Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

MAMIHLAPINATAPAI

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. Comenzamos el año con MAMIHLAPINATAPAI, el entendimiento con la mirada. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de MARZO

Relatos

NOV72. SE MARCHARON LAS PALABRAS, de Lucía Bermudez Mora

Llego al banco con sus pasos rítmicos,cuando se sentó levanto su mirada del suelo.Y se sorprendió a ella misma, ¿como podía haber llegado hasta allí después de tantos años sin pisar ese lugar? Hacía meses que ya no recordaba lo instantáneo y sin embargo llego allí. No existían palabras ni tímidas ni calladas,que explicaran su locura.Las palabras desaparecieron de su mente, solo le quedaban algunos vagos recuerdos de quien fue en unos años de esperanza. Miro sus manos , después de que el llanto la embargara.Y cerro los ojos , dejando que sus recuerdos le trajeran aquellos besos robados del amor de su vida. Ni en su mente había palabras solo los flash de aquellos besos y abrazos, de aquellos silencios y aquellas miradas que le dejaron su juventud bien lejos.No hacían falta palabras entonces , ¿por que ahora?
Lucía.

NOV71. EL VIAJE DE LAS PALABRAS, de Esther Cuesta de la Cal

Fue el segundo más corto de mi vida. El que tardé en impactar contra el suelo. Después le siguieron los días más largos, cuando creí que las había perdido para siempre. En aquel momento, el golpe me dejó aturdido, pero no inconsciente. Pude sentir ruido, ecos lejanos que se enmarañaban en mi cabeza y gente que se arremolinaba a mi lado. Intenté levantarme pero mi cuerpo no me obedeció. Quise decir algo, pero por más que busqué y rebusqué, no encontré como hacerlo. Forcé mi garganta, apreté los dientes, y arrastré la lengua, pero fue inútil. Cerré los ojos esperando que algo cambiara, pero la gente me zarandeaba, y me asusté más todavía. Entonces me oí gritar algo así como “Bran tan nanú”, y se echaron atrás de un golpe.
Por fin sentí una mano, que se posaba amiga. Me miró de frente y me dijo, “Se han ido de vacaciones, pero haremos que vuelvan. Mientras tanto, tranquilícese, entendemos su idioma”.
Muchos meses después de hospital y rehabilitación, puedo contarles mi historia.

NOV70. BIBLIÓFAGO, de Sara Lew

Desde que se tragó sin masticar a Hans Blunssen (un joven profesor amante de la lectura, viudo y con tres hijos a su cargo), el dragón azul no ha cesado de arrasar bibliotecas. Devora libros a todas horas. Aunque los prefiere antiguos, con sus hojas macilentas y olor a rancio, no le hace asco a las nuevas ediciones, menos sabrosas quizás, pero más blancas y crujientes. Siempre que termina de engullirse aquel sustancioso festín, el dragón azul vuela hasta la aldea y eructa sobre los pobladores todas las palabras con gran fogosidad y elocuencia. Nadie lo escucha verdaderamente —solo oyen gruñidos incomprensibles y rugidos aterradores entre bocanadas de fuego— salvo Emily, Marcus y Claus, que transcriben detalladamente en sus libretas las lecciones que les dicta su padre.

NOV69. EL SÍNDROME ENCICLOCÉMILO, de Rakel Ugarriza Lacalle

El primer caso que se manifestó mantuvo en vilo a toda la comunidad científica durante varios meses. El sujeto en cuestión presentaba unos síntomas realmente curiosos no descubiertos en individuo alguno hasta la fecha. Sus dedos pulgares mostraban un desproporcionado desarrollo, alcanzando un tamaño tres veces superior al habitual, eso sin mencionar la desaparición total de sus huellas dactilares o la sensible merma diaria de su masa cerebral. El paciente a estudiar, además, mostraba una incontrolable repulsa hacia todo tipo de libros, cuadros y manifestaciones artísticas de diversa índole. La sola mención de vocablos tales como soliloquio, genuflexión o grandilocuente hacían que su cuerpo convulsionara durante más de quince minutos seguidos. Lo mismo ocurría si se le mostraban imágenes de obras tales como La maja desnuda, El grito o Construcción blanda con judías hervidas. Crítico fue el día en el que le acercamos un volumen de En busca del tiempo
perdido, aunque no tan grave como en el que aquella investigadora venida desde Canadá intentó leerle un fragmento elegido aleatoriamente de Rayuela. Esta primera investigación llegó a su fin cuando el paciente, sin ningún tipo de aviso, abrió la boca y sus propias palabras se lo tragaron.

NOV68. ZALINCAR POR AMOR, de Amparo Martínez (Petra Acero)

Amelaba estar a su lado… Amelaba su cuerpo, su mirada… Amelaba sus bilesos, sus caricias y abrazos.
Sonelaba escuchar su respiración…, como aquella vez que ella se atragantó y él la tromeló muy fuerte, ¡tan fuerte como un oso!
Raseló las lágrimas que trolaban sus mejillas y, con mirada huiciba, descolorida, se inclinó sobre la virgencita. Estiró el puño de su jersey y brasiló la imagen armentosa, hasta que el brillo de la pátina deslumbró su juicio.
Sonrió. Se sentó sobre el lecho frío y misáceo. Respiró profundamente. Abrazó la estatua y zalincó. Zalincó, golpe a golpe, enloquecida, rasgando la soledad y el olvido. Zalincó arañando el silencio y el mármol. Una y otra vez, con eco de letanía…, jurelando a los muertos.
Zalincó por draselar junto a su amado en aquel laberinto truso y gris, donde en su niñez jugaba a no pisar tumbas…
¡Lo consiguió!

NOV67. UNA FLOR AMARILLA, de Yolanda Nava

Cada vez que recibía un regalo. Cuando estábamos todos reunidos. En los cumpleaños, aniversarios y otros eventos importantes… Se quedaba sin palabras. La emoción la embargaba y a duras penas acertaba a decir: “no tengo palabras”, a mí me ponía muy triste, me parecía muy mal que habiendo tantas en los diccionarios y en todos los libros que teníamos en la biblioteca, mamá no tuviera ninguna. Así que, en su último cumpleaños además del dibujo que siempre le hago y tanto le gusta, le regalé un ramillete de palabras. Las hice de papel, convertidas en flores de colores las pegué al extremo de un tallo verde de cartulina: “gracias”, “os quiero”, “estoy muy contenta”…, y muchísimas más; las pinté de colores y le pedí a mamá que lo colocara en el salón, así cuando estuviéramos en alguna celebración y se quedará sin palabras, las tendría a mano. Después de mi ramillete le dí el dibujo que siempre le hago, ella –llorando- tomó la flor de color amarillo y me la alargó, era la que ponía: “te quiero, gracias”.

NOV66. REPÍTEMELO, de Alexandra Hernández Rojas

Repíteme lo que me dijiste… repítemelo, decía Nicolás una y otra vez. Su mamá una mujer de poca paciencia trataba de recordar exactamente lo que acabada de decir, pero su cerebro ya le jugaba una mala pasada, no lograba recordar con exactitud las palabras que su hijo quería oír.
Nicolás era un niño muy impaciente, su aspecto delgado y la forma de abrir sus ojos lo hacían ver más ansioso y por más que su mamá se esforzara en tratar de decir las mismas palabras que él quería escuchar no lo lograba, ella repetía:
– “mi príncipe, mi tesoro”,
– “eso no fue lo que me dijiste, repite lo mismo que le dijiste a Daniel, repítemelo”.
– “Dime que le dije, porque no recuerdo, dímelo”
Nicolás, un niño de cuatro años a través de sus recuerdos lograba tener otra vez a su mamá y su hermano. Recordaba aquel juego de palabras donde los tres participaban. Esos recuerdos lo mantenían vivo en aquel lugar donde solo veía paredes blancas a su alrededor y su impaciencia se había vuelto agresividad.
-“ te quiero mucho”
-“si eso” “te quiero mucho”
Para él era la mejor frase que se hubieran podido inventar.

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NOV65. COCOMIMOS, de Mari Carmen Brun

¡Cococooo!!!! cococooo!!!!! Eñe!!! Eñe!!! Gritaba entre sollozos el nene, extendiendo sus gordezuelos bracitos para que lo cogieran en brazos.

Y su mama lo cogía, lo apretujaba contra su pecho y lo colmaba de besucocos y toda clase de cocomimos, hasta que el niño se quedaba dormidito…

En la ventanestra una cocoluna carisueña contemplizaba emoticada tanto cariñor.

NOV64. EN EL PARQUE, de Esperanza Tirado Jiménez

Sentados en el respaldo del banco, comiendo pipas y mandando whatsapps, la ven llegar. Ella se sienta con esfuerzo en el banco más alejado. Deja su carrito, saca una bolsa de pan de la que va echando miguitas a las palomas.

– Mi madre dice que vive en la casa grande, con los okupas.
– Es una tía rara. Debe tener 100 años por lo menos. Y con esas pintas…
– Pues a mí el gorro con los pompones de colores me gusta.
– ¿Y qué me decís de esos zapatones?

Los cuatro callan y miran a la mujer, que, más que zapatos parece llevar agujeros con cordones deshilachados. El abrigote de paño raído la hace parecer un espantapájaros en horas bajas.

– Mi padre me dijo que era famosa, pero que se olvidaron de ella cuando se gastó todo el dinero que ganó.
– ¿Si? ¿Qué inventó, unas superzapatillas?
–No seas borde. Era una palabra que mi padre usaba de pequeño.
– ¿Cuál?
– ‘Guay’ o algo así. En los 80 todo el mundo la decía.
– Me suena,… Creo que mi madre también la decía antes.

La intentan imaginar entonces: joven, bella y triunfadora. Ella les dedica una sonrisa desdentada, mientras sigue echando miguitas a las palomas.

NOV63. SERÁ POR PALABRAS, de Alejandro Pozo (Epífisis)

-Inventa una palabra que no sepa, si quieres juntar fluidos conmigo, guapo.
-Chingar, fornicar, follar, culear, trincar, matraquear, yacer, encamar, polinizar, coyunda.
-No.
-Echar un polvo, mojar el bizcocho, bañar al nene, sobar el pirulí, saludar al pelado, bañar la nutria, regar la lechuga, partir el mar rojo, lustrar la manija, limpiar el horno, blanquear la chimenea, lavar el periscopio.
-Que poco ingenioso eres, sigue.
-Cachetear el querubín, golpear la puerta con el badajo, envainar la bayoneta, descargar la escopeta, zangolotear la garipaucha, encamisar al ciruelo, macerar con el mortero, bambarajar la pimpirola, retroexcavar con la sinhueso.
-Me dejas fría.
-Sacar las telarañas al potorro, medir el aceite, pasar el plumero, acostarse, sacudir como colcha vieja, entrar por popa, alimentar al conejito, ensalsar el canelón, pincelar la almeja, hacer paté con el pato, dar de comer al pavo, enhebrar, sobar al tuerto, embarrar el gaucho.
-Harta me tienes.
-Echar un casquete, echar crema a la empanada, enfundar el sable, restregar la cebolleta, tirar al pelado a la zanja, peinar para adentro, aparearse, juntar los pelos, endulzar el churro, hacer sonar los goznes, desatascar las cañerías, intercambiar fluidos, remojar el venoso.
-Me aburres y ya, no tengo el coño para ruidos.

NOV62. DRÍFULA Y TIPOC, de Mercedes Jiménez Rueda

Todos conocen a Drífula y Tipoc por su manía de discutir como jarras que se desperezan. Y es que, al contrario de lo que puede parecer, Drífula y Tipoc son en realidad muy distintos.
Drífula es espumosa y la mayor parte del tiempo se entristece contra los renglones. Tipoc, en cambio, es más concluyente y por eso pocas cosas le susurran, ni siquiera los triángulos, por muy puntuales que éstos sean. Así que basta con que las palmeras se giren o con que un resumen no esté del todo enfermo para que se exprima un alboroto a las tres y media. Cada vez que esto ocurre, Tipoc comienza a encoger sus rastrillos, Drífula grita hasta que se le sale el periódico y a los vecinos no les queda más remedio que secuestrar los manteles durante un rato. Así pueden pasar horas, incluso páginas, hasta que uno de ellos (casi siempre Tipoc) se decide a flotar.
Entonces se observan desde lejos con los algodones mansos, luego se aproximan el uno al otro y al fin se besan, desordenadamente, como cafeteras cansadas.
Porque, en el fondo, Drífula y Tipoc se quieren mucho, demasiado, tanto que los cuadernos anochecen.

NOV61. ATERÉTICA, de Lita Rivas Folgar

Un día ataraxia decidió luchar por su vida, consciente de que estaba desapareciendo, mientras surgían otras competidoras, que irrumpían con fuerza en determinados ambientes, creando un “argot” específico, en algunos estratos de la sociedad.
Se embarcó en la lectura de “Niebla” de Miguel de Unamuno y se halló a sí misma, pero Niebla, no era un best-seller, así que su, llamémosle, cuota de mercado, era más reducida y ella necesitaba renovarse o morir.
Pero, ¿y si cambiaba su nombre y lo escribía al revés?: “aixarata” seguramente se beneficiaria de lo atractivo que resulta lo novedoso y del imán que suele tener en una sociedad ávida de innovaciones.
También pensó en aliarse con la palabra “ética” cuyo origen griego compartían, porque en éste caso, aunque no era una palabra inusual, sí lo era el concepto que la define, ya que, lamentablemente, la sociedad actual no suele conducirse con esa palabra por bandera. Así que al revés sería “acité”, lo que no resultaba nada atractivo.
Al final pensó que podrían, sin embargo, unirse para formar la palabra: atarética, una palabra que nos habla de la imperturbabilidad del espíritu y de la ética personal y eso decidió: antes de desaparecer, compartir para perdurar.

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