Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

NOV82. AL PAN, PAN, de Fran Rubio

La primera vez que nos vimos, me dejó las cosas bien claras:
“La memoria externa no condensada en refulgentes anatemas minorativos, es extremadamente disuasoria en sí misma al revertir su capacidad gamberroide en aras de una actitud mancomunada y conjuntivista. El simple renacer pseudoasteroídico del movimiento rectangulador en su totalidad intrínseca corporativa es ya, de lejos, un emplazamiento discordante del subterfugio eunuco de los picatostes.”
Con semejante razonamiento, fui incapaz de oponer una réplica digna a su discurso, de modo que únicamente me quedaba la salida de tratar de ganar tiempo, por lo que le rogué me concediese dos semanas y media de plazo para contestarle. Pasé aquellos casi dieciocho días quemándome las tegas, consultando déstrolos y vermufando púsquines para llegar a la conclusión de que tenía dos discursos posibles como respuesta fundamentada a su exigencia. Decidí contestarle así:
“Variaciones menfurtadas del fluotérmico co-axial y descendientes vilcoizantes en la naturaleza insípida, confluyen inevitablemente en un dojerramiento caucásico productor de tarcasueros septentrionales.”
La otra alternativa era copiar íntegramente las explicaciones del vortapoz del borniego en su última aparición pública pero, la verdad, aquello no había quien lo entendiese.

NOV81. BOCA ABAJO, de Adriana Ríos

Los extrusios otra vez me detectaron. Corro rápido y a pesar del pánico viene a mi memoria: “si a un grupo de gente lo persigue un oso ¿se salva el que corre más rápido qué el oso? -No. Se salva el que corre más rápido que los otros”. Yo estoy sola con los extrusios detrás en éste túnel frío y plateado como una camilla de hospital. Tropiezo y caigo de boca. Alguien me da vuelta. Alguien grande como un oso me limpia la sangre y me dice que voy a estar bien y que estamos yendo al quirófano y que si le puedo dar el nombre o teléfono de algún amigo. Río a carcajadas porque entonces no hay extrusios porque no hay túnel sino camilla y me acuerdo de “La noche boca arriba” de Cortázar y el oso sigue pidiéndome información a los gritos y aunque la sangre me cubre la cara y el miedo me paraliza logro activar el dispositivo del maxilar izquierdo para autodestruirme porque los extrusios están muy cerca y en segundos ya no podré hacer nada.

NOV80. VENDEDORES, de Manu Garpe

Dos tipos discutían acaloradamente en la calle. Se les podía ver desde mi ventana. Aunque no podía escuchar claramente cuál era el motivo de la discusión, los dos hombres de mediana edad y ataviados uno con traje oscuro y el otro con traje gris, parecía como si uno de los dos hubiera cruzado cierta frontera prohibida. Deduje que debían ser vendedores. Yo también lo era y su aspecto no era muy diferente al mío cuando me enfundaba el traje de faena.

Al cabo de unos treinta minutos uno de los dos hombres se marchó no sin dejar de hacer aspavientos con los brazos. Sonó el timbre de la puerta. Abrí. Era el hombre del traje gris. También vendía puerta a puerta. Antes de que me dijera lo que ofrecía le pegunté por la disputa.
Pura competencia –me dijo-, soy apolo-geta del cleanismo, una nueva religión cuyo dios lava más blanco que cualquier otro. Mi competidor decía que además de blanquear, el suyo, también abrillantaba. A mí solamente me interesaba quedarme con esta zona. Me entregó un librillo con todos los detalles.

Después de aquella visita sigo siendo ateo pero aproveché la ocasión para hacerle cambiar de compañía de seguros.

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NOV79. DON EUFEMIO, EL MAQUILLADOR, de Alfonso González Cachinero

Nadie sabe cuántos años lleva ahí don Eufemio: un hombre mayor, bajito, con bigote a lo Clark Gable, que se sienta en una mesa del rincón donde dispone del Diccionario Ideológico de Casares, un mazo de cuartillas y un bolígrafo.

Cualquiera que observe un rato a este señor respetable recibirá la impresión —correcta, por otra parte— de que no hace nada en todo el día, salvo unas mariposas de papel esmeradísimas. Pero cuando un subsecretario, un director general o, incluso, un jefe de negociado tiene un problema peliagudo, ¿a quién acude para que le saque las castañas del fuego? A don Eufemio. Entonces, mueve nerviosamente su bigotito, consulta el Casares, vuelve a menear el bigote y anota algo en una cuartilla, para ajustarse finalmente el nudo de la corbata con aire de humilde triunfador. Entre sus últimas creaciones destacan «flexibilización del mercado laboral«, «crecimiento económico negativo», «moderación salarial», «regulación de empleo» y «movilidad exterior«. Es el único con tratamiento de «don» en el ministerio.

Aunque desde hace meses reclama su merecida jubilación, le dan largas una y otra vez. Tendrían —lo cual les horroriza— que volver a llamar a las cosas por su nombre.

NOV78. FRATERMISTAD, de María Paz

Quiso el destino que no tuviera hermanas para compartir ropa de armario, ni confidencias nocturnas, ni robos con alevosía de zapatos de tacón.
Soñaba un amor que no estaba en ningún andén, ni en tren alguno hacia destino anunciado, mientras en su reloj las manecillas se frotaban las manos de impaciencia, cuando a lo lejos divisó un tranvía rojo echando un humo azul por las ventanas.
Dolorida por un roce de zapato de cristal, lo montó con cuidado, iniciando un trayecto de camarada de destino. Reunía un olor a guiño de crianza, y el sabor a siempre a mano para cualquier noche de lectura compartida.
De eso hace treinta años, y siguen fratermistando cada noche.

NOV77. PALABRAS EN LOS GLOBOS, de Blanca Oteiza Corujo

El cielo estaba azul, ni una nube se divisaba. Se escuchaban risas felices de amigos que juegan. Esa tarde estaban inventando palabras mientras soltaban globos al aire. En el filo del acantilado con las olas rompiendo a unos metros bajo sus pies se acercaba uno tras otro con un globo en la mano. Me pido el rojo, como las alapomas. Y mientras sonaba su última palabra abría la mano dejando escapar el globo que se perdía por el azul celeste. Yo el verde, decía otro levantándose y acercándose al abismo de la imaginación, verde como las aneitucas. Me toca a mí comentó el más bajito de todos escogiendo el globo de color morado como la jerembena. El siguiente quiso uno amarillo, pero se dio cuenta que grito ya existía y no le valía, así que optó por el azul, ése que se perdía confundiéndose con el lieco.

NOV76. SHARBAMMA (Jarabe de amor), de Mercedes Marín del Valle

Una mano tomó otra mano. La segunda era tan pequeña que cupo entera dentro de la primera. Durante un momento jugaron a reconocerse en las líneas de sus palmas, en la textura y la temperatura de su piel. Tardaron poco en darse cuenta de que juntas irradiaban una energía potente y contagiosa.
Amantes y cómplices se dispusieron a recorrer la vida unidas.
Si ahora me soltaras, expuso la más pequeña, sería un minúsculo punto de luz en el medio de la nada.
No hace falta que te sujete para que brilles con toda tu intensidad, dijo la mano más grande, porque como en aquel cuento del escultor y su obra, todo está dentro de ti. No obstante, prosiguió, eres cálida y me hace sonreír la agilidad de tus dedos. Definitivamente, pienso que no me gustaría ver la vida a través de la tela de un bolsillo.
La mano pequeña se estremeció de gozo y se acurrucó mimosa dentro de la mano grande.
En un plano superior, los ojos se miraron y sonrieron.
En un plano inferior los pies, sincrónicos en su caminar, se pararon.
Fue un beso dulce y silencioso el que arrancó un suspiro a los árboles del parque.

NOV75. EL DISCURSO DEL PREMIO NOBEL, de Paloma Hidalgo Díez

Quise demostrarme que el suspenso que había obtenido en manualidades era injusto y elegí fabricar un caza mariposas. No quedó perfecto, no obstante, ilusionada salí a probarlo esa misma tarde. Sin embargo, los lepidópteros parecían inmunes a la malla de mi obra; tanto como las moscas, grillos, lagartijas o ranas.
Sin desesperarme intenté diversificar mis capturas, probé con mis sueños, pero volátiles unos y demasiado grandes otros, no pude capturar ninguno.
Quise saber si servía para retener momentos de felicidad. Y no, no servía. A esos, donde les gusta instalarse es en el corazón.
No pude atrapar ni otoños, ni primaveras. Ni sonrisas. Ni tan siquiera lágrimas. Y seguí creciendo con el propósito de capturar rayos de luz, aromas, o alguna de mis quimeras. Y la red siguió vacía.
Cuando me rendí y lo cogí para tirarlo a la basura, descubrí que estaba lleno de palabras. De mis palabras. De todas las historias que inventé con ellas en tardes de siesta, en noches de tormenta y en aburridas clases de matemáticas. Y decidí en ese mismo instante que sería escritora.
Reitero mi más sincero agradecimiento.

NOV74. TARTA DE CHOCOLATE CON AMORGOR de Begoña Heredia

En su recién reestrenada niñez, él, con sus ochenta años, no quiso prescindir de una buena celebración. Reunió a sus hijos y nietos, nueras, yernos y esposa y alrededor de la mesa, frente a la tarta predilecta del octogenario: bizcocho bañado en ron, chocolate fundido sobre ella y nata entrelazada, chocó su cucharilla en el cristal de la copa y tomó un trozo del pastel.
– No sé cuál será mi último cumpleaños y por esa misma duda tengo algo que deciros antes de disiparla.
Los nietos le miraron, las nueras y yernos bajaron la cabeza, los hijos retorcieron sus servilletas y la esposa sonrió.

-Destrubir lalvi a queripadre en la vieñez, hancer como boborroncio fuestara, es mimiramente que returjer el crabo a un misnino, atizorarle puntadepie aul canito, retiretrarle el petero al infanene.
Terminó de tragar la tarta y continuó.
-Esto es lo mismo que hacéis vosotros, llenaros la boca de dulces palabras y soltarlas, pero a mí me resultan tan incomprensibles como las que yo os he lanzado. Con la diferencia de que las mías han sido más autenticas y menos inventadas que las vuestras.
Otra cosa: materclava y vietonto , se largargaran lejadavostramente agustarse vustrerencia.

NOV73. DESARAMAGO, de Fernando Martínez

Esta mañana he necesitado releer a Saramago. Me gusta Saramago en primavera aunque su prosa recuerde al Verano de Vivaldi. Me gusta su forma de enramar historias. Me gusta tanto, que querría aprender portugués para apreciarlo sin el filtro de Losada. Pero no lo hago, cosas de haber nacido perezoso. Esta mañana he caminado descalzo y hambriento hasta la estantería donde vive mi colección. Al extraer el “Ensayo sobre la ceguera” se han caído las palabras al suelo. Acero y piedra, de golpe, pluma y nube relamiendo el aire, jilgueros —en plural— y avión —en singular— han volado por la ventana aprovechando que estaba entreabierta. Apresurado, he recogido el resto para evitar fugas. Las he reinsertado avivadamente entre las páginas, al batiburrillo, sin miramientos ni concierto. Lo curioso es que al leerlo, el libro seguía teniendo sentido. Otro sentido, pero sentido al fin y al cabo. Por un momento la tentación de registrarlo se ha apoderado de mí,
pero bien mirado, mi ídolo en persona —o en espíritu – me ha hecho un regalo exclusivo. He creído desconsiderado compartirlo, así que he devuelto a la estantería el ejemplar reconstruido y he salido a comprar uno nuevo para esperar la próxima primavera.

NOV72. SE MARCHARON LAS PALABRAS, de Lucía Bermudez Mora

Llego al banco con sus pasos rítmicos,cuando se sentó levanto su mirada del suelo.Y se sorprendió a ella misma, ¿como podía haber llegado hasta allí después de tantos años sin pisar ese lugar? Hacía meses que ya no recordaba lo instantáneo y sin embargo llego allí. No existían palabras ni tímidas ni calladas,que explicaran su locura.Las palabras desaparecieron de su mente, solo le quedaban algunos vagos recuerdos de quien fue en unos años de esperanza. Miro sus manos , después de que el llanto la embargara.Y cerro los ojos , dejando que sus recuerdos le trajeran aquellos besos robados del amor de su vida. Ni en su mente había palabras solo los flash de aquellos besos y abrazos, de aquellos silencios y aquellas miradas que le dejaron su juventud bien lejos.No hacían falta palabras entonces , ¿por que ahora?
Lucía.

NOV71. EL VIAJE DE LAS PALABRAS, de Esther Cuesta de la Cal

Fue el segundo más corto de mi vida. El que tardé en impactar contra el suelo. Después le siguieron los días más largos, cuando creí que las había perdido para siempre. En aquel momento, el golpe me dejó aturdido, pero no inconsciente. Pude sentir ruido, ecos lejanos que se enmarañaban en mi cabeza y gente que se arremolinaba a mi lado. Intenté levantarme pero mi cuerpo no me obedeció. Quise decir algo, pero por más que busqué y rebusqué, no encontré como hacerlo. Forcé mi garganta, apreté los dientes, y arrastré la lengua, pero fue inútil. Cerré los ojos esperando que algo cambiara, pero la gente me zarandeaba, y me asusté más todavía. Entonces me oí gritar algo así como “Bran tan nanú”, y se echaron atrás de un golpe.
Por fin sentí una mano, que se posaba amiga. Me miró de frente y me dijo, “Se han ido de vacaciones, pero haremos que vuelvan. Mientras tanto, tranquilícese, entendemos su idioma”.
Muchos meses después de hospital y rehabilitación, puedo contarles mi historia.

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