Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

112.La leyenda de la montaña.

La primera parte de la escalada fue larga y pesada. El frio penetraba en mis huesos haciendo de mis torpes movimientos un lastre para la expedición; aunque en ningún momento hubo queja, y eso es algo que siempre agradeceré.

Apenas había tenido entrenamiento para enfrentarme a la montaña, pero las necesidades nos hacen valientes y los sentimientos decididamente temerarios.

Tras el imprescindible descanso, la montaña pareció reconocerme y nos dio la tregua necesaria para que el ascenso al siguiente campamento fuera menos costoso. Al llegar me estremecí al sentirte cerca y pedí a la montaña que me concediese el deseo de encontrarte.

Nadie intentó seguirme al alba cuando salí en tu busca. Caminé varias horas desafiando al frio sin rumbo fijo pero con la esperanza intacta, hasta que por fin te vi.

Cuenta la leyenda que la montaña acoge a los visitantes caídos concediéndoles la inmortalidad en forma de árbol. Coronabas un pequeño claro y tus ramas se alzaban al cielo repletas de hojas. Cuando me llamaste corrí veloz a abrazarte, y ella hizo el resto.

111. PLANES

Tras varios días de búsqueda lo habían encontrado. No muy lejos del pueblo, en el fondo del barranco nevado. Terminó para Carmen la impaciente espera, la angustia de ver caer la nieve que ocultaría el cuerpo de su marido. Lo han rescatado y Manuel ya no es un desaparecido, sino un muerto de verdad al que llorar en alto y decir adiós. Ella podrá por fin vestirse de negro, poner la esquela, enterrarlo, llevarle flores al cementerio los domingos…

Pasado algún tiempo, no sabe cuándo, quizás una primavera más bella que otras, Carmen podrá por fin dejar de comprar flores, olvidar la tumba y la culpa, abandonar el luto. Y recuperando su alegría, volver a casarse. Con Juan.

Siempre que nadie sospeche de ellos.

110. LASTRES

Samuel llega a la estación congestionado por el esfuerzo. La ropa ajada, el carnet del paro, fotos que duelen, los papeles del desahucio, el manuscrito sin publicar, una nota de adiós con la tinta corrida… Los despojos del naufragio colman la maleta, que ha imprimido en la nieve dos roderas profundas, aunque no tanto como para destacar sobre otras. Ya en la estación, el calor evapora algún resto de perfume que un último beso debió de dejar en su bufanda, y el aroma se aposenta sobre la maleta, acrecentando todavía más su peso. Samuel jadea mientras tira de su carga por el andén infinito. Al llegar a su vagón intenta alzar la maleta, pero ella se aferra al suelo con obstinación de ancla. Exprimiendo al límite su voluntad Samuel logra saltar al tren justo cuando suena el silbato. Sudoroso, arroja a la noche la bufanda ya inútil, que sale volando como un pájaro a cuadros y se posa en la maleta abandonada.  Samuel ya no lo ve: con las manos vacías en los bolsillos se adentra en el convoy. Por primera vez en mucho tiempo sonríe.

109. FELINO

Las campanadas sonaron casi hipnóticas. Las tres de la madrugada, ni un alma en la calle. Sebastián acababa de pasar por El Hermitage, le acompañaba un cielo negro transparente. Finalmente la luna paseaba su elegante silueta por la ciudad, todavía envuelta en nubes cargadas de frío.

Conoció a Katiusha  en Salamanca un fin de año disperso, hasta que se encontró con sus enormes ojos. Ella le colmó de la calidez que anhelaba, de mil risas que le despertaron de su vida muda, de su piel besada con un dulce perfume almizclado.

Días antes de abril la loba desapareció, Sebastián entró en una bouffée delirante. Únicamente acertó a imprimir su billete a San Petesburgo.

Selene se escondió de nuevo, caían lentamente trapos de nieve. Los vodkas, el aroma almizclado grabado en su cerebro y el recuerdo lacerante de un invierno acoplado a su hembra le guiaban. No cabía ningún espacio para el cansancio, definitivamente se había convertido en el legendario leopardo de las nieves, que famélico de su carne soñada perseguía a su presa por las orillas del Nevá.

** BLUESS

 

108. Inventario de posesiones

El azar la trajo hasta mí a principios de agosto. Entonces yo lo tenía todo, o al menos eso creía. Apareció y me hizo ver lo que me faltaba.

Creí en sus chispeantes ojos negros. Creí en el calor que de sus labios rojos saltaba a los míos como un alegre pececillo naranja.

Tras tantos inviernos solitarios…creí de nuevo en todo eso.

Mis hijos, mis amigos, mis asesores; ninguno se fiaba: “”¿A tus años papá?”

Fuí poniendo a su nombre todas mis propiedades mientras la besaba despacio. Corría más la mano que firmaba que mis labios, pero era tal el entusiasmo por esa inesperada alegría que no medí los tiempos.

Llegó el invierno y se fué ella.

Por incomprensible que parezca no quiero nada de lo que se llevó.

Solo quiero volver a ver chispear unos ojos frente a los míos; solo notar otra vez como salta un pececillo dentro de mi boca.

Desde entonces sigo su rastro por la nieve. El sol ha comenzado a fundir sus huellas. Soy incapaz de seguirla por su olor, lo único que nunca tuve fue buen olfato…y a ella.

 

107. ENTRE PALADA Y PALADA

De pronto te hallas en medio de una planicie nevada. Estás confundido y no sabes qué hacer, hasta que descubres, a tu izquierda y a tu derecha, sendos rastros de pisadas. Caminas durante horas siguiendo el de la izquierda, hasta que percibes, reconfortado, a dos hombres en la lejanía. Corres, y al llegar a su lado, les hablas y les gritas y haces grandes ademanes, pero ellos no pueden verte ni oírte. Entonces te callas, y observas cómo cavan un hoyo, y arrojan un cuerpo, del que no te habías percatado antes, en su interior. Acto seguido, uno de los hombres se jacta de lo bien que habían planificado el crimen. El otro asiente con la cabeza y convida a su compañero con un cigarrillo. Te arrimas a la fosa, y descubres en el rostro de aquel desgraciado, tu propio rostro. Al instante, te desvaneces, y al volver en ti, ves que los hombres continúan fumando distraídamente. Tanteas el piso y hallas una piedra. Deprisa sales de la fosa y se la estrellas en la nuca a uno y en la sien al otro. Luego, entre palada y palada, te preguntas adónde te habría llevado el rastro de la derecha.

106. Se funde la nieve

Ruth avanzó por el valle que rodeaba la cabaña en la que había pasado una semana. Una cabaña hecha con madera que provenía del bosque de frondosos y grandiosos pinares alejados de aquella morada y donde vivía su abuelo. Todas las mañanas, Ruth abría la ventana de su habitación y a través de ella divisaba todo el valle y al final, aquellos majestuosos pinares. Pensaba si ese sería el último despertar junto a su querido abuelo. Sabía que cada día su abuelo era invadido por aquella maldita enfermedad y que a cada segundo se iba evaporando cada vez más.

Conforme avanzaba por aquel valle, el cansancio era cada vez mayor, debido a la inmensa nevada que había caído. Se dio la vuelta, para ver el lugar exacto donde había dejado la cabaña, aunque se mostraba tranquila porque iba dejando un rastro en forma de huellas. Se dijo, no pasa nada Ruth, seguiré mi rastro en la nieve para volver a la cabaña. Paró en seco. Vio a su abuelo allí, sentado en lo que parecía una piedra. Se aproximó hasta él. No era una piedra, era la lápida de su abuelo. Le dio un beso y se unieron. Para siempre.

105. El profesional

El cabello de la víctima aparece empolvado, sin lustre, tras haber barrido la nieve con surcos inquietos, convulsivos, aventura, amargamente, el viejo policía. Recostada sobre la mesa de metacrilato del hotel, la chica recuerda una marioneta abandonada.

El inspector contiene las lágrimas, mientras deforma con rabia los guantes de látex que su compañero le acaba de pasar…

Por la noche, derrotado sobre su cama, llorará acariciando una foto, buscando culpables, tratando de apresar demonios…  antes de que huyan camuflados entre papeleos legales.

Ahora no, ahora no puede alterar la escena. Por eso no retira cariñosamente ningún mechón de la joven, ni arropa su espalda desnuda, ni limpia el rastro de nieve de su cara… Ahora, el inspector jefe lanza un beso de buenas noches a su hija muerta.

104. LA CAZA

Interrumpí por unos instantes mi desesperada carrera jadeando y dejando escapar con cada resoplido, espesas bocanadas de vaho. El frío intenso me había calado hasta los huesos de una forma que intuía irreversible.

Cada vez más cerca escuchaba el vocerío de la turba que me perseguía junto al aullido de sus perros.

Al pasar por la alambrada de espinos me hice un desgarrón en el brazo, pero  no me dolía tanto como saber que mi sangre estaba dejando un rastro nítido en la nieve. Traté de taparlo atándome fuertemente la bufanda aún a costa de acelerar el proceso de mi propia congelación.

Comenzaban a abandonarme las fuerzas. Tras horas de correr por el bosque, con la nieve hasta las rodillas, las pocas energías que aún me restaban las empleé en subir hasta el monte que se alzaba imponente ante mis ojos. Era consciente de que se trataba de un callejón sin salida.

Conseguí llegar a la cumbre exhausto, apenas con un soplo de vida, pero mis perseguidores tardarían un tiempo muy valioso en descubrir que había optado por el camino más absurdo.

Me desnudé y me tumbé en la nieve a esperar con dignidad mi destino.

103. Duelo con minúsculas

La mañana discurre tranquila, fatigada a causa de un sol madrugador y terco. Unas pisadas firmes van trazando una cremallera cerrada sobre el piso lechoso. El rival le espera en el centro de la explanada.  Se detiene, igual que se suspende la respiración y el tiempo;  por un momento solo son una anónima fotografía en blanco y negro.  De repente todo comienza: sin una señal, sin una voz. Los rivales embisten apostando a todo o nada. Las fintas, golpes y respuestas se suceden como siguiendo un guion preestablecido. Sus ojos infinitos la observan en todo momento para asegurarse de que su amada espera al triunfador.  Un ataque, un quiebro, un error y una vida perforada se vierte sobre el delicado trabajo de varias horas.  Las repentinas flores rojas destacan como la firma de una victoria.  El silencio se condensa. El campeón toma aliento y se relaja, emprendiendo sin demora el vuelo hacia la hembra. Se posa sobre la pared pintando nieve con sus patas manchadas de nata. Ella espera con las alas abiertas, deseosa de darle incontables larvas.

102. Llegó para quedarse

La nieve era la protagonista absoluta. En la taberna, en la peluquería, en la escuela, en las cocinas de cada una de las casas del pueblo no había otro tema de conversación, que si el cambio climático, que si había que acordarse de Santa Bárbara, o eso era solo cuando tronaba, que si Estados Unidos, o China, o cualquier otro país sospechoso de querer dominar el mundo los había elegido para poner en práctica algún experimento secreto… Todo eran especulaciones, pero si los primeros copos fueron recibidos con sorpresa y regocijo, tres semanas después nadie soportaba el frío, ni se reía ya de los resbalones ni de las caídas, ni aprovechaba en la caza el rastro que dejaban los desprevenidos animales salvajes.

Lo que deseaban era que el maldito Papá Noel, o Santa Claus, o como quiera que se llame, regresase a Laponia con sus renos, su trineo y sus calcetines rojos colgados de la chimenea. Sin embargo, el anciano no parecía darse por aludido, ni siquiera cuando un conato de incendio amenazó su casa de madera. Había llegado para quedarse.

101. Importancia de los nombres

Lo curioso es que Pie Grande no se llamaba así desde el principio, en realidad no se llamaba de ninguna manera, ya que seguramente se trata de una criatura legendaria. Pero sea como fuere, Pie Grande andaba como de costumbre deambulando por su inmensa heladera del  Pacífico noroeste cuando un día encontró una enorme huella. Tras observarla unos instantes, hizo lo que cualquiera y calzó su pie en el hueco advirtiendo enseguida que se acoplaba de maravilla al mismo, de modo que empezó a llamarse Pie Grande.

Y como era de esperar, poco más allá encontró otra huella y después otra y otra y atravesó estepas y cordilleras durante meses y años que también le fueron dejando su huella para echarle una mano. Tras cruzar andando sobre el agua de cada río, aprovechaba para rebautizarse, Wendigo,  el Yeti,  Migou o sabe Dios cuántos más. Todo esto puede seguirse en el National Geographic. Lo que de verdad importa es que ahora se llama Chuchuna y hoy me ha tocado como premio en una tómbola. Lo he llevado a casa y en cuanto ha llegado, se ha puesto a jugar a monta y cabe  con mi hijo, vamos, ni hecho a medida.

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