Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

55. SILENCIO GUTENBERG ( Nieves M.M.)

A no ser que fuese para comprar cuentos a mis sobrinos, yo jamás pisaba una librería. Indudablemente, formaba parte de la nefasta estadística. Aquella mañana, me disponía a pagar un desplegable de Bob Esponja cuando de pronto apareció. Bajé la vista y ,con disimulo, dejé el cuento entre la guías turísticas. Él se dirigió hacia las escaleras que conducían al piso superior.  Esperé unos instantes y decidí seguirle.. Él, de espaldas, ojeaba despacio en la sección de Arquitectura y yo, visiblemente interesada, me situé  ante los títulos imposibles de Mecánica cuántica. Allí arriba reinaba ese silencio que solo los libros saben guardar. Se diría que comenzó entre nosotros como una especie de cortejo, un imperceptible código secreto entre dos aves de árboles cercanos. Sentí que me observaba y me giré, mostrando al foco el brillo de las ondas de mi pelo. Él movía sus manos con una languidez casi estudiada y sus dedos rozaban el papel como quien  guarda una paloma. El aroma de nuestros leves pasos era casi una brisa que podíamos ver. Al fin escogí uno: «Supersimetría Vol. II». En Caja se cruzaron mis ojos con los suyos. «¿Qué tal es el primero?»- preguntó.  Sus ojos eran verdes.

54. LA CITA (Mariángeles Abelli Bonardi)

Está nerviosa, pendiente del reloj. Toma el espejo y, una vez más, arregla su peinado. En la mesa descansa el libro; lo abre en la página que marca el pimpollo:

“¿Por qué no tomas otro nombre? La rosa no dejaría de ser rosa, y de esparcir su aroma, aunque se llamase de otro modo.»

Ella no se llama Julieta, pero lo ama y le ha pedido que deje más que su nombre. Y aunque él no es Romeo ni es Montesco, prometió venir, a hurtadillas, y hacer algo más que decirle que la ama.

Con el libro en las manos, sale a esperarlo en la noche estrellada del balcón. No sabe si es la alondra o el ruiseñor quien la despierta, anunciándole el día, y ahora poco le importa. Se refriega los ojos, abre el libro, contiene el llanto. El pimpollo está seco, y ha dejado de esparcir su aroma.

 

53. Ojos bien cerrados (Patricia Mejías Jimenez)

Entre las páginas del periódico, encontró una nota: «Te espero a las cinco en el lugar de siempre, Palomito. Tu amada, Florcita». Y mientras pensaba que a él nunca le había dicho ni siquiera «gordito bello», una mano se posó en su hombro.

—Jefe, es hora de que le dé un caldo a esa zorra.

Aquel le ciño la  pistola al cinto, otro le colocó el sombrero, y escoltado por las puyas del personal de su carnicería, fue conducido al café del pueblo. En el fondo de la estancia, distinguió el rostro de su esposa. A él no necesitaba verle la cara. Eladio, el pinche.

Extenuado por el peso de las miradas de un público expectante, logró cruzar  el salón y llegar al borde de la mesa de la pareja.

—Perdón. No puede evitarlo esta vez. Mi honor…  Y disparó el arma contra ellos.

«¿A dónde huir? ¡Pero no! ¿Sus ancianos padres, la familia de Florcita,  la nena, sus empleados… ¡El negocio! ?»

El cielo se oscureció bajo sus párpados. Oyó pasos justo detrás de él. Con los ojos aún cerrados, arrojó el periódico con la nota dentro al cesto de basura.

Hoy Florcita había prometido prepararle flan para la cena.

 

52. SECRETOS (Amparo Martínez)

Jueves, 2 de agosto.

Lo he visto desde el callejón. Llevaba los pantalones grises del primer día y una camiseta azul que resaltaba sus ojos… Eso de los ojos me lo ha contado Claudia, yo no he podido comprobarlo porque he agachado la cabeza, como siempre. ¡Va a pensar que soy tonta!… Claudia dice que ha sonreído al pasar a nuestro lado.

 

Viernes, 3 de agosto.

Es un cerdo. Ha estado tonteando toda la tarde con Claudia: que cómo te llamas, que vaya melena tan larga, que si tienes nombre de ciruela… Y Claudia siguiéndole el rollo. No lo entiendo, sabe que es mi novio, ¡ella se pidió al moreno delgaducho!

 

Domingo, 5 de agosto.

Ayer, Claudia habló con él. Esta tarde, a la hora de la siesta: excursión a la ermita con los chicos. Claudia ha conseguido que nos admitan en su pandilla. Dice que no se lo contemos a la abuela…

 

Los llantos de su abuela se acercan, Claudia arranca la hoja, cierra el diario y lo mete en la caja, bajo las frías manos de su prima. “Su diario, seguro que le gustará tenerlo”, susurra Claudia, mientras lloriquea y abraza a la vieja enlutada.

50. A SU MANERA (Rueca de Aurora)

A Padre le encantaba leer. Nunca lo vi con los ojos por encima de otro sitio que no fuera un libro, ni siquiera cuando me planté delante de él y le enseñé el hueco de mi primer diente o, muchos años después, el traje de mi boda. Mi madre decía que a su manera me quería. Yo jamás conseguí inventar una forma de quererlo, ni siquiera cuando lo encontré con el hueco de una bala en su pecho, ni tampoco al elegirle el traje de su entierro.

El día que empezamos la limpieza de sus pertenecías, sus libros, apilados por toda la casa, parecían una escombrera de conocimiento. Del peso, algunos cayeron al suelo y de sus páginas, y para descubrir esa manera de querernos, salieron una veintena de fotos que le servían como marcadores. De mamá, de los abuelos y sobre todo de mí, de mí sin mis dientes de leche y hasta de mí con mi traje de novia.

49. Entre sus manos (Calamanda Nevado)

Fueron los libros  los que  proporcionaron fórmulas a Andrea que habían de ayudarla durante su vida. Los descubrió por casualidad. Ojito derecho para sus padres; y  experta en husmear  por la casa para satisfacer sus  curiosidades; una  mañana, tanteando algo distinto que hacer,    pensó que recortar,  pegar, y coleccionar dibujos publicitarios de revistas almacenadas sería divertido. Así dio con un catálogo de venta  de libros. No reparó en sus ilustraciones; si, en los títulos de las obras  que le parecieron preciosos.
Poco tiempo después su padre recibió un  paquete dirigido a él; lo pagó, y abriéndolo con curiosidad, al releer en su pasta grisácea “Quía intima para disfrutar del sexo en la madurez,” exclamó sorprendido “Vaya.”
Algo parecido murmuró su madre al destapar el embalaje del libro. “Las mejores recetas de cocina.” Y su  marido después de la boda ante un  objeto de gran tamaño, y hábilmente camuflado, que abonó al cartero. Resultaron  ser varios tomos de “Sexualidad y matrimonio.”
Desde entonces, cómo si de un laboratorio se tratara, Andrea y él entran en sus páginas para descubrir salidas mágicas.
Madre y librera  feliz, supo educar a sus hijos. Dominaba “Manual de supervivencia para padres primerizos.”
Continúo curioseando los embalajes.

48. Entre líneas (Sara Lew)

Tras la muerte de mi padre me hice cargo de la biblioteca ubicada en los sótanos del castillo, manteniendo así el compromiso de preservarla como lo habían hecho los primogénitos de la familia durante generaciones. La biblioteca constaba de numerosos volúmenes encuadernados en piel y escritos con preciosa caligrafía. Durante meses me dediqué a estudiarlos con fruición, abandonando apenas el recinto para comer y dormir. Una mañana, en el tercer párrafo de la página 729 del libro “Batalla entre eunucos y unicornios”  (tomo XXIV de la colección “Epopeyas Fantásticas”) encontré una llave. Era negra y tan pequeñita que tuve que recogerla raspando el papel con la uña del dedo meñique. Parecía una letra efe forjada en hierro. La dejé caer en la palma de mi mano izquierda y ella, tras dar varias vueltas sobre sí misma, se introdujo en la línea del destino, junto a la del corazón. Un mundo mágico se abrió entonces en mí. Al parecer yo era la puerta, y a su vez quien la cruzaba. Con la pluma ansiosa de descargar toda su tinta comencé a escribir en un libro en blanco: “De cómo la sirena atravesó el desierto en busca de sus piernas…”

 

 

47. OLVIDADO ( Esther Gómez )

Estaba pasando unos días en la vieja casa familiar, acababa de heredarla y tenía que poner algunas cosas en orden antes de venderla. Cargada de nostalgia subió al desván. Olía a cerrado. Empezó por abrir las ventanas para orear, los rayos del sol irrumpieron en la estancia.

Varios objetos ocupaban el espacio. Una caja de libros llamó su atención, escogió uno al azar, al abrirlo encontró una hoja en la que había escrito un poema :

Me veo en tus ojos, tus ojos que son dos almas desvalidas de mirar ilusionado.

Inspiro lentamente todo tu olor y con él quiero llevarme todo tu ser, que es como un mar azul, extraño e infinito.

Nuestros cuerpos se funden en un abrazo cubierto de agua salada

Me veo en tus ojos, tus ojos que son dos corazones de deseos encendidos.

Toda mi esencia se estremece, se reconoce y quiere permanecer allí hasta el final de los tiempos.

Me veo en tus ojos, tus ojos que se miran en mi.

A mi amado A. M. que da sentido a mi vida.

Saborenado aún esas dulces palabras se quedó perpleja al ver que aquellas siglas no pertenecían a las iniciales de su padre.

 

46. El mapa del tesoro (Luisa Rodríguez)

Hacía más de diez años que no sabía nada de mi primo Juan, por eso recibí con sorpresa su llamada. Estaba tan alterado que tardé varios minutos en entenderlo: el mapa había aparecido.

De golpe sentí el olor de los veranos de Fisterra, cuando todos los nietos seguíamos a la abuela hasta la playa como al flautista de Hamelin, embelesados por sus historias. Entre ellas, la del escritor escocés, rescatado de un naufragio, que vivió en el pueblo hasta reemprender su viaje a las antípodas.

Se rumoreaba que guardaba en un libro el mapa de un tesoro y que había tenido que enterrarlo para evitar que se lo robase un marinero cojo al que siempre acompañaba una exótica ave.

Con la ilusión de ser los afortunados, cavábamos en la arena con nuestras palas y rastrillos, pero quien finalmente lo encontró fue Juan, durante unas obras de rehabilitación, en el hueco de una de las vigas de madera de la casa familiar que había heredado.

Aunque nunca sabremos quién lo escondió allí, si Stevenson o la abuela, tenía trazada la ruta que nos reuniría a todos, por primera vez en mucho tiempo, aquel verano.

 

45. PAPEL CON VIDA

Unos pocos papeles explotan mi atención. Me ayudo bajo la luz poco viva del techo y del ritmo repetido de la música para recordar y sentir escribiendo en ellos.

Es muy fácil sentir y hacer correr por la imaginación como una película miles de fotogramas, unos ya vividos en la realidad; otros que se viven por primera vez aunque no sean reales y sí lo parezcan.

No es fácil expresar y más con tinta esos fotogramas, esos instantes y muchas veces parte de nuestras vidas.

Pero esos pocos papeles, como otros muchos millones ya escritos ayer, hoy y mañana, pueden llenarnos de vida, hacernos reflexionar, entrar en razón, aunque sea por un instante.

Que sigan haciéndose muchos más, porque aunque finjan vida, incluso la que no nos guste, la construyen. Este simple papel es eso, porque le he dedicado una pequeña parte de la mía, una página, una más.

44. Entre las páginas

Abres el libro y escuchas las voces que se esconden en su interior. Voces polifónicas, voces que enhebran historias, voces que captan emociones y recuerdos. Recuerdos en sepia de imágenes escritas para ser oídas:

“No sé cómo pasó, cuando empecé a perderlo. No lo sé. Recuerdo la frase escrita en su interior, en tinta roja, en la esquina de la página, dónde Ezequiel y Laura se besaban, dónde se daban una nueva oportunidad, después de la última derrota. La recuerdo anotada en aquella arista, al final de la página: <<Los libros si se dejan, se pierden y ya no vuelven a encontrarse>>, y percibo, los restos de una lágrima sobre la hoja, una mancha pequeña, suave, como de humo, que amarillea la historia, que rememora sensaciones, emociones, recuerdos que fueron escuchados, alguna vez por mí y por ella, al narrarnos las buenas noches cada anochecer. Pero lo perdí”.

Cierras el libro y todo desaparece, sólo queda la añoranza, esa extraña e instantánea amante del presente, esbozando imágenes, recuerdos, provocando exclamaciones, palabras, oraciones e, incluso versos – o besos-. Cierras el libro y todo se apaga, incluida la vida.

43. Entre las páginas… (Blanca Oteiza)

 

Como en un libro de páginas usadas por la lectura el olor me embriaga y me seduce como el príncipe de los cuentos infantiles a la princesa.

Es en esas tardes de sol rojizo en el horizonte, cuando sentada en el viejo sillón de cuero desgastado que reposa rodeado de modernos muebles como si fuera una pequeña isla de nostalgia entre tanto minimalismo de diseño, me gusta perderme entre letras que bailan ante mis ojos formando palabras que me hacen viajar a los rincones más escondidos de mi imaginación.

Mis hijos me preguntan siempre cuándo voy a deshacerme de él, pero yo quiero seguir conociendo mundo mientras descanso en mi querido butacón.

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