Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

MAMIHLAPINATAPAI

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. Comenzamos el año con MAMIHLAPINATAPAI, el entendimiento con la mirada. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de MARZO

Relatos

27. Lectura interrumpida (Mª Belén Mateos)

LECTURA INTERRUMPIDA

Me gustaba mirarla mientras leía. Entornaba sus profundos y azulados ojos conforme la luz del día se iba haciendo cada vez más tenue y sombría. Alternaba rítmicamente la cabeza, izquierda, derecha y con un sutil movimiento de sus manos pasaba las páginas como si fueran de seda. Su respiración se iba dilatando entre línea y línea y con un intenso suspiro marcaba el final de cada capítulo. En esos instantes una luz especial enmarcaba su rostro, incluso me atrevería a decir que ciertos brotes de rubor lo teñían de rubí.

Rara vez levantaba la mirada absorta en la lectura de su texto. Un fugaz parpadeo, un soslayo vacío de toda visión, una sonrisa distraída al aire, eran los momentos que yo acariciaba cada día y que ella dejaba escapar muy de vez en cuando.

Aquel día, percibí un instante de sorpresa, un dudar en su expresión. Vaciló un momento y con una lágrima en los ojos cerró el libro y me miro. Los pétalos encarnados de rosas, se deslizaron por el lomo de su texto y entre las páginas quedaron atrapadas las palabras de mi declaración de amor.

26. El paseo de Tomé (María Elena Sánchez Álvarez

Muchos creían que tía Nana permanecía enajenada. Todas las tardes, gravitando sobre el marco de la galería, dirigía su mirada hacia el viejo Faro. Durante condensados minutos, dejaba que sus destellos la engulleran en el tiempo para después languidecer frente al piano carcomido y el libreto apolillado de las partituras secuestrado sobre el atril. En los pentagramas de sus páginas, aún podían descifrarse las notas y las claves que había compartido con él. Tras una pausa, comenzaba a teclear una y otra vez la misma melodía: ¡malditos opresores!
A pesar de la humedad que hiende sus paredes y de la lluvia que cala sus muros, el tiempo no ha conseguido devastar el viejo edificio. De noche, la única luz que entra en sus celdas es la de la vetusta Torre herculina, tratando de escudriñar vestigios del pasado.
Ese pasado que Nana nunca desterró. Aún recuerda aquella tarde brumosa, cuando entraron a buscarle, tras la patada en la puerta y, lo asieron de los brazos hasta llevárselo, cercenando para siempre su libertad.
Tomé, sólo fue un brillante profesor de piano.

25.Vanidad Daniel Irazu

 

La lápida con sus adornos: la cruz, el ángel alado y el libro abierto, eran de mármol.

Las inscripciones, el nombre del excelso y la data de las dos efemérides,  se adivinaban mal bajo una película de liquen.

Encima, un gato al sol se aseaba con la lengua.

24. De nota en nota, y escribo porque me toca (Estibaliz Dilla)

Entre misivas escritas con letra de adolescentes, escondidas entre páginas de libros increíbles que dormían en la biblioteca municipal, nos fuimos enamorando tú y yo. Sin saber cómo sonaban nuestras voces, cómo miraban nuestros ojos ni cómo surgían nuestras risas. Desconociendo nuestros nombres e incluso nuestro género.

La primera nota cayó como una pluma acariciando el silencio de las estanterías, mientras hojeaba indeciso “Cien años de soledad”. Era una caligrafía temblorosa que impactó en el centro de mi alma. Recuerdo sílaba a sílaba que rezaba:

“Hoy cumplo dieciséis años. Noto que una inmensa soledad me aplasta. Siento como todo mi ser se licua entre los capítulos de este cúmulo de sentimientos cosidos”

No tuve más remedio que voltear el pedacito de papel y contestar ante aquella imploración conmovedora y escribí:

“Ojalá pudiera saber quién eres para tener la oportunidad de curar tu solitaria existencia y poder empezar junto a ti una Historia Interminable”

Coloqué la cuartilla de nuevo entre las palabras de García Márquez, y al día siguiente una sabia intuición me llevó a las fantasías de Michael Ende.

23. NOS GUSTAN LOS FINALES FELICES (La Marca Amarilla)

–         … Y colorín colorado, este cuento… continuará.

Cierro el libro y sonrío, convencida de que es feliz escuchando nuestros cuentos favoritos. Los mismos cuentos que, hasta hace poco tiempo, ella me leía cada noche.

Ahora duerme plácidamente, sus bonitos ojos descansan. Acaricio su cabeza (cómo recuerdo su rubia melena) y beso sus frías mejillas, así les doy calor.

Le arropo antes de irme a dormir, ahora vendrá papá para cuidarla durante toda la noche y me dirá, como siempre, que me despida de ella porque no sabemos si mañana seguirá con nosotros. Pero nunca lo hago.

Sé que se curará, que volverá a tener su larga melena y que leeremos juntas muchos cuentos con final feliz. Por eso, antes de salir de su habitación siempre le digo:

–         Hasta mañana, mamá…

22. La falsa sobrasada (Jesús Coronado)

A la edad de cinco años mi única preocupación era saber cómo conseguir una caja de cartón con la que fabricarme el coche de carreras que ganara al resto de críos del callejón. Los remiendos en la ropa y que mi madre creyera que me engañaba cuando le pedía sobrasada y me daba pan con aceite y pimentón espolvoreado era lo de menos. Como lo eran los comentarios que se escuchaban sobre la virtud y las entradas y salidas de hombres desconocidos en casa de Juanita cuando su marido salía a buscar trabajo y sus hijos estaban en el colegio. Aun recuerdo a Carlitos, el menor de los hijos de Juanita, con el que compartía más de una vez los bocadillos de  falsa sobrasada que le sabían a gloria. Es ahora, en estos tiempos en que llegar a final de mes es complicado, cuando mejor recuerdo la virtud de Juanita y el hambre de Carlitos. Qué razón tenían aquellos versos encontrados entre las páginas de mi libro de poemas favorito

“La casa de mi vecino

Dos puertas tiene a dos calles:

Cuando el hambre entra por una,

Por otra la virtud sale.”

21. Con un sorbito de champán…

El mejor hombre del mundo, Luis, le había pedido que se casase con él. Era guapo, simpático, bueno, tenía un trabajo estable y además estaba enamorado de ella. Llevaban tiempo saliendo juntos y se querían con locura.

Todavía no le había contestado que si porque su abuela solía decir que a los hombres había que hacerles sufrir un poquito, así que decidió esperar unos días, hasta el sábado. Ese día iban a ir a comer a casa de Rita, que anunciaría a todos que estaba embarazada de su primer hijo.

No quería quitarle protagonismo, pero pensó que si comentaba lo de la boda durante la sobremesa, habría más para celebrar.

En un relato dramático, el hijo que Rita estaba esperando sería de Luis, pero en este no. La cosa fue sobre ruedas, la embarazada bebió un sorbito de cava para celebrar lo de su bebé y luego tomó otro trago -pequeñito- para festejar lo de la boda.

Se lo pasaron pipa y ahora yo puedo contaros esta historia porque encontré, entre las páginas de un libro que heredé de mi madre, una carta donde la protagonista -mi tía Carmen- le relataba el suceso con mucha alegría.

20. La ciudad eterna

Cuando encontré  un billete de avión entre las páginas del libro “ bonjour tristesse” supe que Françoise Sagan  lo había escrito  únicamente para mi. Un billete a Italia con un ramo de flores, una gran caja de bombones, lencería fina recién estrenada  y la cara lavada de una niña de 19 años que no necesita acicates. Me escapé de casa para encontrarme con Mauro en Roma, la ciudad eterna. Soñaba solo con estar en sus brazos y que el resto del mundo se olvidara de mi. Sagan, me decía entre páginas que el amor era eterno como Roma, en sus líneas me contaba lo contrario. Yo no lo creía. Era imposible que hubiera mezquindad en el amor. En Roma no había nadie esperándome y en mis manos tenía un papel con un teléfono falso. No volví a  Roma  hasta 50 años después. Allí supe que en ciertos lugares  dejamos siempre un poco de nuestra alma. Mis sentimientos y mis llantos volvieron como un boomerang a ahogarme entre las piedras.

19. LA VERDAD DESNUDA (Nuria Casado)

Nadie imaginó aquel inesperado giro en las vidas de lord y lady Randall matrimonio de la alta sociedad británica.Vivían en un sobrio palacete a junto a su hijo y su fiel mayordomo, el señor Doyle, cuya eficiencia sólo era superada por su inmenso amor a los libros, a los que a menudo limpiaba graciosamente con un plumerito como un artista deslizando el pincel por el lienzo.
Pasado el tiempo, el niño se convirtió en un mozalbete de semblante taciturno,sometido a los deseos de una madre hermética,desde la misteriosa desaparición del padre y la renuncia precipitada del leal Doyle. Sus preguntas resbalaban sin respuesta por el rostro pétreo de la madre y él buscaba refugio en la inmensa biblioteca dónde como en un ritual y con temor reverencial, pasaba las yemas de los dedos por los gruesos volúmenes hasta dar con el elegido. Aquel día, por azar o quizá por capricho del destino, eligió un grueso tomo por la belleza de sus pastas nacaradas; al abrirlo, un aroma a lavanda cosquilleó en su nariz mientras un pulcro papelito aterrizaba en el suelo. En él distinguió la estilizada caligrafía de su padre mientras leía con estupor una única frase:
I love Doyle.

18. Color sepia (Ginette Gilart)

El camión de la mudanza arrancó. De pie, en el porche, Clara esperó a que desapareciera del todo, tras la verja, para entrar de nuevo en casa. Había quedado con sus hermanos que ella se encargaría de seleccionar los libros de la biblioteca de sus padres.
El sol empezaba a declinar cuando acabó de llenar una gran caja con volúmenes sin gran interés para ella. Luego se acercó a su zona preferida; al querer coger un par de libros, algo cayó al suelo. Era una foto antigua, color sepia, con los bordes dentados. En ella dos jóvenes parejas miraban sonriendo a la cámara; detrás de ellas un carromato de madera pintada, de esos antiguos que poseían los romaníes. Reconoció a la pareja de la derecha, eran sus padres. La otra mujer llevaba un bebé en brazos; se quedó un rato observándola, luego levantó la mirada. El reflejo que le devolvió el espejo situado en la pared de enfrente le hizo recomponer su vida. Entendió entonces el poco parecido que tenía con sus padres y hermanos, entendió su pasión por la música y el baile, su particular atracción por los espacios abiertos, por las noches estrelladas y por las reuniones alrededor de una hoguera.

17. Páginas de mi vida (Patricia Richmond)

Yo tenía una granja en África, en lo alto de una montaña mágica, donde las cumbres eran borrascosas…

Antes, cuando fui mortal, había vivido en una ciudad de cristal, en una casa desolada que abandoné tras el sueño de una noche de verano, siguiendo el rumor del viento en los sauces.

Llegué a las nieves del Kilimanjaro y encontré el jardín olvidado de mi vida querida. Confieso que he vivido en busca del tiempo perdido, atrapando las partículas elementales de la espuma de los días.

Una mañana, tras mil y una noches, escuché el grito de la lechuza que me dijo que había un marinero en tierra que, con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela, podía llevarme a la isla del tesoro. Me dejé tentar por las doradas manzanas del sol, me transformé en la mujer del pirata, hija de la fortuna, y dejé de ser la dama de las camelias.

Ahora regento el club de la buena estrella, un lugar en el que celebro el desorden de tu nombre y, donde, si vienes, descubriremos juntos los juegos de la edad tardía.

 

16. PUNTO FINAL (Salvador Esteve)

Me enamoré perdidamente de ella en la página 5, de su mirada, de su sonrisa que al pasar por mi lado me brindó. En el profundo de sus ojos pude vislumbrar un atisbo de esperanza de que mi amor fuera correspondido. Pero ella era la protagonista, debía seguir su camino, y yo como simple personaje ambiental me quedaría aquí anclado, a las puertas de la página 6. Rogué, supliqué a ManoDiós que me dejara avanzar, pero él desestimó mis súplicas. Sabía de sus aventuras, y con el viento de aliado podía oler su esencia. Cuando me empezaron a llegar rumores desalentadores no pude aguantar más, con la esperanza de mochila avancé decidido entre las páginas. Todo lo que vi era pretérito, escarceos, fiestas, batallas, y de rastro su perfume. Tenía que encontrarla antes de que ManoDiós diera por acabada la historia. Cansado, desolado y casi resignado, la vi en el reverso de la página 342 al lado de un manantial, triste y pensativa. Me salté cuatro párrafos y sin leer palabra nos abrazamos.

ManoDiós repasó la última página, no recordaba haberla escrito así pero le gustó, cogió la pluma y rubricó el punto final.

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