Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

32. EL FESTEJO DE VIEJAS COMADRES

Fue en aquel viaje de regreso a San Luis Potosí durante la celebración del Día de los Muertos que pude al fin reencontrarme con mis viejas comadres después de cuarenta años. Me vinieron las cuates toditas cadavéricas a buscarme al aeropuerto arrastrando un aire festivo que contagiaba a todo el mundo. Y yo, sintiéndome partícipe de la fiesta, me dejé llevar así nomás, sin máscara ni nada.

-Señorita ¿Me da mi calaverita?-Nos decían los chamacos a nuestro paso reclamando sus golosinas.

En verdad las calles eran un bullicio de procesiones, gentes enmascaradas, como ríos de difuntos que daban a parar al santuario: El camposanto, invadido por una algarabía a la que ya no estaba acostumbrada. Y esquivando familias creí ver la tumba de mi mamacita y quise pararme, pero las comadres me llevaban decididas a un lugar concreto con sus cestos repletos de quesadillas, que me encantan, y panes dulces de muerto. Entonces, frente a tres tumbas solitarias donde nadie festejaba, soltaron los cestos y prendieron llama a los cirios que las rodeaban. Vi sus nombres: Asunción, Guadalupe y Eulalia… Se sentaron ante mí con sus máscaras, comimos, bebimos y celebramos que yo sí huí evitando así mi matanza.

31. Inconfundibles

Inconfundible ese trasero respingón que pugna por levantarse incluso bajo el disfraz de caperucita. Imposible no reconocer las orejas carnosas y rosadas, aunque estén disimuladas bajo el casco de gladiador romano ¿De verdad piensa que el disfraz de Robespierre oculta su movimiento algo espasmódico al andar? Vine a la fiesta de disfraces pensando que lo pasaría en grande, al olvidar quien es quien bajo el disfraz….pero, ¿cómo no reconocernos?

29. CITA EN VENECIA

Cuando entró en el gran  salón  de los espejos, todas  las cabezas se giraron y un murmullo de admiración contenida recorrió el baile, como si una extraña marejada hubiera inundado todo el palacio dejando vacíos los bellos canales de la ciudad.

Coronando una larga capa de seda negra se alzaba, imponente, la más hipnótica y elegante máscara que jamás vieran los asistentes a aquél carnaval de Venecia.

Tras una educada reverencia, el fabuloso pájaro brillante de largas plumas doradas que, como una llameante cascada, le recorrían de la cabeza a los pies, fue tocando levemente, con su pálido pico y a modo de discreto saludo, a cada uno de los invitados que le rodeaban curiosos, tras indicar a la orquesta que prosiguiese con su interrumpida música.

La sorprendida anfitriona, no conociendo a aquél intruso, se colocó a su espalda y, en un rápido movimiento de la mano, le arrancó de pronto la máscara, que cayó con un sonoro golpe al suelo.

Los atónitos presentes pudieron ver entonces, horrorizados, a la inmemorial y conocida calavera, de vieja y carcomida sonrisa, acudiendo puntual a la cita que, precisamente esa noche, tenía concertada con todos ellos.

28.La sonrisa del ratón

Había sido un curso muy duro. Hice cuanto pude para obtener la máxima nota en el examen de selectividad, pero no fue suficiente para acceder a la universidad pública, unas décimas de menos y mi vocación al traste. La carrera deseada se impartía en una inaccesible facultad privada, que con el sueldo de mi padre no me podía permitir. Conseguí sumar amargura a la que ya arrastraba desde la pérdida de mamá.

 

Llevaba sin salir desde entonces, hasta que mis amigas me convencieron para asistir al baile de máscaras del casino. Acepté, al fin y al cabo, allí no tendría que mostrar mi rostro, falto de alegría desde hacía meses. Una vez allí me sentí fuera de lugar, rodeada de personas felices y pudientes, cuando apareció aquel tipo armado. Oculto tras una máscara de Mickey Mouse, desvalijó a todos con rapidez y eficacia, en mi caso apenas contribuí a engrosar su botín, que sin duda fue sustancioso.

 

Semanas después, papá anunció que había obtenido un ascenso, que ahora podía costear mi carrera. Todo se lo debo. Nunca le contaré que en un cajón descubrí un día una pistola de juguete, junto a ella, un ratón sonreía.

27. AL NATURAL

El cuarto vacío. Sobre la cama la huella de sus cuerpos. En el aire el olor a almizcle.

Con su desnudez como único vestido bajó las escaleras apresurada,  para ver si aun podía darle alcance. Sobre la barandilla, la capa negra.  En el último peldaño una antifaz con ribete dorado.

Eso era todo.

Inquieta y de puntillas miró a través de las rendijas de la persiana. El viento azotaba las copas de los árboles y un sol de un tenue anaranjado se despedía en el horizonte.

El primer día de la semana  por la tarde,  llamaron a la puerta.  Era él que sintió frío sin la capa y sin sus besos. Era él que solo iba a cara descubierta en la intimidad y necesitaba su antifaz.

Al no poder olvidar la piel de la dama francesa del siglo XVIII tuvo que rendirse a la evidencia de que se había enamorado de un cuerpo y su voz.

De la mano subieron las escaleras y sin preguntas se sentaron en el borde de la cama.

Lo miró como si nunca lo hubiese visto.

La besó como un aprendiz.

Se acariciaron por primera vez y se amaron, pero esta vez,  sin disfraces.

26. CONVERSIÓN

 

De nuevo sola. El marido al fútbol, los hijos… todos tienen alguna cita que no pueden eludir… y yo…

He puesto en práctica una idea que rondaba en mi cabeza. Desde  entonces mis tardes, han dejado de ser solitarias.

Saco  del armario las bolsas que contienen el disfraz. Me siento mal, mi conciencia me dice que no lo debo hacer. Pero por otro lado, por el perverso, escucho una voz que me anima a continuar, y es a la que hago caso.

El body, se ajusta como si fuera mi piel. Sobre él, un vaquero y una camisa. Los zapatos de aguja,  los llevo en una caja, trato de no llamar la atención.

Me maquillo sin exagerar. Todos los que asistimos a esta fiesta, lo hacemos con discreción. No damos motivos para sospechar que tras las puertas se celebra un baile de disfraces, nada inocente.

El único requisito, es llevar un antifaz. El disfraz es lo de menos. La pareja la elige cada cual. Yo elegí la mía con quien hago las locuras que en casa he rechazado.

Él asiente tras la máscara.

Todo ha cambiado, a mejor, desde que encontré esta dirección en el pantalón de mi marido.

25. EL BASTARDO

Cuentan, que en el lecho de la muerte don Nino, médico de la aldea, durante su confesión, se lamentaba de haber mantenido el secreto. Quizás debió advertir a los ennoviados.
Sucedió hace muchos años cuando Lúa no veía cumplir sus anhelos. La rapaza siempre subestimó las letras y los números, sus aspiraciones volaban más alto, casarse con Xurxo. Dicen que el joven no tenía prisa, gozaba de todos los privilegios de su relación consumada.
Fue en carnaval cuando harta de la espera, Lúa urdió su plan. Vestida y enmascarada para el engaño eligió a su víctima. Bebieron y se retozaron hasta culminar sus impulsos. El futuro de Lúa dependía de su presa arrebujada, que colmó repetidas veces sus deseos.
Ya preñada, el bueno de Xurxo no pudo eludir el matrimonio.
Fue aquella noche cuando don Nino agonizante lo mandó llamar y le reveló el secreto: el infortunio de su infertilidad. Al alba, el joven Xurxo desapareció sin dejar rastro.
Dicen que Lúa nunca fue feliz, el vástago creció pendenciero y malhechor. Cuentan que aquella noche de carnaval merodeó por la aldea un fugado que se sirvió del disfraz para la huida.
Lúa aún sigue preguntándose por qué se fue.

24. Para Amparito

—Es muy rico.

— ¿Eso es bastante?

—Eres pobre.

—Me duele con él. No me mojo.

—A tu padre le mandé con otras mujeres; al burdel de la capital, en el carro de la yegua.

— ¿Porqué?

—Yo era pobre. Me dejó la alianza de casada y unas vacas.

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El murmullo de las olas acompaña los estertores del agonizante. Se desangra a borbotones. Se apaga con su mirada de idiota; fija, ésta última vez, en las lumbres de las estrellas de un cielo sin nubes.

Ella escupe la carne en la arena, y con la cara bañada en sangre pasea hasta la orilla. Se sumerge desnuda en el agua tibia del verano, bebe un sorbo de mar y se enjuaga la boca. Regresa limpia junto al cadáver; rebusca la cartera de los billetes y la deja ostentosa sobre la parte mutilada.

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Al entierro acude toda la aldea. La viuda recibe pésames esquivos, condolencias maliciosas, y palabras forzadas; aunque conserva la máscara de siempre, el rictus ignorante de los vicios del marido.

De espaldas al féretro, las manos en el regazo, sus dedos juegan con el anillo de boda. Quema aún, pero ya tiene destino: un agujero compartido entre los comederos del ganado.

23. Por favor, no pregunten

En la cena de la fiesta de máscaras me sentaron en un lugar políticamente incorrecto, a la diestra de Berlusconi y a la izquierda de Stalin. No me pregunten qué pintaba yo en aquella celebración, agarrotado, rodeado de mármoles suntuosos, con camareros de frac y caretas de Pierrot. Abosorto entre un enano con alzas y una sinuosa rubia portando el bigote de cepillo de Stalin, admiraba la cubertería de plata, cuando, justo al hacerme con la bandejita de los canapés —una joya de la orfebrería—, y devorar el último, la celada se me atascó, obligándome a buscar consuelo en el vino. Lo consumí a espuertas, quijotescamente, con una pajita.

Aquella noche decadente, surrealista, me sentí dentro de un cuadro de Grosz: un cura, junto a un banquero corrupto, bendecía a un tipo con un orinal en la cabeza. También había un médico. Y un bombero. El primero decía: «vuelve en sí» mientras el segundo aplicaba un soplete a mi celada.

Amanecí encerrado en un calabozo, casi desnudo y con dolor de cabeza. La prensa aseguró que bajo mi armadura había más plata que en las minas del Potosí. ¡Patrañas! ¡Hoy ya nadie soporta a los Quijotes!

 

22. Mariposas nocturnas

En un oscuro café del centro, un hombre y una mujer acaban de sentarse en la esquina de la barra del bar. La mujer lo observa con curiosidad. El ventilador gruñe en lo alto.

El hombre se despliega en su propia exposición. Pareciera que teje una tela con sus palabras. Se explica a sí mismo desde los orígenes, muestra los mapas de su itinerario vital: detalles de la infancia,  viajes  y servicio militar. Utiliza aumentativos para realzar sus hazañas, diminutivos para disimular sus errores. Dibuja su perfil con precisión.Inocentemente se entrega a la meticulosa exhibición de sus vísceras, la piel transparente, los ojos brillantes.

Suenan las doce de la noche, el calor sigue siendo pegajoso.

La mujer lo empieza a observar con la mirada aburrida de un entomólogo que acaba de tropezarse otra vez con una especie de lo más vulgar, un insecto enredado bajo la crisálida que él mismo ha urdido.

Mira el reloj, otro ciclo se ha completado. Se levanta y lo abandona en su metamorfosis inversa de mariposa a oruga.

El aire caliente entretenido por el ventilador contempla la escena.

21. SOLAMENTE SOY UN HOMBRE

Le pido un minuto. Sólo un minuto para abrazarla durante mil años.

Ella acepta e, imantados, bailamos un Réquiem.

El líquido salitre de sus ojos riega mi cara. Y, al mirarla, sé que morir será un pequeño precio a pagar ante el privilegio de haberla conocido. De haberla tenido.

Aparento entereza, pero por mis venas corre un universo de miedo.

Después María, mi María, se empeña en ponerme la máscara de piel de cabra que ella misma cosió.

Nos despedimos con un «hasta luego» sabiendo que, en segundos, metamorfoseará en un definitivo «hasta siempre».

Abro la puerta, salgo a la calle y… el disfraz facial no sirve de nada.

Me reconocen, me apresan, me torturan y, junto a dos ladrones, muero crucificado en el Gólgota.

20. Bruma resacosa

La sala se llena de miradas secretas que observan sin ser vistas detrás de las capas de terciopelo. Los cuerpos bailan abrazados, algunos insinuando movimientos más íntimos que recuerdan noches de lujuria. Máscaras indiscretas que se mezclan en el gran salón decorado de querubines con mirada pícara, donde sus alas parece quisieran echar a volar hasta el mármol ajedrezado del suelo para esconderse entre los invitados de la fiesta, bajo los disfraces de las damas confundiéndose con las plumas o los dorados de sus exuberantes vestidos. Las horas se suceden sin importar a los presentes, los relojes ajenos prosiguen con su viaje del tiempo. La noche va ocultándose introduciéndose en el agua del horizonte que va tornándose en naranjas rosáceos.
En la fría madrugada puede observarse la silueta de Santa María la Salud entre la niebla fina que cubre la laguna.

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