Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

87. HABITACIÓN 104 (MANU GARPE).

Quedamos en vernos en un hotel de carretera, el mismo en el que aquella vez no entramos por vergüenza. Eran otros tiempos, éramos mucho más jóvenes.

Ella ha llegado un poco más tarde que yo. Antes de entrar me da dos besos. Cuando el recepcionista nos entrega la llave ella mira hacia otro lado. Tenemos reservada la habitación 104 a la cual nos dirigimos sin ni siquiera cogernos de la mano. Una vez allí nos desnudamos en silencio, nos tumbamos sobre la cama sin deshacer y follamos un par de veces, con la luz encendida y con una furia y una pasión olvidada. Como dos adolescentes. Tras el torbellino de piernas, brazos, bocas, saliva y sudor ella enciende un cigarrillo. Me ofrece una calada aunque sabe perfectamente que dejé de fumar hace años. Es entonces cuando comienza a hablar de sus hijos, de su trabajo, de su vida vacía. La escucho en silencio sin entender nada. Cuando queda dormida yo quedo mirando al techo, confuso.

A la mañana siguiente dejamos el hotel. Ahora estamos en casa, en la cocina. Sentado sobre una banqueta la observo mientras prepara la cena. Hace un rato me ha dicho que anoche tuvo una aventura.

 

 

86. ANTOLÓGICO (Ana Tomás García)

Si no fuera porque trabajo en el turno de noche y por lo tanto no estaba plácidamente dormido, juraría que lo sucedido hace unos días fue una tremenda  pesadilla.

Apenas llevaba un par de horas ocupando mi puesto cuando, en un momento dado de la madrugada, me vi envuelto en una espiral de situaciones surrealistas que fueron incrementando la tensión de manera alarmante entre los clientes, hasta el punto de crear una atmósfera densa y asfixiante que casi acaba con todos. Nunca llegué a imaginar que semejantes circunstancias pudieran producirse entre personas civilizadas y menos que me tocaría a mí ser espectador a la fuerza de tales acontecimientos, como si fuera un convidado de piedra escuchando improperios por parte de todos los protagonistas, que exponían libremente sus intimidades ante mi estupefacción. Claro que trabajando en un hotel de carretera como éste ya debería estar acostumbrado, pero es que hay cosas a las que uno no llega a acostumbrarse nunca, y eso de que la realidad siempre supera a la ficción se queda muy pequeño ante tamaña tangana de parlamento inverosímil.

Como iba diciendo, anécdota entre las anécdotas, de antología, para el estudio del comportamiento humano, escuchen…

85. Yo estaba allí

Yo estaba en el hotel cuando todo ocurrió, pero no fue como se dijo. Llevaba unos meses limpiando las habitaciones, necesitaba el dinero y el sitio me gustaba, bonito, pequeño, cercano al mar.

El era guapo, moreno, con unos ojos profundos como la noche, ella preciosa, se les veía felices, enamorados. Se contó que fue un crimen pasional, el la degolló y después se clavó un puñal en el corazón, así quedó todo, nadie buscó más. Pero no fue así como pasó, yo me cruzaba con ellos, con esos ojos como un abismo, y no eran para mi, me escondía y los contemplaba, y el la miraba a ella, solo a ella, y yo me consumía por dentro. Los esperé en el baño, cuando ella entró, la cogí por el cuello y la degollé, el entró después, aproveché su desconcierto y le partí el corazón, así fue, no hubo nada más, luego lo arreglé para que pareciera, lo que al final todos creyeron.

Aun sigo aquí, nada ni nadie me hizo marchar, ahora casi ciega todavía recuerdo el vacío en sus ojos muertos. No lo volví a hacer.

84. ESTATUS (Petra Acero)

Aquella carretera moría en el acantilado del amor, como lo llamaban últimamente. Elena conocía bien la historia…  Ella deseaba otra clase de amor, pero igual de sincero e incondicional: ansiaba los abrazos y los besos de Manuel.

Manuel, Manuel, repitió al sangrante atardecer que desbordaba el retrovisor de su coche.

Aparcó junto a la encina de la que colgaba un columpio. Giró la llave del contacto, desconectando su apellido y su orgullo.

No había nadie en la recepción de aquel hotel de carretera. Levantó la mano, planeando a favor de la brisa renqueante del único ventilador. A su espalda escuchó una voz cansada.

—¿Qué desea, señora?

—Busco a…

—No hay nadie hospedado aquí —atajó el viejo.

Elena  sintió la bravura de las olas, la hostilidad del acantilado, el dolor de cada roca… en aquel rostro ennegrecido que la escudriñaba desde la puerta.

—Abuelo, solo quiere conocer a Manu —le sermoneó la joven que entraba con un niño en brazos.

—Ella los mató… Ella mató a tu hermana y a Manuel —farfulló el viejo, golpeando el mostrador.

—Manu, mi cielo, esta señora es tu abuela… —susurró la joven al pequeño.

—Pa… pa, papa…

—¡Hola, Manuel! Yo…, yo conocí a tu papá.

83. Nostalgia (Patricia Richmond)

Yo te querré siempre. Aunque se te caiga el pelo y no huelas bien.
Recuerdo cuando me cantabas para que me durmiera y yo me abrazaba a tu cuello para sentir el olor a lavanda de tu pelo.
No me importa que ya no puedas hablarme porque ahora te tengo sólo para mí, libre al fin de los odiosos clientes.
Estamos solos tú y yo, sin tiempo, sin espacio, sin futuro.
Cántame otra vez, madre, como si volviera a ser tu pequeño Norman.

82. La habitación roja

Apenas cruzaron dos palabras en la barra de aquel barucho desaliñado y lúgubre y ya se amaban.Salieron corriendo cogidos de la mano los 100 metros que les separaban del coche de Matt para dirigirse a aquel motel de carretera en medio de la nada.

Nada más llegar a la habitación,se precipitaron al vacío de aquella cama y la habitación se llenó de un color rojo cubierto de besos,caricias y el mejor sexo del que nunca habían probado.

Reían enloquecidos por la emoción que sentían al rozar sus cuerpos desnudos y calientes, cuando Matt le espetó un «te amo Sophie» y ella enmudeció para el resto de la noche.Nunca nadie le había pronunciado esas dos palabras tan simples y a la vez tan hermosas.

A la mañana siguiente,alguien golpeó la puerta de la habitación contigua cuando Matt sobresaltado,dió un bote de la cama.Entonces se acordó de ella y de su cálida sonrisa.No la vió por ningún lado,ni en la cama ni en el baño cuya puerta estaba de par en par.No hizo nada por encontrarla,en el fondo sabía que le había abandonado para siempre, pero no el amor que sentía por ella y del cual fueron testigo aquellas paredes.

81. JINETES EN LA TORMENTA

Llegaban con la tormenta, como todos los años. Sin mediar palabra, subían a sus habitaciones, siempre las mismas. No molestaban al resto de clientes, no bajaban a cenar. Cuando la niebla se condensaba, oía relinchar a sus caballos, aunque jamás los vi. Patti decía que no existen. La noche que abandonaban el hotel, nadie los veía irse, del mismo modo que aseguraban no haberlos visto llegar. Sus habitaciones amanecían vacías y limpias y desde ese momento no volvía a escuchar relincho de caballos.
Un año, Patti se fue con ellos. Eso creo, porque ya no regresaron nunca más al Morrison Hotel. Desde entonces, cuando hay tormenta, oigo cabalgar a unos jinetes en silencio dentro mi cabeza, calados hasta los huesos, sin que la lluvia consiga borrar la sangre que mancha sus ropas. Nunca descansan.

80. PRUDENCIA Y MIEDO RAZONABLES

Este hombre de mediana edad perfilando ya canas le tenía desconcertado, no sabía en que bloque típico de usuarios del motel colocarlo. Llegaba todos los martes y viernes a pasar la noche con tan solo un portafolios.

Se mostraba esquivo ante sus preguntas indagatorias, pero en resumidas cuentas no era mas que otro cliente asiduo, y eso era bueno para el negocio.

Mientras él ya dormitaba en el sillón reclinable de escay para pasar otra incómoda noche, una sombra con figura se aproximaba sigilosa y rascaba levemente la desportillada puerta de la habitación del enigmático personaje.

Cuando este abrió, la sonrisa de la visita le valió un océano de sugerentes placeres, y su efusivo abrazo le transportó a la certeza de un amor del que al separarse volvería a dudar.

Le inquirió como siempre sobre la seguridad de que no la hubieran visto. Su pasión por ella era tan grande como el miedo a ser sorprendidos.

Tranquilizado por su confianza, deslumbrado por sus ojos y atraído por su delicada piel, se dejó transportar.

Al despedirse le pidió que por favor fuera con cuidado, a lo que ella contoneando pícaramente su tierno y sutil cuerpo le espetó un gracioso ¡Sí profe!

 

 

 

79. Km.324, N-420

Me escruta con ojos miopes mientras sostiene mi currículum. Sondea las hojas de papel hasta que se detiene en un punto, alarmado, como todos. Se ajusta las gafas. Vuelve a leer. Me mira con los ojos como platos. Y llega la pregunta que, con reparo, curiosidad, alevosía o chanza, siempre formulan.

Le puedo contar la verdad, que una noche mis padres tuvieron un accidente y que mi madre, embarazada de ocho meses, dio a luz asistida por una campesina antes de morir en la cuneta.

O la otra verdad, que me abandonaron en un hotel de carretera, en medio de ninguna parte y que de ahí viene mi interés por el turismo y las relaciones públicas.

O la verdad heroica. Que fui encontrado allí milagrosamente vivo, como único superviviente, días después del incendio de una casa rural.

O la verdad cruel, que mi madre trabajaba en un modesto prostíbulo y no podía pagar un hospital.

No me importa ser huérfano. De verdad. Ni tengo curiosidad por conocer quiénes eran mis padres. Realmente, en estas ocasiones, solamente deseo con vehemencia saber de quién fue la idea de inscribir como mi lugar de nacimiento el kilómetro 324 de la Nacional 420.

78. Un día más

Se acerca al mostrador y toca el timbre. Música horrorosa detrás de la cortina de tirantes. Mientras espera, advierte que faltan cinco minutos para que den las doce, hora en que hay que entregar las llaves.
La música cesa de repente. Aparece una mujer mayor cuyo rostro brilla por el exceso de maquillaje. Le mira.
–¿Quiere dejar la habitación?
–No, no. Tengo que quedarme otro día.
–¿Otro día, señor Vlassasky?
–Sí, un día más. ¿Cuánto es?
–Ya lo sabe, señor Vlassasky. Quince dólares la noche. Hay que pagar por adelantado.
El hombre saca del bolsillo varios billetes arrugados. Los alisa antes de contarlos. Deja la cantidad exacta encima del mostrador.
–¿No le interesaría la tarifa semanal?
–No, no, gracias.
–La semana son noventa dólares.
–No, no. No voy a quedarme tanto tiempo. Sólo una noche.
–¿Está seguro?
–Sí. Mañana tengo que continuar viaje.
–Como usted quiera, señor Vlassasky. ¿Le gustaría cambiar de habitación? La 127 es un poco más grande y más silenciosa. El mismo precio.
–No, no. Me quedo con la mía. Sirven aquí comidas.
–No, señor Vlassasky. Ya se lo dije cuando llegó: al otro lado de la carretera hay un restaurante.
–¿No me prepararía un bocadillo?

77. Tráfico (Esperanza Tirado)

Mientras tiende las sábanas de las habitaciones observa el paisaje. Una carretera gris, recta, interminable, hasta donde alcanza la vista.

El tráfico es incesante. Aunque últimamente paran pocos. Hasta a este tipo de negocios les ha afectado la crisis.

Ellos tienen suerte: Su hotel está muy bien situado. Su jefe tiene contactos dentro de la provincia y sabe llevar el negocio. Además, trata bien a sus chicas y les deja días libres. Sabe de otras, en otros locales, de oídas, a las que maltratan brutalmente.

El viento le trae el sonido de risas infantiles. Al otro lado de la carretera está el parque del pueblo, al que se accede por una pasarela elevada. Allí su hijo juega con otros críos. Ajenos a los problemas del mundo.

Se ha integrado bien. No es la primera vez que un hijo de las de ’La Mansión’ va al colegio. Obviamente, ella no asiste a las reuniones de madres. Hay ciertos límites.

Su sonrisa de niño feliz le llega desde el otro lado. Corre entre los columpios, se revuelca en la arena, haciendo ángeles, despreocupado.

Un claxon suena en el aparcamiento. Llega un coche. La jornada del hotel comienza de nuevo.

76. ENCUENTROS (Pulgacroft)

Paré allí simplemente para suicidarme. Era el típico hotel de carretera en medio de la nada. Perfecto para dormir…o para morir.
Una vez en la habitación, tumbado en la cama, hice repaso a mi vida por si me hubiera dejado algún motivo por el cual debía quedarme en este mundo, pero una vez más, no lo encontré. No tenía familia, apenas amigos, nadie dependía de mí… ni siquiera los antidepresivos me ayudaban a encontrarle el color rosa a mis días anodinos. Ahora, al menos, me servirían como pasaporte hacia ese otro mundo que no podía ser peor que éste.
Estaba absorto en esos pensamientos, cuando un gato completamente negro -sí los de la mala suerte- se coló por la ventana. Se tumbó a mi lado suplicando con ese maullido que sólo sale del hambre. Me miró fijamente y algo me removió por dentro.
Intenté ignorarlo levantándome a preparar mi coctel mortal, pero el gato comenzó a restregarse entre mis piernas. Sucumbí. Observé como tomaba la leche que pedí para él y una vez hubo terminado, se subió a mi regazo ronroneando.
Noté que había decidido adoptarme.
Irónicamente encontré mi motivo color rosa en color negro y forma de gato. Sonreí.

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