Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

57. El turno de los sueños

Surgió descalza en el jardín. Vestía sólo un breve lienzo de lino que llevaba sujeto al hombro con un lazo. Con la cabeza humillada abrió los brazos en saludo al sol. Después levantó la vista hacia la ventana y sonrió complacida. Frente al deseo, la mujer comenzó a dibujar en el aire con su cuerpo de primavera.
La danza adquirió un ritmo cadencioso que a él le pareció un regalo.
Quiso ofrecerse más y giró arrebatada. Entorno a su piel de nieve flotaba la tela de marfil que, por contraste, parecía oscura.
Se dejó caer exhausta; tumbada con los ojos cerrados, sintió en el eco de la tierra las pisadas que anunciaban la recompensa.
Él deshizo el nudo que se interponía. Al descubrir la carne oyó un murmullo, entendió la invitación, y acarició con los labios el vientre de la joven.
Dejaba un rastro de placer entre las súplicas de anhelo. Se detuvo cuando presionaron en su nuca las manos de la amante.
Al despertar el hombre comprobó que entre aquellas dos paredes blancas siempre latía la vida. Entonces, ella le amó a su modo; y luego, en la cama, se quedó dormida.

55. Ver y callar

Deberías hacer lo mismo que yo. Ver y callar. Siempre callar. Que no sepan lo que piensas, lo que sientes hasta que se te haga una bola en el estómago.  –¿ y qué hago con esa bola?. La escupes en forma de tormenta. – ¿ y cómo se escupen las bolas llenas de palabras ?. Eso lo sabrás hacer cuando llegue el momento. Algunos matan, otros odian toda la vida. Otros corren hasta que se vacían completamente. Algunos se acuestan a dormir y se mueren. Otros se van a Canadá a cazar osos, van tras su rastro por la nieve esperando que en algún momento se vuelva roja. Entonces se desinflan de todas esas palabras acumuladas. Otros, como yo, las escriben. Así no tengo que matar, ni que odiar ni que viajar a Canadá.- ¿ y.. si dejo de pensar ? ¿ no tendré palabras que se me hagan bola? – Si dejas de pensar serás feliz.

54. Presagio

Quiso ver si la noche había dejado blancos los caminos y abrió apresuradamente la ventana. Al hacerlo, un carámbano cayó  delante de su cara y se clavó en la nieve. Le persiguió con la mirada y  al hacerlo, observó en el suelo unas huellas que rompían la uniformidad del paisaje invernal. Grandes pisadas partían del lugar donde se encontraba, pero que no podía divisar donde llevaban.  Se abrigó  y tras un momento de titubeo, comenzó a caminar siguiendo las marcas.  Notaba sus pies fríos pero anduvo hasta llegar al río. Las  aguas heladas permitieron que continuara sobre ellas el camino. No sentía el peso de su cuerpo y por un momento la pareció levitar. Ya en el otro lado, sobre la blanca, resplandeciente y llana manta de trapee, una rosa roja la esperaba.  Aceleró el paso y cuando llegó, extendió su brazo para alcanzarla. Al hacerlo se pinchó y el  dolor intenso la  hizo reaccionar.

Entre sueños escuchó:

-¡Venga perezosa! Tus deseos se han cumplido. Ya tienes los prados cubiertos de blanco y yo por fin estoy contigo.

Él dejó sobre su almohada una rosa roja y  a cambio, robó a sus cálidos labios un beso apasionado y vivo.

53. Encerrados

Tomas carrera  y das una fuerte patada a la puerta, pero no se abre. No con esas pantuflas. Si al menos llevases botas, te quejas. Golpeas hasta que tus puños gélidos enrojecen y sangran. Gritas otra vez pero ella no atiende a razones. Te ha echado fuera de la casa con prisas y sin ninguna explicación, abandonándote al albur de ese inmenso paraje helado. Necesitarás aún unos minutos para dejar de patalear y aceptar tu situación. Es la única cabaña en kilómetros, recuerdas, y temes por tu vida. La luna entonces aparece redonda y luminosa entre los pinos nevados y decides empezar a andar. Te ajustas bien la bata de franela, metes las manos en los bolsillos y te adentras en aquella espesura blanca tiritando de frío. Lágrimas de impotencia se cristalizan en tus mejillas. Tienes miedo de no sobrevivir a la intemperie, y de los lobos que según dicen merodean por el bosque. Lloras porque a esa mujer nada le importas. Pero no sabes que en esos momentos ella aúlla y se retuerce encerrada en la leñera de hierro —que ha improvisado de jaula— para no hacer a nadie daño, para que no veas en qué se convierte.

 

 

 

52. Glaciación o el valor de la familia

Cierto es que tío Arturo no es la más afable de las personas: su trato áspero en los días buenos y abominable tras una noche de aguardiente es solo equiparable a su halitosis legendaria. Además, suele aderezar sus comentarios hirientes con exuberantes series de flatulencias y eructos que, ejecutados de forma simultánea, hacen de él un ser extraordinario, digno de estudio. También es verdad que esta ventisca cruel aumenta su violencia hora tras hora, y que hace días que no encontramos leones famélicos, cebras moribundas o despojos de ñus, ni siquiera un pobre masái medio congelado; que ya no se divisan árboles en esta llanura azul y que, de no ser por tío Arturo, no hubiéramos sobrevivido a la última semana glacial. Pero esta mañana no estaba, había huido antes del alba mortecina. Y ahora vagamos tras su rastro por la nieve, una inequívoca huella coja de bota izquierda y bastón. Echo de menos a tío Arturo y sé que no nos portamos bien con él pero, para ser justos, tampoco nadie imaginó que se helaría el Serengueti durante un apacible safari fotográfico. Ni que los parientes más rancios tendrían un muslo tan sabroso.

51. SLOWLY.

La botella de ginebra estaba casi vacía cuando ella me pidió que bailáramos. Por la ventana se veían caer los copos de nieve, muy lentamente. Él, su marido, observaba la escena mientras acariciaba el borde de su copa.  Yo solo fui a hablar de negocios pero terminamos bebiendo y hablando demasiado, principalmente de unos asuntos bastante sucios, pero también de otras cosas, de nuestra antigua amistad y de ella. Estaba a punto de marcharme cuando él puso esa maldita canción. No nos quitaba ojo mientras apuraba su ginebra. Intenté separarme pero ella entonces se pegaba más a mí. Cuando noté su rostro cada vez más cerca del mío desee que la música no dejara de sonar nunca y que bailando nos fuéramos lejos, pero nada es eterno, lo sé muy bien. La música cesó de repente. Él seguía mirándonos,  yo hacía como que no me daba cuenta pero ella era consciente de lo que pasaba en todo momento. Afuera seguía nevando. No debía quedar ya nada de mi rastro sobre la nieve. Quise escuchar el sonido de los copos al caer y seguir bailando, muy lentamente, pero creí que lo mejor era marcharme. Y eso es todo señor juez.

 

50. Tregua

Son tres, las caravanas. Dejan atrás el prado con la nieve manchada de cagajones que los caballos arrojan incontinentes soltando lastres. Las calles están sordas, sólo en la plaza retozan algunos críos que han ido a despedirles. Las mujeres cierran los postigos a cal y canto alegando frío. No dejan salir a los hombres por el miedo que llevan cosido a los delantales. Que no vengan a quitarles al marido, al padre o al hijo. Quieren que se olviden pronto las batidas en el bosque, las noches de vigilia, los gritos rotos y el llanto de los titiriteros. Cocinan la sopa a conciencia para sellar los estómagos y que se cierren las llagas. La nieve aplaza la infamia. Hasta el deshielo. Cuando las alimañas la encuentren entre las jaras y la despedacen. La niña desbaratada y rota, devolviéndoles la vergüenza a sus frentes. Los volatineros se van, en silencio. Todos, menos una.

49. Retrato Fortuito

La diosa del invierno ha perdido su espejo mágico. Desde las nubes lanzan cristales en forma de copos de nieve buscando el espejo. Saltan entre algodones blancos en una algarabía loca por hallarlo. La diosa desespera, sin él no podrá cerrar las puertas del invierno para dejar paso a la primavera. De pronto desde lo alto se escucha una voz: -¡Allí está!. Todos miran para abajo.

En las profundidades de la tierra un monstruo camina sobre la nieve virgen, en sus manos un espejo lleva donde su rostro contempla. Sus huellas marcan el camino al abismo de lo perdido. -¡Detente!, se escucha una voz desde las alturas. El monstruo asustado por el grito y por la imagen vista frente a él, suelta el espejo y corre como nunca lo había hecho.

La diosa desciende hasta sujetar entre sus dedos de nuevo el espejo. Ya puede cesar la ventisca.

48. Pérdida

Tras el amor se oculta el desamor, el silencio, el frío invierno y los besos que jamás fueron dados, aquellos que se pierden por miedo al vacío. Ella fue todo eso para mí cuando cerró la puerta de nuestro apartamento compartido: vacío.

Su recuerdo se mantiene pétreo en este lugar. Es imposible deshacerse de él. No consigo arrancar fuerzas para cambiar fotografías, odiar su ausencia, o  abandonar este lugar para ir en su búsqueda una vez más.

Rastro de razones inesperadas que se encuentran en una carta escrita a mano, con una letra indecisa, perdida en el recuerdo de lo que ya no fue y que fragmenté en pedazos, una vez las gravé en mi mente:

“Por ti, me voy. Mereces ser feliz y esa felicidad depende de que yo no esté aquí. Te quiero”.

La felicidad se me escurrió entre lágrimas. La rabia golpeaba mi estómago y mis piernas, en ese instante, desaparecieron.

Nieve blanca que se deshace en agua al rozar la tierra, me recuerdan al amor perdido. Al niño que espera el cuajar de los copos e imagina sus huellas en la nevada. Y yo salgo tras su rastro por la nieve una vez más.

47. EL SENDERO DE LA DIOSA

…y entonces despertó. Todavía le dolía la pierna, sus manos estaban amoratadas y no sentía los dedos de los pies; pero antes de caer rendida le había parecido oír voces. El bosque parlante debía de estar muy cerca.

Se puso en pie cómo pudo. La nieve había cesado y era un buen momento para seguir el rastro de aquellos susurros que a medida que avanzaba se hacían más fuertes. Al adentrarse en la espesura, los árboles despertaron a su paso, y, la alzaron en volandas, compasivos con su fatiga, pasándosela entre sus ramas para acercarla al gran arco de las Deidades. La séptima cúpula se hallaba ante ella.

Antes de cruzar, Maddi pensó en su Diosa, aquella que le asignaron de niña. La visualizó, respirando, y cruzó sintiendo la brisa suave del aleteo de un pájaro. Todo dolor desapareció. Su piel se tornó cálida y los pies volvían a responderle. Era perfecto, pues la Diosa, siempre magnánima, se había vuelto visible a sus ojos. Agradecida, Maddi se postró a sus pies suplicando: “Descorre mi velo, musitó. Tú que posees la vara del destino, háblame de mi misión“.

La Diosa alzó a Maddi y, acariciándola, le dijo: “Yo Soy tu misión“.

46. NIEVE ARTIFICIAL

Aspiro. Ah… Otra vez. Ah…

 

Luces estridentes ciegan mis oídos. Escucho rumores de placer que inundan mi cuerpo, me hacen levitar y alcanzo una cumbre de sensaciones que abren de par en par mis venas y millones de hormigas, lascivas y juguetonas, recorren centímetro a centímetro cada pliegue de mi piel, invadiendo mis intestinos y succionando mi corazón.

 

Mi cerebro reclama su independencia. Exige aprender a volar alejado de complejos, liberado de huesos que estrujan su discernimiento. Oh, me dejo llevar… Si sigo así, mataré al cerebro. Bendita nieve por la que esquían mis neuronas, se deslizan los más inmensos placeres y me transporta a un Shangri-La real. Muy real.

 

Siento, presiento, consiento.

Me olvido de ti, entro en ti.

Trepo escarpadas cumbres.

Muero por ti, mato por ti.

Sigo tu rastro en la nieve,

Húndome en ella, llego a ti.

 

Mi nariz, irritada y cansada, me avisa de la finalización del viaje. Odio llegar a la estación.

45. El minero

Llevaba un rato despierto pero, tan cansado como estaba, no se decidía a abandonar la tienda. Cuando por fin lo hizo, advirtió que el cielo seguía cubierto con una capota gris. Al menos ya no nevaba. Despertó a los perros y les arrojó un poco de salmón seco: se estaba acabando. El día anterior había tenido que sacrificar a Iluq, el magnífico husky por el que había pagado 350 dólares en Skagway. Era el quinto animal que perdía. Cargó el trineo y colocó el arnés a los perros. Les costó arrancar, pero no tardaron en iniciar un ligero trote. Buenas bestias. Llevaba dos días siguiendo un rastro en la nieve. Al principio pensó que se trataba de otro solitario aspirante a minero, pero ahora estaba seguro de que había por lo menos tres trineos. Quizá los alcanzara ese día.
Avanzó durante unas horas, hasta que divisó el cuerpo congelado de un husky: los del otro grupo también estaban pasando por dificultades. Aprovechó para descansar. De nuevo recordó a Iluq: siempre había creído que era el más robusto de todo el tiro. Comenzó a sentir frío.
–Vamos, adelante –gritó.

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