separación despertó mi bestia interna que hasta entonces dormía anestesiada por las circunstancias favorables de la vida. Ahora, tras el acuerdo de divorcio en el que yo me quedo con esa vivienda, mis niveles de odio y rencor han ahogado cualquier sentimiento positivo. He comenzado a visitar con frecuencia a la anciana. Me revienta su salud de hierro. Tras descubrir su alergia a los frutos secos, he decidido invitarla a cenar por su cumpleaños.

Nuestras publicaciones