Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

110. ASUNTO: DESPEDIDA

Todos los días te dejaba en la guardería antes de ir al trabajo. Al salir del garaje de casa te pedía que me ayudaras a encontrarla. “¿Cole?”, preguntabas durante todo el camino, y yo te respondía que no sabía dónde estaba. Al aparcar el coche, veías el cartel rojo con el osito y gritabas emocionada: “¡Ahí tá!”. Me encantaba jugar contigo a buscar la guardería. Con los años habrías llegado a pensar que tu padre era un completo despistado, pero hasta el tiempo nos quitaron. Ahora recorro solo el mismo camino. No me atrevo a mirar a través del retrovisor tu sillita vacía. Han pasado casi dos meses y sigo sin poder quitarla. Sigo sin poder vivir sin ti.

Muchos me dicen que mire hacia el futuro, que siempre me quedará tu recuerdo. Pero es todo mentira. Cada día me pongo mi máscara para enfrentarme al trágico baile de la vida, pero mis pasos son desacompasados y mi risa está rota. Vivo en una muerte inducida. Para mí la función termina hoy. Esta noche volveremos a buscar juntos la guardería. Te lo prometo. Necesito oír una vez más tu voz diciendo: “Papá… ¡ahí tá!”.

Os quiero.

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108. Barra libre

Es la única noche del año en la que mi capa luce y no está pasada de moda, la única noche en la que encuentro «barra libre» en cualquier baile de máscaras de Carnaval. A veces, incluso, cuando no me limpio la comisura de los labios con mi pañuelo, suelo llevarme algún premio.

107. Sábado de carnaval

Ella se había colocado la mejor de sus sonrisas, consiguiendo disimular esa sensación de amargura que le acompañaba a todas partes, mientras que él, por su parte, había logrado camuflar su mal humor detrás de una reluciente dentadura, blanqueada el tercer viernes de cada mes en su dentista de confianza. Y si ella intentaba esconder su inseguridad bajo una serie de poses que había copiado a una conocida presentadora de televisión, él ocultaba su timidez imitando los gestos de un carismático actor. De tanto repetirlos, tantas veces, en tantas citas, a ellos ya les parecían naturales. Ambos estaban realmente irreconocibles, un detalle que, teniendo en cuenta que se acababan de conocer, tampoco debería ser relevante. A su alrededor, camareros, clientes y demás comparsas desempeñaban sus papeles con eficacia y soltura. El escenario, un pequeño afterwork minimalista en el centro de la ciudad, y las cervezas ayudaban y, al final, la noche terminó donde tenía que terminar. Por la mañana, con las prisas y los nervios, los dos olvidaron ponerse sus respectivos disfraces y un cierto olor a desencanto les estuvo acompañando durante el resto de la semana.

106. TRANSPARENCIA

Le gustaba ser el foco de atención en todos las fiestas y eventos sociales, que la miraran mientras se exhibía tanto con sus ademanes como bailando. Casi siempre lo conseguía, como también conseguía ser la envidia entre conocidas y desconocidas. Su rostro de satisfacción y cerca del éxtasis la delataba, destapaba su vanidad.

Hoy tenía que enfrentar a algo nuevo para ella, era su primera fiesta de máscaras y debía tapar una parte importante con la que ganaba su arrogancia. No satisfecha con ello cometió el error de que su máscara fuese transparente; esta vez no consiguió ver las miradas del resto y solo la suya ante todas se perdía en la desesperación.

105. El destino

Bebíamos bourbon del bueno, cubalibres de ron, gin-tonic. Se bailaba salsa, rumba, pop. Se fumaba, se coqueteaba —la mayoría con la misma Cleopatra—, se bromeaba. Me reía siendo el Joker, junto a Pancho Villa y Napoleón, de la mujer barbuda, de Chaplin, de la Pantera Rosa, del jorobado donjuán. Algunos se perdían por los rincones oscuros, otros ofrecían espectáculo de caricias prohibidas y unos pocos no se decidían. Estaba siendo una gran fiesta de disfraces en el apartamento de Eva hasta que Batman llegó. Desde ese momento, solo tuve ojos para él. Sin pretenderlo, mi atención se centró en todos sus movimientos. Un escozor me recorrió el cuerpo y se fue transformando en rabia incontenida al advertir las sonrisas coquetas que despertaba, los piropos que le lanzaban y los suspiros que producía a su alrededor. Juro, que un tiempo después, escuché voces y carcajadas en mi cabeza. Ya no fui yo. No recuerdo, como aseguran, el instante en que agarré el cuchillo, me abalancé sobre él y lo apuñalé con saña, mientras le escupía veneno antes de que me apresasen y descubrieran que había matado a Batman, y bajo su máscara, a mi querido hermano Abel.

104. VENECIA SIN MÍ

Llevábamos saliendo más de año y medio y aún no nos habíamos ido nunca de viaje juntos. Yolanda tenía unos turnos de trabajo complicados y en vacaciones aprovechaba para terminar la tesis. Yo, por mi parte, tenía un trabajo discontinuo y andaba bastante justo de dinero. Así es que, cuando me tocó el viaje a Venecia me puse tan contento que sentí la necesitad urgente de decírselo. De aquella no había móviles, así que, antes de andar peleándome con la de la centralita, decidí ir hasta el hospital andando. Por el camino iba pensando en una Venecia en pleno carnaval, en Yoli y yo perdidos por románticos rincones, en noches de amor arrullados por las romanzas de los gondoleros. Absorto como estaba atajé por un descampado, desierto a esas horas. Al rato un individuo me abordó por la izquierda. “La pasta” –dijo–. Yo, sorprendido, hice un giro brusco, forcejeamos, consiguió mi cartera y huyó. Corrí detrás hasta notar un líquido tibio que empapaba mi costado. Desperté bajo una luz que me cegaba. Todos llevaban máscaras y me miraban mudos.

103. LA SEMILLA DEL MAL

Nada transcendió de la confesión al obispo que le hizo el sacerdote renegado en su lecho de muerte, pero la persecución iniciada enseguida contra varios ciudadanos, a los que se acusó de practicar la brujería, y lo que se contaba de ellos entre rumores apenas susurrados, confirmó la existencia de una pintura en la que se había utilizado sangre de vírgenes y niños consagrada en misas negras; en ella, decían, se recreaba una mascarada con todos los vicios humanos, tan realista que en el alma de quien la contemplase acabaría germinando la semilla del mal, porque su autor era el mismo Satán. A pesar del celo que puso la Iglesia para buscarla, nunca apareció. Quienes la custodiaban murieron en la hoguera sin revelar dónde se ocultaba, convencidos de que vería la luz en el momento propicio para el que el mundo sucumbiese a su hechizo.

Mucho tiempo después, un pintor encargado de restaurar los frescos de una antigua capilla descubrió, bajo el revoque de yeso de la pared, un mural de tonos rojizos y extravagantes figuras enmascaradas que parecían iniciar una danza. Se imaginó el prestigio que conseguiría cuando su hallazgo fuese conocido. Y decidió colgar una reproducción en Internet.

102. Reinando al fin

Una semana antes de carnaval. Cinco campanadas. Cuando el reloj de pared habló por sexta vez, el viejo profesor levantó la vista del periódico y, escoltando en tal firme decisión al resto de su cuerpo, sus piernas pusieron rumbo a su habitación. Tenía que prepararse. La asistencia de la crème de la crème del mundo universitario estaba asegurada, según se desprendía de la carta que solicitaba su personación en el acto que se celebraba aquel atardecer.

—Hoy se jubila un gran hombre. No tuvo inconveniente en vestirse de payaso para costearse la carrera. Así consiguió enfundarse otro disfraz: un birrete con su toga que ha paseado con honor por las aulas de nuestra universidad. ¡Demos la bienvenida a nuestro arlequín, Sandalio Pajarín, del saber ferviente paladín!

—Gracias, amigos. ¿Por qué me miráis así? ¿Pensabais que colgaría la toga para llevar una vida triste de pipa, zapatillas y batín? Estáis muy equivocados. Yo, Sandalio Pajarín, voy a cumplir mi gran deseo… ¡ser una drag queen! —anunció el viejo catedrático, encaramado en unas plataformas de vértigo, embutido en un modelito de diseño años ochenta y luciendo, satisfecho, una amplia sonrisa de carmín.

 

101. La última hoja

Cuando se abrió la puerta de la vieja mansión, descubrí un sinnúmero de máscaras flotando en el aire; algunas de a pares, como bailando; otras, en grupos, departiendo alegremente. Entonces sentí una opresión en el pecho, pero como una voz me dijo que no podía estar ahí sin al menos un antifaz, no tuve más remedio que vestir el que me ofrecía. Al instante, las máscaras dejaron de simularse deshabitadas en el aire, pasando a cumplir estrictamente con su prístina función. Ya sin miedo, me mezclé entre los invitados; y tras aceptar una copa de champán, iba a pedir permiso para usar el teléfono, cuando la vi. Era muy pálida, de cabellos como la noche y ojos de enigma labrados. Me hice de otra copa, y me olvidé de mi auto descompuesto en medio de la ruta… Bailamos y platicamos hasta el alba. Entonces, al igual que los otros, se dirigió hacia una de las paredes y, antes de que su máscara quedara retenida en la sala, me señaló mi cuerpo tumbado junto a la puerta de entrada. «Aún no sé tu nombre», le dije, y mi antifaz fue como la última hoja de otoño en caer.

100. TIEMPO DE VALS

Un, dos, tres… Un, dos, tres…
            Una máscara blanca, una máscara negra, volando en las alas del vals. Un zapato blanco, un zapato negro, besándose en el ritmo de las piruetas. Un guante blanco, un guante negro, dibujando su propio ballet en las curvas de la seda.
            La música se apaga. Las luces titilan en las arañas de cristal. El reloj marca la medianoche. «¡Quitar las máscaras!» ordena el maestro de ceremonias, produciendo un bullicio general.
            Una máscara blanca, una máscara negra se estremecen por no haber pronunciado sus nombres.
El tamboreo cresciente prepara el momento de la revelación.
Un guante blanco, un guante negro acarician los antifaces de cartón y se desprenden lentamente. La decisión fue mútua. Los ojos lo saben, los labios lo consienten.
El baile vuelve a poner en marcha su eterno molino, arrastrando en su engrenaje a los esclavos de la vida.
            Con pasos furtivos, un zapato blanco, un zapato negro se pierden en el laberinto de la noche, cada uno en su camino, soñando con un nuevo vals, en otro tiempo, en otro lugar….

98. ¡Máscaras!

¡Máscaras!

Siempre me dices lo mismo.

¡Máscaras!

Insistes hasta el tedio.

¡Máscaras a tu medida, máscaras de disimulo, máscaras que cubran la melancolía, máscaras que tapen mi desesperación!

¡Máscaras!

¿Desde cuando soy mi máscara?

¿Hace cuanto tiempo no veo mi verdadero rostro?

¿Quien soy? ¿Quien soy?

¡Quien…! ¿…soy?

Ni yo misma lo sé. Sólo comprendo que soy incapaz de mirar detrás de estas caretas que desde pequeña me enseñaron a vestir.

Ya estoy cansada.

Ya no puedo más.

No puedo seguir con esta farsa.

Quiero volver a vivir desde mi y no desde lo que los demás quieren que sea.

¿No os dais cuenta? -gritando- No puedo ser quien todos queréis.

Soy vuestra marioneta pero ¡se acabó!. Desde ¡ya! voy a buscar mis hilos y voy a cortarlos todos y cada uno de ellos.

¡No quiero ser máscara, no quiero ser marioneta!

Ahora decido yo.

97. Somos mentira

Esta noche, destilo libertad bajo una máscara escarlata. Quisiera saber si acudirás a nuestra cita. Te descubro, al fin, tras tu antifaz, buscándome en medio del bullicio y, cuando tu mirada me alcanza, sonríes. De nuevo juntos, tocándonos con sagrada devoción, como hace justo un año. Cede mi cuerpo a la firmeza de tus brazos mientras bailamos. En medio del gentío puedo escuchar tus palabras, aun siendo un susurro en mi oído. Tiemblo; hace tanto que nadie me hablaba así. Me pregunto dónde estuviste cuando las afiladas garras del tiempo arañaban mis días. Tú silencias mis pensamientos con un beso. Rendida al placer de tus caricias, sigo uno a uno el misterio de tus pasos, hasta llegar al refugio de nuestro último encuentro. Piel con piel, deshacemos en amor tan larga espera, para aguardar después, como ausentes, la despedida.

Al amanecer, descubro nuestras máscaras sobre la almohada. Silenciosa, salgo en tu busca y te encuentro, como siempre, sentado junto a la mesa de la cocina, leyendo el periódico. Saludo, y tú me respondes con desgana, apenas sin mirarme. No importa, me digo mientras me dispongo a prepararte el desayuno. Sólo queda un año para que regrese el Carnaval.

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