Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

116. En la isla de las mujeres (Montesinadas)

Kuba va despertando, es la hora de levantarse, hay que salir pronto para recolectar el Taku del que sacará la semilla que mezclada con la fruta machacada y fermentada dará el vino. Después decidirá los grupos de siembra y organizará el trabajo de su marido Elbo que hoy debe poner trampas alrededor del huerto para atrapar serpientes.

A kuba le gusta Elbo, su fuerza física, su piel, su sexo. A Elbo le gusta Kuba su inteligencia, su valentía,  sus pezones. Es un hombre satisfecho que trabaja siempre para ayudarla. Kuba sabe que debe protegerlo como a sus hijos, es lo natural en estas islas.

La marea está alta y Elbo juega en la playa a peleas adolescentes, a la caída de la tarde, cuando cesa   la lluvia de estrellas, va a pescar. Tomarán vino y pescado en la cena y harán el amor una vez más.

Elbo es un hombre feliz en esta isla, con su choza de barro rojo. Mañana es un día importante, al despertar,  acompañará a su hijo mayor a buscar paja para hacer la  cama donde desvirgará a la mujer para la que trabajará el resto de su vida.

115. MIRA TÚ DONDE ESTABAN ( PURI OTERO )

Me han dejado sola, ya no se donde buscarlas, subí a las altas cumbres y baje por lejanos valles, pregunté en la obscuridad de la noche y en la luz del día llamandolas a gritos y solo escuché la voz del silencio.
Desolada caminé por la playa con la mirada perdida en el horizonte, de pronto surgió de entre las aguas un hombre con su cuerpo cubierto de escamas y encaminando sus pies hacia mi, dijo:

—Tú busqueda ha terminado,yo se donde se encuentran.

Subimos a una barca que estaba en la orilla y me llevó mar adentro. Después de varias horas de navegación llegamos a una isla, se acercó y me mandó bajar.

Cuando puse mis pies en la arena pude oir un gran alboroto que surgía de entre las palmeras, de forma sigilosa me encaminé hacia allí y fué grande mi sorpresa cuando las ví riendo,bailando, jugando, amándose entre ellas y ajenas a todo lo que les rodeaba.

Contagiada por su alegría las llamé:

—Musas,musas, porqué me habéis abandonado.

Una de ellas me dijo:

—Únete a nosotros, estamos disfrutando de la Primavera.

Y me fuí con ellas.

 

114. MUJERES

Mujeres, mujeres, mujeres. Lo pronunciaba suspirando mi abuelo tres veces cuando se le iba la vista mirándolas de reojo, para que mi abuela, bastante sorda, no lo escuchara. Después se me quedaba mirando guiñándome con su enrojecido ojo. De lo último que me acuerdo antes de que nos dejara me produce todavía una grata sonrisa.

– Mira Andrés, y no le digas nada a tu abuela aunque ella esté ya de vuelta en la isla de las Mujeres, donde mejor están todas ellas es solas, por eso ya no caben en la isla y nos siguen importunando.

Debe ser por eso que ya tengo la casa llena, pero no me quejo en absoluto: mi madre, mis tres hijas y la primera nieta que ya gatea por toda la casa son únicas, no puedo estar más seguro.

113.LLÁMAME ISLA

Reposa Carmen Miranda su cabeza en los almohadones del sofá tras quitarse el enorme tocado de frutas. Un gato, más grande incluso y  más sonriente que el de Cheshire,  se atusa los bigotes y enseña los dientes.  Carmen Miranda cierra los ojos y se convierte en una isla. Deja que las olas azoten con suavidad su cuerpo desnudo de obligaciones, problemas y pensamientos negativos. Sólo se deja mecer por la sensación de sentirse viva. Deja al sol que abrace su cuerpo de arena y que el viento peine sus cabellos de madreselvas y jazmines. Carmen Miranda se ve a sí misma como una isla y sonríe. Una sonrisa tonta y feliz. El gato que está acurrucado a sus pies mientras Carmen Miranda se transforma la mira, ronronea y se esponja.

112. Hijos de Neptuno

Las mujeres traían las redes al atardecer porque esa era la hora en que nadaban hacia a la costa. Las tejían en invierno diestras e ilusionadas a la luz de los quinqués, con agujeros grandes por donde se colaban las medusas y las morenas. Los hombres faenaban meses enteros en aguas lejanas. Ellas guardaban silencio y esperaban la caída de la noche para extender las mallas. Una a una, se apostaban a lo largo del rompeolas y con cada embate de mar se acercaban a la orilla, empinándose casi con peligro para saber si alguno había entrado en la urdimbre. A medida que se enredaban, ellas les amarraban y raudas se los llevaban a sus casas y les inventaban nombres para el tiempo que les tenían apresados. Tenían el pelo negro, ensortijado y aunque eran de piernas pesadas de cola de pez partida, estaban bien dotados. Las siguientes eran semanas apacibles, de calles vacías y de féminas felices. Los soltaban en la bahía antes de que volvieran los maridos con los barcos cargados de pescado.

111. Isla Isabel, por Javier Ximens

 

Era hermosa de cintura para arriba, quizás la más lozana de las mozas, pero una enfermedad infantil le había dejado las piernas quebradas. En la treintena tuvo un hijo. Su padre dijo que la había forzado un vagabundo que pasó la noche en el pajar. Nadie vio al forastero. Su madre calló. Isabel, sin embargo, anheló el hijo.

Cuando las mujeres de rosario le quitaron el niño fruto del pecado y lo entregaron en el hospicio de Talavera, ella se marchó a dos leguas de la aldea y se puso a llorar. Poco a poco se fue formando una laguna a su alrededor. En el centro, donde Isabel soportaba su pena, brotó una isla de sal. Allí vivió muchos días, los pájaros le llevaban la comida y el rocío el agua. Los escasos vecinos que pensaron en ir a socorrerla desistieron para no desatar la ira y ser también desmembrados del pueblo.

Un día dejó de llorar. Ante el recelo de que desapareciera la laguna, las frecuentes oraciones y el sacar a pasear los santos trajeron las lluvias. Diluvió. Al descampar, Isabel no estaba. La isla permanece. Espera.

110.Silencio, se mira…

El pato tenía medio cuerpo metido en el agua. Varias ondas se iban ensanchando a su alrededor. Las mujeres se bañaban al fondo. Desnudas y  sonrientes tocándose de forma libidinosa. Se acariciaban el pecho y jugaban a lanzarse espuma a la cara. Tenían el pelo largo y los ojos serenos. Se escucharon sus risas unos segundos, luego se cortaron repentinamente al sumergirse. El pato seguía con medio cuerpo en el agua. Al fondo silencio y burbujas que subían del fondo del estanque. Las plumas del pato se movían y conseguían mover el escaso aire de aquella jornada desquiciadamente calurosa. La nada era aquello. Todos sucedía bajo el agua. Arriba sólo había silencio y medio pato sacudiendo parte de su cuerpo. Dejó de moverse en medio segundo, el tiempo de  dar dos pasos hacia atrás para ver otra perspectiva del óleo. El lienzo se había comido de repente media vida.

109.ORIGEN

En la Isla de las Mujeres destacó una por encima de todas. Olivia era gorda, espaciosa, grande como una casa. Todo en ella se mostraba redondo y colosal. Sus carnes caudalosas terminaban en unos pies pequeños siempre engarzados en deliciosos zapatos de tacón. Ella era desmedida. También su risa. Una risa elefantiásica en alcance pero cascabelina en intensidad. Cuando reía temblaban los cristales y todos sentíamos un inexplicable alborozo. Cuando comía lo hacía sin remordimientos, engullendo ingentes cantidades sin perder la exquisita elegancia en el manejo de los cubiertos. Entonces nosotros también terminábamos saciados. Su apetito solo era comparable con el hambre que sentía por la vida y sus andares voluptuosos levantaban la fecundidad de los huertos cercanos al río. Contagiados, amábamos cuando ella amaba. Pero cuando se fugó con un ingeniero francés que arribó para terminar con el aislamiento de la isla, no solo el gran puente quedó sin terminar. Ya muy lejos, instalada con su amante  en un hotelito de Loubressac, Olivia  agitó una noche sus pestañas con coquetería y un huracán perfumado arrasó  el atolón.  A los hombres se los llevó el fortísimo viento. A las mujeres ni se les movió el pelo. Bueno, un poco sí.

108.Una historia

Eran días en sepia; días de niñas vestidas de uniforme revoloteando alrededor de severas monjas, de cuadernos con olor a goma de borrar y tirantes colas de caballo sometiendo hirsutos rizos.

Treinta caritas se arremolinan en las ventanas para ver pasar las estaciones, el mundo exterior  y sobre todo, sobre todo… ver pasar a los chicos del colegio de enfrente.

Todas tímidas, todas curiosas, pero una y solo una con el alma desbocada y el cuerpo en llamas.

Sólo esa se saltará verja, escalará las ventanas y cuchicheará por los rincones incapaz de silenciar su dicha… y un buen día, sin previo aviso, esa niña desaparecerá para siempre de nuestras aulas.

Preguntaremos por ella muchas veces,  pero ante las esquivas respuestas, terminaremos por olvidar.

El curso seguirá  y sin darnos cuenta llegará el día en el que  las verjas del colegio se abran por última vez para dejarnos salir en tropel,  marcadas por un objetivo común “Vivir”

Será entonces cuando quizás reencontremos a nuestra antigua compañera que nos observará esquiva, desde el parque en el que vigila a su pequeño.

De la vida de las demás también he sabido, pero eso es ya … otra historia.

107. LA ISLA DEL SUEÑO

Desde aquí puedo ver algunas nubes que avanzan como borreguitos en un cielo color azul celeste. Miro con curiosidad todo lo que me rodea.

No sé dónde estoy.

Es un lugar paradisíaco, singular, donde percibo olores diferentes que me saben a complicidad y naturalidad.

El viento corre veloz revolviendo mis cabellos mientras camino por la arena blanca de una playa que se pierde en el horizonte en la que respiro libertad.

Mil  sensaciones distintas envuelven mi cuerpo, todo lo que veo me gusta, un gran espíritu de lucha, actividad y armonía, mucha armonía.

¡¡¡¡ Es una isla de mujeres!!! sonrio mientras el agua que llega revoltosa a la orilla salpica mis pies y va borrando mis huellas una a una.

Durante la noche y en mitad de un cielo abovedado de estrellas encuentro tu mirada nostálgica intentando buscarme, en ese momento me doy cuenta de todo lo que te echo de menos!!!!.

El sonido frio y persistente del despertador me trae de vuelta de mi sueño,  poso  los pies con pereza  sobre el suelo y solo siento la realidad pura y dura debajo de ellos.

Otro nuevo día !!!!

106. Generación perdida

Los desconcertados marineros se reencuentran en la plaza tras su alocada carrera por las calles del puerto. Se preguntan, jadeantes, dónde estarán las mujeres prometidas por Ulises después de tantos años de travesía. De penurias. Y ellas, las viejas con las cuales han ido tropezando aquí y allá, en las esquinas, en los soportales, sentadas a la puerta de las casas de paredes encaladas, apartan por un instante la vista de las muñecas de madera y cabellos de alga que tienen en sus regazos y cesan de acariciarlas y peinarlas, de jugar con ellas, y fijan sus ojos hundidos en esos hombres esqueléticos de piel de cuero moreno que tanto les recuerdan a quien, décadas atrás, llegara a la isla de las mujeres diciendo ser el rey de Ítaca. Y suspiran. Nostálgicas.

105.ELLAS LOS PREFIEREN JÓVENES (Petra Acero)

La primera vez que el abuelo me habló de aquella isla fue el día que aprendí a mear erguido −ahora sé por qué−. Contaba que en la isla de las mujeres no se pasaba hambre ni frío. Que allí sobraba el pan, el agua y los arrumacos. Que no había puertas ni candados. Que las mujeres sonreían cuando les mordisqueaba los tobillos… Me habló de pájaros, de un estanque, de árboles que daban sombra fresca, del arco iris −un toldo de mil colores− bajo el que chapotear, correr y jugar.
Al crecer, el abuelo volvió entre rejas. Casi todos vuelven… Yo esperaba ocupar su lugar algún día, pero cuando aquellas mujeres eligieron al enano orejudo, el abuelo masculló una sentencia con mi edad.
A veces, saco la cabeza entre los barrotes de la jaula y babeo pensando en esa isla maravillosa, en sus mujeres que acarician…, mientras el halo de la linterna recorre la perrera −cegando mis esperanzas− en busca de algún cachorro.

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