Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

05. Sensaciones (Ricardo González)

 

Entre las páginas 122 y 123 me deslumbró el aún brillante color rojo del pétalo de papaver rhoeas. Incluso creí percibir un sutil  aroma.

 

Volví al libro y, de perfil, pude apreciar que, unas cuantas después, guardaba nuevas sorpresas. Entre la 248 y 249, sí; surgía el dulce y mentolado olor australiano de las hojas, a la fuerza planas y resecas de eucalyptus  acaciiformis. Revivían.

 

Fue al tercer día de estudio cuando descubrí de la 340 y 341 que las finas agujas de los pinos sonaban a Respighi entre neblinas del amanecer en Vía Apia.

 

Infructuosamente lo intenté varias veces más entre páginas del libro y en otros muchos volúmenes de esta y otras bibliotecas, desconsolado.

 

Solo quien estudió con aquel tratado de botánica y la terquedad de mi profe de ciencias, en su empeño por enderezarme, me introdujeron en ese mundo de sensaciones, desconocido y absorbente.

 

Siguen amonestándome por oler los libros.

04. Colorín colorado (J.Antonio Vázquez)

Cuando las luces de la biblioteca se apagaron y los pasillos quedaron huérfanos de visitantes y curiosos, todos, o casi, peregrinaron cariacontecidos al lugar escogido para las exequias. Alrededor del viejo buró que acicalaba el pasillo de la sección de enciclopédicos, esa que ya nadie pisaba desde que la condenada «wikipedia» había eclosionado en la vida de todo ser humano que tuviera conexión a Internet, se congregaron los personajes de los cuentos de siempre dispuestos a darle el último adiós a Narrador, de quien lo último que se escuchó decir antes de perder el conocimiento y caer de bruces al suelo fue : «érase una vez».

Durante el sepelio, Cenicienta y Blancanieves no dejaron de llorar ni un solo minuto. El Soldadito de Plomo se fumó un cigarro tras otro incapaz de aplacar su angustia y hay quien asegura que escuchó a los tres cerditos lamentar que el «viejo» se había muerto de aburrimiento por contar siempre las mismas historias.  Al único que parecía no afectarle era al Lobo Feroz. Desde el rincón más oscuro miraba a Caperucita con la certeza de que la próxima vez, entre las páginas de su fábula, nadie sacaría a colación al maldito Leñador.

03. LA NOVIA CADÁVER – EPÍFISIS

De entre las páginas del libro de anatomía, el profesor sacó mi ficha y me encaminé con  el bedel y tres compañeros más al arcón de mármol donde estaban los muertos en formol.

El líquido ambarino,  turbio, dejaba entrever varios cuerpos y al estar mojados costaba sacarlos, yo cogí la cabeza y al reconocerla, la solté, golpeando los otros cadáveres.

Mi otrora novia,  guapa, aunque hoy, las suturas de la cabeza y cuerpo la afeaban, me miraba. La  depositamos en la mesa de autopsias y el formol se iba por los sumideros, el olor no.

Una cicatriz bordeaba el nacimiento del pelo y otra más grande  su abdomen y tórax.

Ese pecho,  que tantas veces había acariciado, ahora amarillento y  húmedo, ese vello púbico, ralo y pegado, con el que me gustaba enredar  mi dedo, durante aquellas tardes de verano.

Tirando de los hilos gruesos, el abdomen se abrió como una granada madura. El profesor con un estilete nos señaló el útero cortado sagitalmente, con un embrión. Se suicidó, nos explicó  y donó su cuerpo por si se encontraba con el futuro estudiante de medicina y enseñarle a su hijo.

Me desmayé,  golpeándome en la nuca, ahora estoy en Toledo.

02. Secretos maritales (DavidRubio)

—¿Su marido leía? —Preguntó el inspector al otro lado de la mesa.

—¿Leer? ¿A qué viene eso? Como mucho esos periódicos deportivos.

—¿Está segura? —El agente abrió el cajón y le mostró un libro— ¿Lo reconoce?

La viuda arqueó las cejas. Cogió el volumen y lo hojeó con premura.

—Sí… es una novela romántica… la leí hace mucho.

—La aferraba cuando encontramos su cuerpo. Es raro para alguien que no leía, ¿no le parece?

—Jamás lo hubiera imaginado… Parece que nunca conocemos del todo a las personas —comentó mientras jugueteaba con las páginas—. ¿Me lo puedo llevar?

—Por supuesto. El forense ya ha confirmado que la causa de la muerte ha sido un infarto. La investigación está cerrada.

El inspector se levantó y acompañó a la mujer hasta la puerta. Allí, a modo de despedida, le dijo:

—¿Son buenas? Las novelas de detectives ya me empiezan a aburrir.

—Hay de todo… disculpe, tengo prisa.

La mujer se marchó. El agente volvió a la mesa y extrajo unas fotos del cajón. Las observó tratando de reconocer en ellas la respetable esposa que se acababa de marchar.

“Es verdad, nunca sabemos lo que nos podemos encontrar en un libro”, se dijo.

138. Cuando éramos niños

Un bosque de cuento. De esos frondosos con árboles de brazos gigantes agitándose con un viento que parece aullar. O quizás sean los lobos. Siempre hay lobos en los caminos de baldosas amarillas que llevan a un mundo de fantasía. O a casa de la abuela. Ella siempre tiene historias que contar.

Se hace de noche. Cerrada, oscura, tenebrosa. Las nubes cumplen su amenaza y el cielo se rompe en pedazos sobre nosotros en el mismo momento en el que el motor deja de rugir.

Lo recuerdo como si fuera ayer. Todos sentados en aquel Seat 124 rojo averiado y esperando una grúa que tardó horas en llegar, aunque no las suficientes para agotar ni la imaginación de papá, ni las canciones de mamá ni nuestras risas. Nunca nos sentimos tan felices y seguros como bajo la tormenta.

137. PRECISIÓN

Las gradas del circo ofrecían un lleno espectacular. Payasos, malabaristas y saltimbanquis conseguían arrancar sonrisas de admiración en los espectadores. Aunque todos esperaban impacientes la salida a la arena de Sandor, el famoso lanzador de cuchillos venido de tierras lejanas. Cuando lo hizo, los aplausos retumbaron provocando que la carpa vibrara. Luego, contuvieron la respiración expectantes. Sandor enseguida les mostró una caja llena de cuchillos y les explicó que esta vez venía solo, no le acompañaría su pareja habitual. Quería dar un paso más para demostrar su precisión y ofreció un cuchillo a cada uno de los asistentes siendo él mismo quien los repartió. Entonces regresó a su posición inicial y les animó a que se los lanzaran. En segundos una tormenta de cuchillos se le vino encima y sorprendió su habilidad en esquivar cada uno de ellos.

 

136. Regreso a casa

«… maldita nevada…si al menos no me doliera tanto el brazo…

debería estar llegando al pueblo, faltaban pocos kilómetros cuando patinó el maldito coche y me incrusté contra el árbol…

no siento los pies, ni las piernas, espero que no se congelen los dedos… sin embargo el brazo me tortura a cada paso…

bueno, pero si ha dejado de nevar… y parece que ya no me sangra el brazo, de hecho, no siento la sangre pegada ¡y ya no duele tanto!, vamos, que no me duele, y lo puedo mover… ni me cuesta caminar, no me siento nada cansado, todo lo contrario… ¡eh! allí viene gente…»

134. El brujo

Cierra los ojos y recita la plegaria. Cada vez que termina, saca un puñado de hierba seca de la bolsa y lo lanza al aire.
–Este tipo no va a conseguir nada.
Por un momento abre los ojos y mira el cielo: está completamente azul. Sigue musitando la plegaria. Llegará. La lluvia llegará.
–El anterior, Fat… Se llamaba Fat. Conseguía lo que le pedíamos. Una tormenta… Lluvia… Nieve…
Si al menos le dejaran. Tienen que esperar. La lluvia tardará un poco. Un poco.
–Me voy a la caravana. Me apetece un trago.
–Le avisaremos si consigue que llegue la lluvia, señor Ford.
–Cuando lo consiga, Harry, cuando lo consiga.
El joven brujo no puede menos que sonreír. Quizá los otros han perdido la fe en él, pero no Natani Nez. No Natani Nez.
Sisea la plegaria. La repite una y otra vez sin hacer caso del cansancio. La sigue repitiendo hasta que un viento húmedo le golpea la cara.
–Hum. Parece que el maldito navajo lo va a lograr.
Musita la plegaria una vez más. Las primeras gotas le golpean el rostro.
–¡Increíble! Chuck, llama al señor Ford. Dile que todo está listo para seguir rodando.

133. INUNDACIÓN – LEO GARCÍA

¡Maldita sea! ¡No para de llover! No me lo puedo creer, veinticuatro horas seguidas sin parar. No sé qué más puedo hacer si no esperar a la asistencia. Pero es peligroso. Llevo ya casi un día subido a éste algarrobo y me siento cansado, si me caigo me ahogaré, debe haber ya más de un metro de agua. ¡Qué desastre! ¡Pero si la tele daba sol y temperaturas altísimas hasta dentro de diez días! No atinan ni una….
Además, me resulta extraño que no pase otro participante por aquí. ¡Increíble! Hubieran podido ayudarme… Pero bueno, es lo que hay, la ayuda no tardará en llegar, creo…
Empapado, me voy a morir de neumonía. Del algarrobo a la UCI seguro. Menos mal que voy abrigado, pantalón impermeable, camiseta interior, sudadera, chaquetón forrado, lo mejor será que aguante y no me quite nada.
-¡Oye! ¿Me oyes? ¡Baja, estamos aquí para ayudarte!-
-¡Menos mal! Habéis llegado. Tiradme un chaleco salvavidas y me subo a la barca.-
-¿Qué dice éste tío? Debe ser el calor, ¿habéis visto la ropa que lleva encima? Sufre insolación seguro. Lleva treinta horas desaparecido y dónde estamos, a cuarenta grados y sin llover desde hace seis meses….-

132. Historia de amor bajo la tormenta (Elysa Brioa)

La primera vez que mi abuelo viajó a la capital llovía, de tal manera que para él, habitante de espacios abiertos, todo se mostraba gris y triste. No era capaz de entender como la gente se orientaba en ese mar de artilugios que sujetaban sobre sus cabezas. En aquel maremágnum alguien le rozó y tuvo algo parecido a un cosquilleo que le recorría el cuerpo, la curiosidad le hizo ponerse de puntillas para atisbar entre la muchedumbre a la dueña de ese paraguas. Alentado por su alegre colorido siguió el bamboleo cadencioso sin perderlo de vista, no podía explicarse la razón de aquella persecución pero sentía que era importante. Cuando a punto estaba de flaquear y dejar aquel desatino se dio cuenta de que el objeto de su seguimiento era plegado y su portadora entraba en un edificio. Buscó el nombre de la calle y cuál no sería su sorpresa cuando descubrió que era la misma dirección donde él debía alojarse.

El abuelo se fue con las lluvias de primavera, antes de morir me pidió que le acercara el paraguas de la abuela. Me reconforta pensar que ahora caminan juntos resguardados de la tormenta que un día los unió.

131. Calados

No hay tormenta más grande y bienvenida que la que comienza con ese relámpago que escapa de tus ojos y llega derechito a los míos anunciando tempestades. La borrasca que se genera en tu boca y que gira una y otra vez tronando sobre la mía. La que se inicia chispeando sobre mi cuello para terminar haciendo que un aguacero baje por mis piernas. La que consigue que se inunde la cama, aunque ya nos pille flotando. La que hace que acabemos como siempre, para recuperarnos de tanto desbordamiento, nadando, con besitos, sobre las aguas mansas de las sábanas.

Y es que no, no quiero que salga el sol en nuestro cuarto, no quiero que llegue el buen tiempo y se pase la época de lluvias. Quiero que sigas diluviándome y que  me atormentes de parte a parte con tormentas que descampan en mis brazos. Y que en cada temporal acabes calándome una y otra vez con ese te quiero continuo de gotera que se filtra por mi oído.

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