Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

38. Miradas

Sentados en la consulta, esperábamos nerviosos el diagnóstico. Ya nos temíamos lo peor, aunque intentábamos mantener la esperanza. El doctor, se sentó frente a nosotros, nos miró fijamente y nos explicó con voz grave la enfermedad, su tratamiento y los cuidados requeridos. Enseguida nuestras manos se buscaron bajo la mesa. Las estrechamos y entrelazamos. Ambos adivinamos una necesidad imperiosa de sentir piel con piel. Estábamos en un verdadero aprieto pues la cosa revestía la máxima gravedad.

Por unos segundos casi esbozo una sonrisa al evocar aquellos instantes felices compartidos a lo largo y ancho de toda una vida en su compañía. Nuestra complicidad era tal que me bastaba mirarlo a los ojos para saber cómo estaba o qué pensaba. Y entonces sucedió. Nos miramos porque queríamos saber cuánto nos quedaba, pero ninguno preguntó. Nos bastó unir y apretar las manos y dejar que el silencio nos empapara a todos. Nos miramos sí, nos miramos y lo supimos. Y eso fue todo.

®mpazdelcerro

37. SU BOCA – EPI

Era su primera visita a la consulta y su minifalda y sus labios perfilados de un rojo intenso me recordaron a la malograda Margaux Hemingway en Lipstick.
Incliné el sillón y el tacto de su pelo me enervó.

Me deslicé con el taburete hacia su costado.

Abrí su boca y sus labios me quemaron los dedos, la miré, me miró y cerró los ojos, me acerqué y olí su perfume.
Le puse un anestésico y me agarró la muñeca y al hacerlo puso el codo sobre mí. Introduje el líquido anestésico en el pliegue vestibular de la mejilla, ella se relajó, pero no retiró su codo.
La lengua, húmeda y sonrosada se movía acariciándome los dedos, tuve que concentrarme en la preparación de la cavidad de la caries.

Obturé el agujero. Cuando encendí la lámpara halógena, su boca se llenó de una luminosidad azulada. Mis ojos iban a los suyos y nuestras miradas confluían, ella movía su brazo y su codo me acariciaba, yo me entretenía en su boca, lengua y en un roce furtivo en sus pechos.
Nuestras respiraciones se acompasaron y enlentecieron, nos quedarnos suspendidos en el tiempo hasta que una patada de mi enfermera rompió el hechizo.

36. ESCUCHANDO SILENCIOS (Isabel Cristina)

Kike llegó muy tarde a casa; ya estábamos sentados a la mesa.

Papá lo miró enfadado y con la boca bien apretada; dominaba todo el espacio. Fue  entonces cuando la abuela carraspeó, intentando cortar con su vieja garganta ese helado aire familiar.

Yo siempre prefería cerrar los ojos, queriendo eludir el mal rato que suponía dar plantón a la hora de la cena en nuestra casa.

Mamá sabía que lo mejor era acariciar el hombro de papá, consolarlo  ante esa maldita y repetida impuntualidad; ella, con su media sonrisa rosa y alineada, intentaba amortiguar un poco la situación, rebajar tensiones…”Tal vez podríamos tomar el puré de verduras antes de que se enfriara”- pensaba.

Por su parte, mi hermano pretendía que funcionara aquello de buscar los ojos de papá y mirarlos de esa manera especial que le pedía paciencia  lanzándole  sus antiguos recuerdos de juventud. A veces le daba resultado. Así que, antes de entrar en casa, nuestro adolescente, rebosante de hormonas,  enamorado y plagado de granos, había ensayado su estúpida expresión que lo declaraba un incomprendido y, a menudo, todo quedaba en nada cuando nuestro inteligente chucho corría a saludarlo moviendo desesperadamente la cola.

35. EL BESO MÁS LARGO

Salí de la fiesta un rato. Te veía tan entretenida con el resto que no pensé que me pensaras. Me di una vuelta, escapé a respirar la noche y a fumarme un cigarro que me supo agridulce. Cuando volví, tú estabas fuera, me buscabas, y me contaste una historia que te había puesto triste. En tus ojos, los ojos más bonitos de todos los universos, un lago verde rebosaba lágrimas. Vi en tu cara la cara más triste del mundo y sentí unas ganas tan tremendas de besarte que sólo fui capaz de no decir ni una palabra, de no mover ni un solo músculo, de no escuchar absolutamente nada que no fuera aquel silencio negro de la noche iluminado sólo por la luz de tus pupilas. El brillo de tus ojos abría puertas, mi deseo cobarde las cerraba.
Pasó el momento y no hice nada, y aún hoy – años después-  me atormenta la torpeza de no haberme tropezado con tus labios. El beso más dulce de mi vida es ese beso que no fue, y es el más largo.

34. Castaño claro casi azul

Hace tiempo que evitamos mirarnos a los ojos. De forma tácita hemos elaborado una minuciosa estrategia, para evitar esa colisión visual. Durante el día, la maniobra evasiva es muy sencilla. Los niños, la tele, la comida… Pero la verdadera pericia esquiva sucede en el silencio de la noche, cuando compartiendo aún la misma cama y, por educación, nos decimos un “buenas noches” aprovechando el último click mirando a la lamparita.

Hay veces que sucede. Es algo inevitable. Sólo entonces, cuando tu azul edén  impacta en mi marrón miel, los cristales de nuestras ventanas se llenan de vaho, aunque fuera el sol se muestre especialmente radiante.

33. Amores que matan

Se bebían la vida. Les quemaban las horas en las manos y no querían perderse ni tan solo un segundo. Siempre juntos y siempre dispuestos a la aventura. A lomos del vértigo, el riesgo y la velocidad. Y los cuatro tenían, en secreto, un amor en común. Enamorados de la más misteriosa y seductora. Pero aquella noche que estrenaron con la misma ilusión que las anteriores, los ojos de Jesús, el benjamín del grupo, se encontraron por fin con los de ella, temblones y grises como un cielo de lluvia. Surgiendo así un flechazo fulminante.

Del accidente, sus tres amigos salieron con heridas leves.

32. CAFETERÍA CUPIDO

CAFETERÍA CUPIDO

 

Daniel estaba sirviendo los cafés a aquellas mujeres que solían merendar allí todos los viernes. Ese día había una nueva incorporación, era difícil no clavar los ojos en sus preciosos ojos azules, mentalmente Daniel recordó la rima de Bécquer y se sonrió. Luego supo que esa sonrisa tampoco pasó desapercibida para Malena.

Entre churros y chocolates charlaban animadamente sobre amor y sexo. ¡Cómo no!, se lamentaban de lo complicado que era coincidir en tiempo y vida con la persona ideal.

Malena se levantó y al pasar por su lado, Daniel pensó que entraba de sopetón en un estado de limerencia absoluta, necesitaba que esa diosa pelirroja se enamorara perdidamente de él.

De todas las amigas fue ella quien pidió la cuenta y cuando el apuesto camarero, todas se habían percatado de ello, fijó su mirada en Malena no hizo falta más, un roce de sus manos y un “mañana te espero para desayunar”.

Daniel despertó temprano envuelto en un aroma a petricor que lo sacó de la cama apresuradamente, se bebió las calles hasta la cafetería temiendo que la lluvia arruinara su cita y entonces la vio cruzar la avenida bajo el paraguas.

Daniel tomó su mano, ella le sonrió.

31. SOSPECHA

Adela siempre estuvo enferma por eso tomaba tantas pastillas. No fue difícil hacer el cambio y el desenlace fue más rápido de lo esperado. Muerte natural, dijo el médico. ¿Quién va a ponerlo en duda?

Con estos pensamientos Ignacio, el viudo, termina de recibir los últimos apretones de mano, los pésames y los abrazos. El de su cuñada Elvira, la hermana de Adela, le pareció distante, eso le atormenta. Tampoco ahora, enfrente junto a la tumba, puede mantenerle la mirada que siente acusadora.

El incómodo silencio lo rompe el rascar de la paleta del operario que cierra la tumba. Es un sonido áspero y frío, como la mañana que viste de luto.

30. FACTORES

El sonido del timbre baja las escaleras, repta por los pasillos, se mete en las taquillas y sale al patio en busca de aquellos que se retrasan vencidos por el peso que cargan a su espalda y que no está dentro de sus mochilas.

Al cerrar la puerta tras de sí, con el timbre ya dormido, Iván tropieza con los ojos del de mates chispeando un reproche. Pero no es esa la mirada que logra traspasar su piel hasta hacer nido en sus entrañas. Esa es la que viene del pupitre situado detrás de él, la que cargada de veneno va alfombrando sus pasos hasta llegar a su asiento.

Después vendrán los mensajes de WhatsApp, las macabras instrucciones, los insultos y humillaciones. Quién sabe lo que le tocará hoy… Aún tiene dentro las huellas del asco después de haber lamido las zapatillas de los tres gallitos de la clase. Mientras, en la pizarra, el profesor proclama como verdad incuestionable, que el orden de factores no altera el producto.

 

29. NI UNA PALABRA

Aquella mirada fría, casi estéril, no significaba que estaba despedido, que a partir de mañana tendría que buscar trabajo, que tenía un mes de ahorros, que mi familia ya no tendría vacaciones ni yo ese coche; aquella mirada era la de quien ha esperado mucho tiempo para cobrarse una deuda de juventud, una novia arrebatada y alguna burla más. A él le gustaría sonreír y a mí partirle la cara.
Mientras firmo el despido, lo odio en un silencio que ningún diccionario podría explicar, pero me atrevo a mirarlo fijamente y, sin decir ni una palabra que resumiera mi rabia y mi derrota, compruebo que él me odia también porque aún sigue enamorado de aquella chica que me besó en el baile de graduación.

28. LA EXPRESIÓN QUE LO DIJO TODO (Mariángeles Abelli Bonardi)

A Soledad se le hacen pesadas las clases de Sintaxis Inglesa, pero se esfuerza en prestar atención. Materia troncal del traductorado, si la aprueba podrá cursar la correlativa que le sigue…

De diez de la mañana a una de la tarde, son tres horas reloj de oraciones simples, complejas y compuestas, frases nominales y verbales, diagramas que las desglosan y le hacen la vivisección a esas palabras que tanto le gusta pronunciar… y entonces, mientras toma frenéticos apuntes, Justo, el chico de los ojos verdes, le convida un mate: sus miradas encuentran la misma expresión de «embole» y se sonríen, para luego quedar en verse más tarde, en el bar de la «facu», así comparan apuntes y empiezan a estudiar para el parcial…

Soledad se esmera; repasa sus notas con un marcador amarillo… No sabe a qué se debe, pero de un tiempo a esta parte, las clases de Sintaxis Inglesa le disgustan menos.

27. La Cosa Nostra

Cuando le destapan la cabeza, casi se le escapa un grito. La sala —probablemente un sótano— está iluminada con velas. Y en las mesas, sentados frente a cada uno de los mafiosos, hay más niños.

—Tranquilo, chaval —le dice el tipo—. Recuerda que has venido de forma voluntaria. Venga, siéntate y comencemos.

Josemi obedece. Siente atracción y al tiempo desea regresar para pedir perdón a sus padres. Ayer, por videollamada, se enfadó con ellos. Y hoy ha roto el móvil, ha empujado al robot que le cuida y ha salido del área restringida de la ciudad hasta conseguir llegar al callejón, en busca de su primera dosis.

—Venga, elige color.

La voz del mafioso es lenta, rasgada (también la de la mujer de la mesa de al lado, que habla de números, de sumar siete más ocho, o nueve más seis). Solo había visto seres humanos así en imágenes. Esa mirada limpia, profunda, transmite paz, pero sin duda son gente peligrosa. Deben serlo. Si no, no estarían allí, apartados, escondidos.

—Lanza —dice el viejo, ofreciéndole un extraño vasito—. Si sale la cara con cinco puntos negros, podrás sacar tu primera ficha.

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