119. Puentes suspendidos
Volaba por encima de tres continentes y dos océanos para encontrar a su nieto. Después de diez años de hostil silencio, su hijo le había mandado una invitación al bautismo de Luisito. Le pagaría el costo del viaje cuando llegara a Melbourne, le había escrito en el PD.
Durante las 23 horas a bordo del avión, luchó contra las tormentas del pasado para reconstruir el puente derrumbado por una sola palabra años atrás y creía que estaba a punto de lograrlo. Imaginaba al pequeñín corriendo hacia él por el nuevo puente, acompañado por su mamá y su papá. Al aterrizaje, ya soñaba con el gran abrazo familiar. Se sentía optimista, a pesar del cansancio de la jornada. Indudablemente, éste será el viaje de su vida.
El gigantesco aeropuerto zumbaba como una colmena. Recogió su equipaje y se dirigió a una oficina para informarse sobre la estación de taxis. El teléfono móvil comenzó a vibrar fuertemente en su bolsillo. Había un mensaje de su hijo: «Luisito murió súbitamente esta mañana. Todo está cancelado.»
– Can I help you, sir? – la empleada de voz profesional echó una mirada ausente al hombre canoso parado sin palabras ante la ventanilla.
Terrible final.
Besicos muchos.
Gracias, Nani, la vida misma es terrible, aveces.
Un abrazo.
Estupenda prosa aunque con un final cruel y triste. Esa esperanza nacida durante el vuelo se rompe bruscamente con el mensaje del móvil.
Un abrazo
Gracias, Blanca! Hay mucho sufrimiento para los ambos y mucha incertidumbre.
Un abrazo.
Nicoleta, fenomenal historia y forma de contarla; lastima ese final poco prometedor. Suerte y saludos
Gracias, Calamanda! No es necesario que uno vuela a Australia, ni que muera algun niño para tratar de reconstruir los puentes frágiles entre dos almas. Cada puente tiene dos lados, de donde empezar a construir.
Un beso.