Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

NOV135. PALABRAS HABITADAS, de Mei Morán

El azúcar era la sal. Al gato le decía araña y atendía los requerimientos del abuelo sólo cuando le llamaba nube. Con él hablaba ese idioma y así se entendían. En una helada, el anciano tropezó y falleció sin que estuviera previsto. Óscar lloró a boca abierta la gran pérdida y no había consuelo. Pasó como una pelota de unas manos a otras y acabaron llevándolo a un orfanato. Allí le quisieron enseñar. Los números, las letras y las palabras. Como nadie compartía su lengua se parapetó en un silencio inaccesible. Si respondía era con gestos. En sus paseos al campo se dirigía a los gorriones y comunicaba a su manera con las martas.
Al centro llegó una niña pelona y desdentada. La sentaron a su lado en la clase. Le regaló plumas, hojas del otoño y le prestó su colección de caracolas de mar. Óscar las acercaba a su oído y pasaba horas escuchando el sonido de las olas. El día que ella le preguntó su nombre él puso su dedo índice encima de un cumulonimbo. La nena sonrió y después de unos segundos contestó que a ella, aunque pareciera una estrella, podía llamarla luna.

NOV134. NICENADA, de Jesús Bueno Rodríguez-Brusco (IGNACIO URTIAGA)

Angelito garabatea fantasías en pleno examen de Matemáticas.
Doña Marga duda: plástico, madera o metal. Alineadas junto al borde de la mesa, las tres reglas. Engancha la de madera y atraviesa el aula sin tocar el suelo, como los fantasmas del Comecocos.
Un segundo después está a la altura de Angelito empuñando el instrumento cual espada del medievo. Cuando dibuja la parábola en dirección a su cabeza, Angelito balbucea aterrorizado: “Nicenada”. Ante los atónitos pares de ojos que observan la escena, Angelito ya no está. Y la regla restalla contra la mesa.
La profesora mira contrariada su arma. Luego el asiento vacío y el papel emborronado de palmeras del alumno.
Tras un denso silencio, Molina, el enorme vacilón de la segunda fila, no puede contenerse, rompe en una carcajada. Un suspiro después, doña Marga levanta de nuevo su brazo… y lo baja tras oír: “Nicenada”. Molina también se ha esfumado.
A kilómetros de allí, en una modesta escuela junto a unas palmeras, María, la dulce docente de Primaria, observa intrigada cómo la pequeña clase se llena poco a poco de alumnos que aparecen de la nada. Sonríe y piensa para sí: “Por fin sé dónde buscar mi varita mágica”.

UN NUEVO LENGUAJE … DE PAUL AUSTER

—Verá, estoy en el proceso de inventar un nuevo lenguaje. Teniendo que hacer un trabajo como ése, no puedo preocuparme por la estupidez de los demás. En cualquier caso, todo es parte de la enfermedad que estoy tratando de curar.

—¿Nuevo lenguaje?

—Sí. Un lenguaje que al fin dirá lo que tenemos que decir. (…) Considere una palabra que remite a una cosa: «paraguas», por ejemplo. Cuando digo la palabra «paraguas», usted ve el objeto en su mente. Ve una especie de bastón con radios metálicos plegables en la parte superior que forman una armadura para una tela impermeable, la cual, una vez abierta, le protegerá de la lluvia. Este último detalle es importante. Un paraguas no sólo es una cosa, es una cosa que cumple una función, en otras palabras, expresa la voluntad del hombre. Cuando uno se para a pensar en ello, todos los objetos son semejantes al paraguas, en el sentido de que cumplen una función. Ahora, mi pregunta es la siguiente: ¿qué sucede cuando una cosa ya no cumple su función? ¿Sigue siendo la misma cosa o se ha convertido en otra? Cuando arrancas la tela del paraguas, ¿el paraguas sigue siendo un paraguas? Abres los radios, te los pones sobre la cabeza, caminas bajo la lluvia, y te empapas. ¿Es posible continuar llamando a ese objeto un paraguas? En general, la gente lo hace. Como máximo, dirán que el paraguas está roto. Para mí eso es un serio error, la fuente de todos nuestros problemas.

Puesto que ya no cumple su función, el paraguas ha dejado de ser un paraguas. Puede que se parezca a un paraguas, puede que haya sido un paraguas, pero ahora se ha convertido en otra cosa. La palabra, sin embargo, sigue siendo la misma. Por lo tanto, ya no puede expresar la cosa. Es imprecisa; es falsa; oculta aquello que debería revelar. Y si ni siquiera podemos nombrar un objeto corriente que tenemos entre las manos, ¿cómo podemos esperar hablar de las cosas que verdaderamente nos conciernen? A menos que podamos comenzar a incorporar la noción de cambio a las palabras que usamos, continuaremos estando perdidos.

PAUL AUSTER. Ciudad de Cristal. Edit. Anagrama

NOV133. EL ANDALÉ DE TOMASSA, de Elena Casero

Sonó en un día de mis tres años un ruido seco y quebrado en la galería de los vecinos de abajo (mi casa). En ese instante comenzó mi infancia que había estado incubándose en un mundo de transición entre los angelitos del limbo de donde yo había venido y los sucesos inconscientes.
Aquella tarde, mientras yo merendaba pan con vino y azúcar, mi madre, con toda probabilidad, estaría pasando el andalé por la casa, dejando el suelo de ladrillos rojos reluciente como una patena. Más tarde supe que aquel ruido seco fue provocado por la súbita muerte de mi abuela Tomasa, que tuvo la ocurrencia de levantarse de la cama para ir al retrete en busca de un orinal. La muerte, ya de por sí irrespetuosa, le sobrevino en un momento tan poco afortunado, con una estrepitosa coincidencia de factores escatológicos.
Entre unos sucesos y otros — en los que podríamos incluir los alifafes de mi tía —, en mi casa se pasaba el andalé diseñado por mi abuela Tomasa todos los días, hiciera frío o calor. Y en el invierno se colgaban los abrigos y los sombreros que protegían nuestras ideas en el bengalero del recibidor.

NOV132. RILLANTO, de Luis Molina

Amaneciste mal, el rostro pálido y caliente, el cuerpo tembloroso. No supe que hacer, pero pedí ayuda.
Él vino, te revisó, tú estabas muy quieto. Se volvió hacia mí y con un movimiento de cabeza me dio el diagnostico. No me daba esperanzas.
Te abracé, le pedí al supremo te ayude, tu mirada triste penetró muy dentro mío, como agradeciendo. No me iba a rendir, lo intentaría todo.
Así pasaron días y noches interminables, hasta aquel amanecer en que me despertaste de un lengüetazo, tus ojos tenían otro brillo, tu cuerpo ya no estaba febril, querías levantarte, tu cola mostraba alegría y yo…
No cabía en mi gozo, con un rillanto explotó mi alegría dejando atrás el dolor, ya no te perdería.
Te abracé, elevé mis ojos al cielo y agradecí.

NOV131. MELISMAS, de María Elejoste Larrucea (Mel)

Suena la melodía encadenada, la que me esclavizará siempre a ti, y recurrente como su ritmo, destapo la caja de tus tesoros. Las notas me mecen y mis dedos bailan explorando el bosque de tu brocha de afeitar. Aún huele a ti. Dejo que los filamentos cosquilleen en mis mejillas, en mis labios. Mordisqueo las puntas, les robo tus besos perdidos. Te echo de menos. Describo círculos que puntean mi cuello, como tú, antes de afeitarte. Odio tu ausencia. La brocha, la música, eres tú, vuelves a ser tú. Acaricias mi garganta resbalando piano por el esternón, alternando suavidad y pinchazos de las miles de hebras que erizan mi piel. Alargas los acordes dibujando pentagramas que se arremolinan en mi ombligo para fluir rio abajo, orilleando la línea alba, escalando la cumbre de Venus. Hoy vuelves a ser mío. Te detienes, no pares, hoy es ayer, sínfisis del pasado. Regresas in crescendo, tamborileas mi clítoris, tañendo la vieja melodía, estribillo pegadizo que me hace vibrar. He olvidado la letra, pero invento gemidos que deseo escuchar. Odio cantar sola, pero no soporto el silencio.

NOV130. ROMA, de Raquel Lozano

Íbamos a Roma cuando nos venía en gana, cuando teníamos la necesidad de volar juntos y olvidar que nunca debimos estar separados. Íbamos a Roma para auscultar el rumor de las estrellas, para escuchar el himno de los cuerpos desnudos, por percibir la piel cuando se entrega. Íbamos a Roma y volvíamos con los ojos entornados, con los labios enrojecidos, con el resuello en la cuerda floja.
El tiempo, el mal tiempo fue mitigando los viajes. El equipaje se convirtió en silencio, el neceser pretérito.
En mi dislexia le dí la vuelta al destino, hacia delante, hacia atrás, a la meta, al roto de la palabra, al cese del AMOR.

NOV129. FUISTETU, de Ángeles Sánchez Gandarillas

La situación comenzaba a complicarse, Javier lo había visto todo, porque la forma de escribir de aquel rotulo en la pared solo podía ser de él. Debía encontrarle lo antes posible, pero primero borraría aquel mensaje acusador y haría desaparecer el cadáver. No tenía previsto que alguien lo viera. Mojo la fregona despeluchada en el líquido jabonoso y comenzó la tarea… Sudaba, sudaba como no recordaba haberlo hecho, las gotas le caían sobre la gran cicatriz que le marcaba la cara como un río y sus ojos, uno verde y otro azul, estaban desorbitados por el temor a ser descubierta; tenía decidido ahogar a Javier con el largo rabo que cortó al mono en el zoo…
Despertó y tras beber un poco de agua siguió durmiendo sudorosa. Su padre sacó de debajo de la almohada aquel horroroso y viejo mono de juguete y la arropó. Deliraba a causa del sarampión y no hacía más que repetir una extraña frase: ¡Hay que borrar el “fuistetu”!

NOV128. CATÁLOGO VERSUS BICHOS, de Marta Trutxuelo García

El temido examen sobre bibliotecas, por fin, he realizado
y mis conocimientos sobre catálogos espero haber demostrado.
Esta noche ya puedo contar algo en nuestro concurso
y se me ha ocurrido hacerlo con este poético recurso.
La propuesta de noviembre, un tanto extraña,
nubla mi mente cual tupida telaraña.
La palabra que busco y no encuentro,
desorientada, bate alas a diestro y siniestro.
El dichoso concepto en cuestión
zumba en mis oídos como un moscardón.
Un certero aguijón el cielo de mi inspiración despeja
¿Se habrá convertido mi musa en abeja?
Comienza por fin mi buena racha,
atrapo la idea, esa vil cucaracha.
En cada estrofa se me ha colado un bicho:
araña, moscardón, entre otros, he dicho.
Cada animalito por nombre alfabetizo,
cada alimaña por especie organizo.
Como ordenado bibliotecario, cual cuidadoso entomólogo,
bicho a bicho, verso a verso, he inventado un bichólogo.

NOV127. LENTO, de Conrado Santurino

Le llamaban lento y seguramente lo era. Comenzó a hacer ejercicio en el parque que tenía al lado de su casa, primero andando y posteriormente corriendo durante unos minutos. Debido a la práctica diaria en menos de nueve meses se apuntó a una carrera de diez kilómetros que logró terminar eufórico y que le dio energía como para seguir no diré corriendo, entrenando cuatro días por semanas. Las sesiones aumentaban y las distancias también. Intentó encontrar un nombre a su afición carrerística porque no se sentía identificado con ninguno de los que escuchaba habitualmente. Un día vio una película con cuyo protagonista creyó tener notables afinidades y comprendió que en toda su vida no había hecho otra cosa que forrestgumpear.

NOV126. LUNIJO, de Anna Lopez Artiaga

Le acarició el negrobello tiernamente y enjugó las salagrimas que rodaban por sus sonrojillas. Lo envolvió con un mantabrazo mientras le hablaba con suavidad, murmurando dulcelabras de consuelo. Pero el niño no entendía nada.
Lo habían encontrado deambulando solo por uno de aquellos hormiciales gigantescos de las afueras. Al principio creyeron que se había perdido y llamaron por altafonía a los progemidores, pero pasadas dos eternoras comprendieron todos que el niño había sido abandonado y decidieron avisar a la politoridad.
Mientras, el niño se había quedado dormido y en sueños repetía: Me he caído lunadre, me he caído.

NOV125. ABRAPALABRA, de Luis Miguel Moreno Rodríguez

Estaba sin trabajo. Aburrido, encendió su ordenador, vio un anuncio de creación de páginas Web. Al cabo de una hora, tenía su propia empresa: Abrapalabra. Envió invitaciones para darla a conocer a sus contactos, que eran muchos.
Ofrecía palabras personalizadas, nuevas y de uso exclusivo para cada persona. Pronto sus amigos y familiares querían tener una. Y el efecto mariposa hizo el resto. Lo que empezó como un juego se extendió. Puso tarifas y todos pagaban por ello.
Al cabo de un mes hizo un torpe y sencillo balance, a un lado las palabras inventadas, y a otro las cantidades recibidas. Tuvo que recostarse en su silla, porque la cifra le mareaba.
Le llamaron para una entrevista de televisión. Fenómeno empresarial, decían que era. Su fama traspasó fronteras. Y con el éxito, y el dinero llegó también el poder. Cotizaba en bolsa. Le requerían gobiernos, y coronas. La Santa Sede, la NASA, las Naciones Unidas, grandes y pequeñas ONGs. Los chinos, los talibanes, cierto Monge del Tibet.
Un día paseando convenientemente disfrazado para no ser reconocido, vio su reflejo en un charco del parque. Quedó mudo y con la mente en blanco, y a él ¿qué palabra le correspondía?

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