Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

MAMIHLAPINATAPAI

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. Comenzamos el año con MAMIHLAPINATAPAI, el entendimiento con la mirada. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de MARZO

Relatos

66. PROMESA CUMPLIDA ( Montse Acevedo)

 

Mientras buscaba consuelo entre las páginas de aquel libro, oyó de forma clara como la puerta de la calle se abría, y su corazón y la lectura que tenía entre manos se paralizaron a la vez.
Alguien había entrado en la casa y solo ella y su difunto marido,  tenían llave para abrir o cerrar esa puerta.
Con dificultad, agarrotada por los años y el miedo, se levantó y se dirigió con pesados pasos hacia la entrada.
Una luz extraña, como si emanara de las paredes, se extendía por la estancia, y en un rincón… Todo sombras.
De repente, una voz surgió de las tinieblas:
– Ven conmigo- Era su voz, no había duda. -Prometimos que el primero que muriera volvería a buscar al otro y lo ha cumplido – Cerró  los ojos durante unos segundos, pero pronto los abrió para enfrentarse a su destino cara a cara. Ya no había oscuridad ni las extrañas luces atravesaban las paredes y ella volvía a estar recostada en su sillón, en donde antes leía plácidamente

“Me he quedado dormida y estaba soñando” Pensó para sí.

En aquel momento, escuchó como la puerta de la calle, que aún permanecía abierta, se cerraba suavemente… 

65. Los ojos de Lucía (towanda)

Abuela siempre tenía entre sus manos una libreta donde pasaba el tiempo escribiendo. Mi madre decía que lo hacía para entretenerse con sus recuerdos. Mamá se equivocaba.

Abuela completó decenas de cuadernillos, que ella misma numeraba, como si se tratase de los tomos de una gran enciclopedia.

Solo entendí ese afán suyo por escribir cuando encontré su último cuaderno caído en el suelo. Frente a él, callada y asustada, mi abuela Lucía observando nada por la ventana. Abuela lo sabía.

Tras el desplome de su última libreta, Abuela no volvió a escribir. Fue entonces cuando decidí arañar unos minutos a los días para sentarme a su lado y leerle esos fragmentos manuscritos en voz alta…. Por unos momentos, le robábamos protagonismo a la enfermedad y era su prodigiosa memoria, plasmada en páginas de celulosa, la que invadía nuestro espacio.
Me convencí de que existía algo mágico en sus historias que la retuvieron más tiempo del previsto entre nosotros.

Cuando Abuela nos dejó, recopilé todos sus cuadernos y hoy, con la misma pluma con la que ella escribía, firmo “Los ojos de Lucía” en una afamada librería y continúo en el empeño de mantener vivo su recuerdo.

64. Desenlaces

Una noche deshilachada por el insomnio y acorralada por la soledad inicié la lectura. A medida que pasaban las semanas manchadas de invierno se me empañó el talante y una tristeza oscura me embargaba el ánimo. Fui cayendo prisionera de una trama apretada, con personajes conchabados para mantenerme rea de sus locuras. Amaban, se despedazaban y sufrían sin encontrar una salida. Empeoré y ningún médico sabía dar con el origen de la pesadumbre. En una noche de fiebres, ansiosa por desentrañar el final, me asomé a la última página. Una melancolía rancia abandonó cansada las palabras en las que se había enredado y las figuras, liberadas de un yugo antiguo, corrieron libres a encontrarse con su destino. Al día siguiente encontré tu carta bajo la puerta. Dejé entonces los bálsamos porque la mejoría ya solo podía ser una banal cuestión de tiempo.

63. SEDUCCIÓN (Rafa Olivares)

Ya había ocurrido otras veces. Ella descartó a los que ya conocía; había disfrutado con ellos de momentos íntimos, de deleite, de evasión; ahora apenas les dedicó un rápido y huidizo vistazo. Buscaba algo nuevo, desconocido, atractivo. Después de observarnos al resto con cierto detenimiento se decidió por mí.

Me llevó aparte. Mientras sus manos me abarcaban, sus dedos, con sensual suavidad -un roce apenas-, exploraban todos los rincones de mi piel. Su mirada, en un principio casi distraída, fue adquiriendo primero un tono de curiosidad, luego un brillo de interés. Como en anteriores ocasiones en quienes la precedieron, ella también arqueó sus cejas con expresión de sorpresa que derivó al poco en emoción, mostrando sus ojos la humedad de dos proyectos de lágrima a punto de desbordar.

Permanecimos juntos compartiendo silencios, compartiendo luz, compartiendo atmósfera, compartiendo tiempo …

En su despedida me devolvió al anaquel. Al mismo lugar del que me había tomado.

Ahora espero a un nuevo lector.

62. DESAHUCIO (Eduardo Iáñez)

Es el mejor de los tiempos, es el peor de los tiempos, al menos mientras la obsesión blanca del capitán siga obligándome a alzar el arpón y su peso me aplaste hasta entumecerme el brazo. Apenas puedo ya enristrar la lanza mientras velo mis armas junto al brocal del pozo de una venta bañada por la luna, a donde asciendo abriéndome paso en este río cuyo curso me lleva hasta el corazón de las tinieblas. Desde el fondo del cráter, el brillo cristalino de un monolito negro me atrae como a un insecto, y mis ojos ocelados contemplan con sorpresa el bullir de mis propias patas entre unas sábanas que me son ajenas.
Huelga decir que sufro este peregrinaje continuo con una terrible incomodidad, pero también con un total desapego. Me aflige saber que todo habría podido evitarse si aún habitase entre las páginas de los primorosos volúmenes dispuestos en anaqueles de Alejandría, Constantinopla o Londres. Ahora, en este minúsculo ámbito, aséptico y sofocante, los efímeros trazos de la tinta electrónica me aturden sin remedio.

61. Amor prohibido

Impreso entre las páginas de mi libro está escondido mi amor por tí , un amor prohibido, una historia de eclipses, estallidos, complicidades y silencios, un amor que no tiene alas, solo se puede mover a sus anchas entre las hojas del borrador en el que voy anotando mis sensaciones, mis pensamientos, esos pequeños instantes de alegría y esos de sinsabores que van quedando agazapados entre los recovecos de las líneas.

Cada palabra es un latido de mi corazón, cada coma, un soplo de aliento y cada punto, un final de esperanza.

Mi pluma se desliza empujada por el deseo, mucho más rápida que mi mente, escupiendo las palabras que van dando forma a esta historia, unas son ordenadas y obedientes, otras alocadas, rebeldes y divertidas que van saltando de renglón en renglón intentando hacer piruetas sobre mi alma.

El tiempo va pasando, mientras tanto, mi amor va creciendo acurrucado entre las páginas esperando que crezca y se convierta en eterno y verdadero y así poder dar un bonito final a esta historia.

60. Pasó tu última fuente (Rosy Val)

Emilio entraba emocionado en el centro comercial para recoger un pedido de la librería. Al pasar por la fuente nueva, la de los chorros multicolores, una mujer de ojos tristes, apostada en la barandilla, reparó en él y le envió una sonrisa. Pero él, apresurado y sin advertir el gesto, siguió su camino. Ella, al tiempo que cerraba los ojos y pedía un deseo lanzaba unas monedas que chapotearon antes de estrellarse contra el fondo. Al notar que unas gotas le salpicaban miró a su alrededor, ensimismada, como buscando el milagro. Malhumorada, huía de allí mascullando; “ni un día más, ¡se acabó!, ni novios ni narices, esto de las fuentes y los deseos son tonterías”.
Cuando Emilio volvía de la librería se cruzó con la mujer, atraído por su lacónica mirada le sonrió, pero esta, absorta, siguió su camino. Se sentó a admirar aquellas cascadas coloristas. Ávido, abrió el libro que acababa de adquirir… “Manual para encontrar a tu alma gemela” y se adentró en sus páginas. Momentos después se alejaba del lugar. Sobre el agua flotaban aquellos consejos que había ahogado decepcionado, “¡bah, esto de los manuales… qué embaucabobos!”

 

 

59. Las Despedidas Nunca Fueron Mi Fuerte

Hoy, amigo, te digo «adiós». Hoy, amigo, siento tu tacto tan reciente e inolvidable como la primera vez que nuestros días se cruzaron. Hoy, amigo, leo entre tus páginas los últimos esbozos de tu creador, las últimas palabras de aquel genio inventor, que te dio la vida. Hoy, amigo, no tengo palabras para describir mi tormento, ni formas de esconder la felicidad de haberte conocido hasta el final. Hoy, amigo, te quiero presentar a mi relevo, mi testigo. Sólo espero que mi hijo pueda disfrutar lo mismo que yo disfruté contigo. Hoy, amigo, te digo «adiós», un «adiós» que no es definitivo y que no es más que un «hasta luego».

58. TORPEZA (Beto Monte Ros)

De mal talante, llegó a la construcción. Le molestaba discutir con su esposa por asuntos de niños, ella quería parir pero, por la inestabilidad de su empleo, él estaba renuente a ampliar la familia. Refunfuñando, y sin las debidas precauciones, comenzó a martillar. Su falta de concentración hizo que golpeara uno de sus dedos; invocó a los mil demonios, se olvidó del lugar donde estaba, dio un brinco en el andamio y perdió el equilibrio. Mientras caía, desde el piso 18, se arrepintió de haber sido un maldito egoísta; en el 12 le surgió el anhelo de ser padre y en el 6to se planteó conseguir otro trabajo, para complacer a su mujer.

Al llegar al pavimento ya no sentía dolor, se levantó, ignoró a los curiosos que se acercaron, se sacudió el polvo y regresó a la casa. Atravesó el umbral y la encontró en cuclillas, junto al celular y la guía telefónica, abierta en la página donde se destacaban las palabras: “Clínica de fertilidad”. Sobrecogido, la observó allí, casi sentada en sus talones, pálida, algo transparente. Se acercó con deseos de abrazarla, sintiendo pena al verla sostener el teléfono, con el rostro descompuesto, como  un fantasma.

57. EL USURPADOR

Cuando Gabriel queda con Teresa no puede evitar una sonrisa, un leve temblor en las manos, sentir su aroma en la cercanía de un abrazo… Está enamorado de ella desde aquel primer encuentro en la facultad.

Teresa es pura energía. Ríe y gesticula mientras se deshace en alabanzas hacia su marido.

-Es tan detallista y romántico- comenta sin dejar de acariciar el fabuloso collar, regalo de aniversario-, aún sigue dejándome notas de amor entre las páginas de mis libros. Cosas cortas, eso sí- aclara con un delicioso mohín-. Siempre bromeamos sobre lo inspirado que estuvo en aquel primer anónimo.

-¿Todavía recuerdas aquella carta?- Gabriel habla despacio, enfatizando cada palabra.

-Jamás olvidaré unas frases que me hicieron sentir única y especial- sonríe-. Todavía no sé cómo pude perderla. Por suerte después llegaron otras.

Gabriel se acoda en la mesa con una intención; pero sus labios no se despegan. Hablar solo le haría daño a ella. ¿Qué importancia tiene ya la autoría de aquel primer anónimo? Aún conserva su amistad. Debería callar y conformarse solo con verla, aunque…

-Teresa.

-Dime.

-No, nada. Me alegra que seas feliz.

56. MITOS A LA FUGA

Acurrucado, seco y planchado el trébol de cuatro hojas permanecía olvidado entre “Cinco horas con Mario”.  Éste había sido uno de los libros  obligados  de la asignatura de literatura, un clásico. Carmen esa alumna cumplidora pero no entusiasta lo leyó porque tenía que hacerlo  y punto. Quedó impactada por la fiesta que se organizaba en el velatorio, porque esa viuda hablase  y hablase sin parar reprochándole a su difunto no sé cuántas cosas y sobre todo por intuir que más que ante la pérdida de un ser querido  esa señora estaba frente a un alivio camuflado por el luto. La adolescente no podía concebir que si se hubiese muerto su padre, su madre no derramase por él lágrimas sentidas y eternas. Le quedó una resaca tan grande que, diez años más tarde, volvió a abrir el libro para releerlo. Ahora lo entendió mucho mejor: el abismo de pensamiento de la pareja  había acabado quemando su amor y aledaños. Ya cerca del final encontró el trébol y comprobó que no era el de la suerte sino el trébol foráneo o artificial que por aquel entonces llenaba  los campos y todos, sin excepción, tenían más de tres hojas.

55. SILENCIO GUTENBERG ( Nieves M.M.)

A no ser que fuese para comprar cuentos a mis sobrinos, yo jamás pisaba una librería. Indudablemente, formaba parte de la nefasta estadística. Aquella mañana, me disponía a pagar un desplegable de Bob Esponja cuando de pronto apareció. Bajé la vista y ,con disimulo, dejé el cuento entre la guías turísticas. Él se dirigió hacia las escaleras que conducían al piso superior.  Esperé unos instantes y decidí seguirle.. Él, de espaldas, ojeaba despacio en la sección de Arquitectura y yo, visiblemente interesada, me situé  ante los títulos imposibles de Mecánica cuántica. Allí arriba reinaba ese silencio que solo los libros saben guardar. Se diría que comenzó entre nosotros como una especie de cortejo, un imperceptible código secreto entre dos aves de árboles cercanos. Sentí que me observaba y me giré, mostrando al foco el brillo de las ondas de mi pelo. Él movía sus manos con una languidez casi estudiada y sus dedos rozaban el papel como quien  guarda una paloma. El aroma de nuestros leves pasos era casi una brisa que podíamos ver. Al fin escogí uno: «Supersimetría Vol. II». En Caja se cruzaron mis ojos con los suyos. «¿Qué tal es el primero?»- preguntó.  Sus ojos eran verdes.

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