Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

MAMIHLAPINATAPAI

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. Comenzamos el año con MAMIHLAPINATAPAI, el entendimiento con la mirada. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
0
2
horas
0
7
minutos
1
2
Segundos
4
6
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de MARZO

Relatos

36. Anam cara

Las runas profetizaban un nacimiento divino siempre que coincidiesen el solsticio de invierno y la luna llena. Pero los dioses, caprichosos, hicieron nacer dos bebés aquella noche. Una niña de piel blanca y pelo oscuro, y un lobezno negro de ojos color plata, fruto de una loba apresada por los cazadores.  El druida, presintiendo que era un alma dividida en dos cuerpos, tomó bajo su tutela a ambos y se internó en el bosque mágico de Huelgoat.

Años después,  Alda era una joven bella y sabia, a quien el jefe del clan celta deseaba aunque estuviese prohibido unirse a una diosa. Pero ella siempre iba protegida por su inseparable Tuán, el lobo negro. Un anochecer los siguió y disparó una flecha contra el animal dejándolo herido. Iba a rematarlo cuando  Alda se interpuso recibiendo la espada en su pecho. Él enloqueció por haberla matado y se degolló a sus pies.

A la mañana siguiente el anciano druida siguió en la nieve el rastro de las huellas del lobo, que se internaban en las profundidades del bosque,  hasta convertirse en dos pisadas humanas. Al fin las almas gemelas se unirían cada vez que brillase la luna llena.

35. ENEMIGO

Yo seguía sujetando su mano cuando las voces llegaron por encima del frío: ‹‹¡Teresa!, ¡Tereeesaaa!››, oí que me llamaban. Sus dedos se endurecían cada vez más: ‹‹Acércate, por favor, no quiero morir solo››, me había dicho, y yo le había tendido mi mano mientras la sangre huía de su cabeza. Porque la sangre huye aunque el cuerpo se empeñe en hacerla latir. Yo también me había escapado esa mañana. ‹‹Dame la mano››, me decía padre cuando estábamos solos, y sus dedos subían desde mi muñeca hasta el hombro y luego bajaban, bajaban y yo tenía frío, frío de sus dedos calientes. Y por eso hoy me había escapado como la sangre. ‹‹Ya está cerca, mirad sus huellas››. Lo vi llegar delante de los otros y él me vio arrodillada junto a un hombre muerto. ‹‹Hija, ven aquí, ese hombre es un enemigo, los suyos también deben estar buscándolo››. Yo no hacía nada, solo miraba la nieve, que empezaba a caer más fuerte borrando el aire entre nosotros. ‹‹¡Dame la mano, Teresa!, ¡Rápido!››. Y yo seguía inmóvil, inmóvil aunque mis dedos se endurecieran. Porque no volvería a darle la mano a un enemigo.

34. Sin verano

Nunca podré olvidar aquel invierno en que se me heló el corazón y envejecí veinte años.

Eran días de frío y nieve, de noches que empezaban a las cinco de la tarde en las que los lobos se adentraban en el pueblo y de mañanas en que hacíamos recuento de las pérdidas mientras nuestras retinas se inundaban del color de la sangre, hasta que llegó el día sin luz en el que descubrimos que los animales habían entrado en una de las casas y decidimos que sólo podíamos internarnos en el bosque, acabar con ellos y poner nuestras vidas a salvo.

Yo tenía veinticuatro años, el pelo negro y la sonrisa grande y, cuando volví de aquella aventura con el pelo blanco, mis vecinos aceptaron con respeto mi férreo silencio mientras uno a uno me daban las gracias.

Sí, yo soy el héroe que les libró de aquellos lobos, el que seguí su rastro en la nieve, el único que vio trasformarse las huellas de pezuñas en pequeñas pisadas humanas, el que dio muerte a aquella joven de cuyos ojos no puedo olvidarme.

33. Tumbas anónimas

Hoy, al venir a verte, he descubierto en el sendero de la entrada a dos ardillas que corrían jugando. Las he seguido y me han llevado a un rincón en el que dos tumbas están unidas por una misma lápida, sin más inscripción que un año grabado en medio, 1852.

Las tumbas anónimas, he oído que decía alguien a mis espaldas. Era el sacerdote que ofició tu funeral y me ha contado la historia de las sepulturas sin nombre.

Una mañana de noviembre de 1852 encontraron los cuerpos de dos muchachas abrazadas en la playa. No fueron identificadas y nadie las reclamó.

La única pista fue un verso que una de ellas llevaba en un papelito doblado, junto a su corazón: “Amantes clandestinas, viajeras fugitivas, tumbas anónimas”.  ¿Premonición o destino? Para aquella época, un escándalo que había que tapar.

¿Sabes, Luis? Te imagino llamándome melodramático. Pero la historia de esas chiquillas ha reconfortado algo mi dolor por tu ausencia. Porque he sentido de golpe la fuerza de nuestro amor, firme y tierno, valiente, ajeno a las críticas. Y que siempre me hará buscar tu rastro junto a mis huellas al andar sobre la nieve de esta gélida realidad.

32. Una víctima

Sólo a mi mujer se le ocurre salir a la calle con la mayor ola de frío glacial en décadas. Es enero y su cerebro urbano y consumista le dijo que debía de ir a las rebajas, convencida de encontrar alguna tienda abierta. Falto de carácter, o derrotado de antemano, hice poco por detenerla, sólo hubiera desatado otra tormenta. Miro el reloj, tengo hambre, tarda más de la cuenta, incluso para ella.

Del enojo paso a la preocupación. Cubro mi cuerpo con varias capas de ropa, coronada toda por un grueso abrigo a punto de estallar. Hermoso y siniestro, el manto blanco todo lo iguala. Si no fuera por los coches sepultados no se distinguiría la acera de la calzada. Sigo unas huellas que encuentro, algo me dice que sólo pueden ser suyas. El rastro se detiene de forma brusca, al tiempo que en mi cerebro penetra una brisa de cordura. Desde que se fue en verano solo vivo de recuerdos, ahora lo comprendo. Me despojo de ropa y engaños, el frío hará el resto.

31. La decisión de Natasha (Susana Revuelta)

Natasha aviva los rescoldos de la chimenea con el último taburete que queda en la cabaña y continúa con su labor. Lleva cuatro días sin parar de tejer. Sus dedos hinchados, llenos de sabañones, le entorpecen el trabajo, pero está determinada a soportar el martirio hasta que acabe la tarea. Teje a toda prisa. Perseverante, firme.

Un cielo inclemente no ha cesado su descarga blanca durante casi tres meses, pero Natasha está acostumbrada al abandono, a la pérdida, al dolor. El saquito de Nikolai lo terminó de coser enseguida, unos mechones rubios asoman por la abertura. Y sigue tejiendo. Empecinada, incansable.

A su padre, Dimitri, lo vistió con el traje de paño, solo falta encontrar su sombrero. De momento, pese a tener los dedos agarrotados, continúa tejiendo. Obstinada, obcecada.

Por fin, Natasha arroja las agujas al suelo. Ha terminado la prenda. Con una pala retira la nieve acumulada en la puerta del patio y avanza despacio hacia su familia. Coloca el sombrero al padre y acaricia la cabecita rígida del niño. Se cubre hasta el cuello con la mortaja, abraza fuerte al anciano y antes de cerrar los ojos contempla por un instante las estrellas.

Ha dejado de nevar.

 

29. PERRO FIEL

Salió del bar escupiendo un resto de panchitos que se le había quedado entre los dientes; se rascó los huevos separando las piernas, presumiblemente para colocarse bien lo que cualquiera podría imaginar unos calzoncillos y se fue pensando en el escote de la modelo que, colgada en un póster, anunciaba una marca de cerveza. Alzó la solapa de la raída chaqueta de cuero y se dejó llevar arrastrado por la ventisca hasta un lóbrego callejón. La imagen del botellín derramándose entre las grandes tetas de la chica le había puesto cachondo, así que escondido tras unos contenedores, se desabrochó los pantalones y comenzó a meneársela. Al cabo de varios minutos, poseído por el éxtasis anestesiante del sexo y ajeno por tanto al frío que pelaba en aquellos momentos, eyaculó una buena cantidad de semen caliente, que cayó sobre el lecho helado que cubría el suelo. Se abrochó los pantalones y se largó sin darse cuenta que un chucho se quedó lamiendo goloso el líquido espeso y que agradecido como un perro fiel, siguió sigiloso tras su rastro por la nieve.

28. SUPERVIVENCIA

Tras su rastro por la nieve. Así le había dicho a su patrón, que lo había perseguido aquel frío día de invierno.
Le había comentado que había seguido sus huellas, cuando trataba de cazar un conejo en su coto privado.
Pero una vez más, esa afirmación encerraba una terrible mentira.
Lo que no podía imaginar su rico patrón, era que aquel cazador furtivo, que siempre se le escabullía como por arte de magia, era en realidad su hermano Antonio.
Este encontraba en la caza furtiva, la única manera de que su numerosa familia lograra sobrevivir a uno de los inviernos más gélidos y duros de los que se tenía memoria.

27. INFIERNO

 

Se había convertido en un muñeca de nieve, no lo supimos hasta que encontramos su sonrisa helada, para siempre, una mañana de invierno.

24. ÉRASE UNA MALDITA VEZ…

Ni lobo, ni gordo, ni feroz.

Era hembra. Preñada.

Y en un claro del nevado bosque, entre aullidos de primeriza parturienta, yo me quito la caperuza roja y ejerzo de comadrona.

 

Entonces, estalla el Apocalipsis.

 

Disparos, golpes, gemidos de lobeznos agonizando, mi nariz rota…

Y, mientras la sangre que brota de ella dibuja puntos suspensivos en la nieve, yo veo, aterrada, cómo el cazador baja lentamente la cremallera de su pantalón.

En ese preciso instante descubro, con una certeza absoluta, que las peores bestias del bosque caminan erguidas.

23. En el jardín nevado

Acurrucada en su butaca y tapada con una mantita, la anciana miraba por la ventana el jardín nevado. En una de las ramas del gran árbol ya sin hojas sus nietos habían instalado una casita de pájaros donde solía refugiarse algún que otro gorrión aterido. Ánibal, el gato de la vecina del primero, no lo ignoraba y muchas veces se le podía ver entre dos setos esperando su oportunidad.
Su ama, con ganas de verle en acción, echaba migas de pan después del desayuno o de la comida y esperaba, a la vez que su gato, que se acercara el pájaro. Como es de suponer la anciana apostaba fuerte por el ave y casi siempre se sonreía cuando tras picotear algunas migas, esquivaba de un aleteo las temibles garras del minino.
Desgraciadamente no siempre perdía Ánibal; ese día la abuela se entristecía al contemplar las huellas de la refriega, que poco a poco la nieve que caía iba a borrar por completo dejando el lugar impoluto y sin ningún rastro de lucha.

22. HUMANO, AL FIN Y AL CABO

La Policía del Tiempo me dio caza en la cabaña del bosque. Supuse que el reguero dejado en la nieve me delató. El pánico me impidió articular una mentira creíble, y opté por confesarlo todo: que venía del pasado, que me habían encargado realizar un informe sobre su época, que debía ser discreto y no modificar el futuro, que… que debía hallar la cura para la enfermedad que aniquilaba mi época. La Policía del Tiempo se miró y uno de ellos señaló mi mochila. “Supongo que esa es la cura” dijo sin convicción. Al instante supe que conocía perfectamente el contenido del macuto; es más, él ya sabía cómo terminaría este encuentro. Sin duda, habían vivido el incidente antes que yo. Su misión, intuí, era evitar tropelías temporales como la que pretendida.  La verdad es… guardé silencio y comprendí lo estúpido que suponía mentir. “Denos el contenido de la mochila y le dejaremos ir”. Obedecí. Desabroché la cremallera y extraje el objeto que pretendía llevar conmigo. No era la ansiada cura, sino una piedra preciosa que robé de una tienda. “Le permitimos marchar, pero recuerde que su enfermedad no sana con dinero, sino con cultura”.

Nuestras publicaciones