71. Oro amarillo (Elena Bethencourt)
Cuando tuvimos que irnos de nuestra isla natal, echábamos tanto de menos la playa que, para devolvernos algo del paraíso perdido, papá cubrió de arena el jardín de nuestra nueva casa. Allí pasábamos las horas haciendo castillos y soñando mareas.
Una mañana encontramos las primeras conchas y apareció el primer rayo de sol. El mar no se hizo esperar y llegó con su brisa, olas y peces. Construimos un pequeño muelle con rocas y, mientras mamá se zambullía en el agua, papá pasaba las horas pescando y nosotros saltábamos de charco en charco.
Nuestro hogar era el único que gozaba de sol todo el año. El rumor sobre nuestra playa dorada se propagó y empezaron a venir vecinos primero y visitantes de todo el país después.
Fue entonces cuando aparecieron las autoridades con una orden de demolición alegando que nuestra casa estaba demasiado cerca del agua. Fuimos desalojados para construir hoteles de cinco estrellas. Detrás llegaron agencias, bares, tiendas, más turistas y campos de golf.
Cuando los sueños ajenos volvieron a adueñarse de la orilla, otros niños ocuparon nuestros charcos y otras toallas reservaron nuestra arena, zarpamos tierra adentro hacia otro mar.
Una familia crea un mundo propio, único, respetuoso con la naturaleza, en el que son felices. Pero, por algún motivo que nadie conoce, la dicha nunca puede ser eterna, es como si una ley no escrita lo impidiese. Cuando ven su universo invadido han de plegar velas en busca de otro paraíso que, seguro, no les costará crear, pues el verdadero edén es el estar todos juntos, hacienda buena aquella frase del poeta Paul Éluard: «Hay otros mundos, pero están en este; hay otras vidas, pero están en ti».
Un relato muy imaginativo, cargado de simbolismo, no exento de una fina crítica social. La última frase: «Zarpamos tierra adentro hacia otro mar» es un canto a la esperanza para enmarcar.
Un abrazo y suerte, Elena.
Gracias, Ángel, por comentar. Ya sabes que de las cosas que más me gustan cuando escribo aquí es leer lo que tú me digas. 🙂
Es verdad eso que dices sobre que hay otros mundos, pero en este. Y otras vidas también. Imagino que tantas como caminos que no tomamos.
A veces, como los protagonistas de mi relato, zarpo tierra adentro hacia otro mar, y me encuentro con marineros como ustedes 🙂
Hola, Elena
Me gusta tu relato,creas imágenes muy bellas, es muy visual. Muchas historias dentro de esas imágenes. Un abrazo y ¡suerte!
Gracias, Concha, por leer y comentar. Me alegro de que te guste mi relato. Un abrazo.
¡Qué bonito escribes, puñetera! La imagen que hay detrás de tu historia es cruel, pero tú lo describes tan bonito que hasta sientes envidia de no ser un miembro de esa familia que crea playas allí donde va. Felicidades por el relato y mucha suerte. Besos.
Jajaja, Bea, hasta en los comentarios me haces reír 🙂 pero tú puedes ser un miembro de mi familia cuando quieras, ¡ya verás qué cantidad de mares sembramos!
Gracias por el comentario, un abrazo.
Esa familia sí que es oro… y cómo lo cuentas también. ¡Suerte!
Besosss
Gracias, Nuria, por venir por aquí y comentar ?
Mi padre me contaba que las luciérnagas que depositaba en mi mano, eran gérmenes de estrellas, seguramente fue a la misma escuela vital que el padre de tu relato, me has recordado lo bien que me sentía cuando creía que una parte del universo, aunque fuera pequeñita pequeñita, cabía en la palma de mi mano. Precioso Elena.
Un beso.
Gracias, Paloma, qué alegría que te guste. Me he quedado pensando en las luciérnagas, nunca he visto una, la próxima vez que construya una playa, voy a poner unas cuantas 🙂 y te voy a invitar a venir.
Muy visual, y triste, pero lo narras tan bien que es una gozada. Un beso.
Gracias, Maite. Sí, es triste, casi tanto como la realidad. Pero siempre queda un poco de esperanza, al menos para los protagonistas de mi relato 🙂
Gracias por leer y comentar.
Un abrazo.