13. El éxtasis de sor Natalia (Elena Bethencourt)
Es mentira que los ángeles no tengan sexo. De hecho, son muy juguetones, te acarician con sus plumas y te aman en el aire entre sus alas. Al menos, eso es lo que nos contó sor Natalia cuando se quedó embarazada. Que no pudo negarse porque aquel ser era un enviado del Señor y que entraba en trance con Él en lo que los franceses llamaban “la petite mort”.
Los rumores corrieron por los pasillos. Que le pusiera Manuel en honor al párroco, murmuraban las monjas que habían gozado de sus dotes divinas también. Que confesara su pecado y se dejara de fantasías, que aquella historia no se la creía ni Dios, decían las otras.
Sor Natalia no pudo aguantar las miradas acusatorias, así que dejó atrás sus escasas pertenencias —nada de valor, excepto el rosario de oro heredado de su abuela— y se marchó.
Al cabo de unos años, mientras rezábamos el avemaría, apareció un niño detrás de la madre superiora. Le puso las manos alrededor del cuello. Todas aguantamos la respiración. Temimos que le hiciera daño, pero se limitó a quitarle con delicadeza el rosario de sor Natalia. Luego, se encaramó al alféizar de la ventana y voló.
Bueno, bueno, bueno… ¡Qué fantasía tan original! ¡Qué final tan estupendo! Extasiada me he quedado yo también.
Gracias, Edita, por pasarte por aquí. Eres un ángel. Besitos.
Genial el desenlace (y el resto del micro también, claro). Al final sor Natalia no mentía.
Si es que, en realidad, a este munco le falta un poco de magia.
Enhorabuena y suerte!
Parte del mundo que conocemos, pero introduces en él un elemento llegado de otra dimensión, que hace que todo cambie.
Resulta curioso, puede que también se pueda entender como una crítica, que personas habituadas a seguir un dogma, a consagrar su vida a una idea basada solo en la fe, no sean capaces o no quieran creer las palabras convencidas de una de sus compañeras. Quieren que confiese un pecado que le dan por hecho, cuando algunas de ellas sí que lo han cometido y callan con cobardía e hipocresía. También da que pensar que la madre superiora no tuviese reparos en quedarse con un rosario de oro ajeno.
Finalmente, el tiempo pone a cada uno en su sitio. La llegada inesperada del hijo de un ángel y Sor Natalia para recoger lo que era de su madre, más su espectacular retirada alada, tuvo que dejar con la boca abierta a las religiosas, como también sorprende a quienes lo leemos.
Un relato muy original y bien contado, Elena.
Un abrazo y suerte
Qué bello y qué original. Tan fantástico y tan real a la vez. Me ha gustado mucho Elena.
Un beso
Gracias, Rosalía.
No sé qué le pasa al blog que no deja comentar debajo justo del comentario. Qué bien que te guste. Un abrazo.
Ángel, gracias. Fíjate qué convocatoria tan extraordinaria esta que te la han dedicado enterita a ti 🙂
Sí, has desentrañado todas las críticas que contiene el micro entre sus líneas, qué pena de iglesia (muchas veces).
María, gracias, linda. Que te guste a ti es muy importante para mí. Un abrazo.
Hola, Elena.
Tu relato me ha hecho recordar un fragmento de la película «La duda», magníficamente interpretada por el malogrado y estupendo actor Philip Seymour, donde se compara el chismorreo con las plumas de un cojín. No sé si habrás visto esta película.
El giro final hace justicia a ese éxtasis con el que tan hábilmente juegas en el título.
Buena propuesta. Un cálido saludo.
Hola, Barceló, no, no he visto la película, pero la buscaré. Muchas gracias por leerme y comentar.
Genial, Elena. Una historia deliciosa, maravillosamente flanqueada por un inicio magnífico y un final mágico. He ido a la habitación y me he puesto un sombrero para quitármelo ante tu texto. 😉 Abrazos.
Gracias, Rafa, no te lo quites que hace frío:-)