Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

MAMIHLAPINATAPAI

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. Comenzamos el año con MAMIHLAPINATAPAI, el entendimiento con la mirada. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
0
2
horas
1
4
minutos
0
9
Segundos
4
5
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de MARZO

Relatos

SEP160. EL SUEÑO NOS DA LA PISTA, de Ignacio Feito

Algunas tardes tiene Pisenórida ocupado el pensamiento en cosas agradables, cuyos tiernos efluvios le van con dulzura nublando la vista…
veinte negros cigarrillos con filtro que pondrán fin a broncíneas dentaduras,
G945 2806097, made in the EU,
autoridades sanitarias que por su inteligencia se señalan sobre los demás mortales,
9011801880,
monóxido de carbono de rayados pijamas, acorta, mata a melenudos jóvenes de ojos de lechuza, se prohíbe su venta a los menores de hermosas trenzas,
Imperial Tobacco,
perjudica a los que están a su alrededor y se mueven con alboroto, deseando acostarse con usted en su mismo lecho,
10 mg,
menores de hermosas trenzas y castos pensamientos turbados gravemente,
impuestos sobre diez años de labores,
advierten,
mata,
mata.
Pisenórida despierta, arroja a la basura el arrugado paquete, se compone, sale de casa, desciende la escalera, saluda al portero de simples facciones que conoce todas las profundidades y simas del edificio, atraviesa la puerta de dorado pomo, se sienta a esperar en el banquito.
Solo ha sido un sueño.
Y el caso es que él dijo que iba a por tabaco.

SEP159. LA MALA CONCIENCIA, de Miguel Flores Pintado

Con mi mano aferrada al pomo, sabía que este no cedería.
No lo haría porque alguien hubiera echado el pestillo o por falta de engrasado.
Nadie, por mucho que antes le mordiera, echó la tranca a ninguna puerta que yo pretendiera.
No cedería porque los nervios o la cobardía, impedirían que encontrara el ímpetu para accionar el mecanismo, para abrirla echando el crono atrás con un pueril “buenos días”.
– ¿Buenos días?
Admito que no era la mejor manera de regresar tras ocho años sin notas, sin pálpitos, sin llamadas, sin felices navidades…todo ausencia.
Siempre fui el pusilánime que dijo no cuando todo era si.
Siempre supe que en estas, con el pomo y catorce centímetros de pulido roble canadiense entre lo que no quise ser y lo que verdaderamente era, volvería a cometer idénticas torpezas.
Volver a liberar el fierro, a desandar los pasos con la espalda ahogada en sudor.
Volver a equivocarme y a sentir, otra vez, el corrosivo de la mala conciencia.

SEP158. ¿CUÁNTO DURA LA MUERTE?, de Mònica Sempere Creus

Al volver del funeral recordé una tiza olvidada. La cogí. Abrí la puerta del garaje y dibuje tu silueta de mujer sobre el duro cemento, una mujer que miraba hacía las estrellas, gruesa, redonda. Cuando acabé el último contorno, me acurruqué en tu vientre y volví a ti. Pude oler tu piel, oír tu risa, tocar tu pelo, cruzarme con tu mirada limpia y poderosa. Coger tu mano, susurrarte al oído y descansar en tus consejos. Al abrir los ojos grité con todas mis fuerzas tu nombre hasta ahogar la voz en un llanto. Han pasado once años y el frío helado de aquel suelo no me ha abandonado. En mi tejado acuno una nube negra atada a mi corazón. Hoy he pedido permiso a los pájaros y creo que voy a ir contigo.

SEP157. EN OTRO MUNDO, de Ignacio Rubio Arese

Se entrenaban para estar muertos, pero la parca los rehuía con repugnancia de alimañas pestíferas. En vano lo intentaban con cuchillos, pistolas y toda suerte de ponzoñas. Los más audaces se dejaban caer desde afilados abismos, ofrecían sus carnes a los caimanes. Inútilmente. Aunque inválidos o deformes, aquellos seres siniestros volvían a nacer, no se les concedía tregua. Dictadores y verdugos, proxenetas, traficantes de órganos, todos ellos condenados a vagar de cuerpo en cuerpo hasta reparar sus males. El sosiego tras la muerte no era, ni mucho menos, un bien al alcance de todos.

SEP156. RECUERDOS, de Manuel García Pérez

Un hombre se dirige caminando en medio de la noche a un bar de copas. Al entrar todo le parece conocido aunque juraría no haber estado allí jamás. Tiene la sensación de volver a un lugar que le resulta extrañamente familiar. Se acerca a la barra y pide una copa.

Oiga, yo a usted le conozco –dice el camarero mientras le sirve un gin tonic-.

Pues es la primera vez que vengo aquí.

Pues le digo que le conozco.

Pues será de otro lugar.

No, no, llevo bastantes años trabajando aquí como para olvidar una cara.

¿Y qué le hace pensar que me conoce?

Nunca olvidaré una expresión como la suya cuando entró aquel hombre.

Joder ¿Me quiere decir por qué me recuerda? Esto debe estar siempre de bote en bote ¿Cómo podría recordar mi cara en particular?

Porque ambos estamos muertos ¿No me diga que no lo recuerda? Fue la otra noche, el marido de la mujer con la que compartía un par de gin tonics en esta misma barra disparó dos veces, una dio en el blanco la otra no. Ya puede imaginar donde fue a parar aquella bala perdida…

SEP155. DE VUELTA A LA NADA, de Rafael Aracil Alemañ

La cegadora luz me tenía sumido en el más absoluto de los desconciertos, no hacía ni medio segundo que había logrado salir de aquella húmeda y oscura cavidad, los ojos todavía se encontraban en plena fase de adaptación a las nuevas condiciones ambientales y mi boca, rezumaba restos de meconio procurando que mis pulmones se fueran abriendo poco a poco camino a la vida que luchaba por irrumpir en lo más profundo de mi ser. Un aura fría y sepulcral envuelve mi desorientado cuerpo que vaga por una especie de galería, nívea e interminable, que no conduce ningún lugar. Comprendo, en aquel preciso instante, que inicio el regreso por un camino que apenas he logrado recorrer.

SEP154. MALA COMPAÑÍA, de Mercedes C. Velázquez Manuel

No vuelvo a mirarle a la cara, me dije. Por dos veces había intentado quedarse en mi compañía, suplicándome que la acogiera, pero no me había dado resultado, no era feliz a su lado.
Andaba yo buscando mi libertad, mi autoestima y mi serenidad y, estar con ella, hubiera supuesto no desembarazarme de sus cadenas.
Quería seguir siendo agradecido a la vida, seguir teniendo buena onda.
Cuando no usaba mi raciocinio, ella era mi peor enemiga, no permitiéndome ser yo mismo. Quería dejar de juzgarme, no reprocharme, ni ponerle asunto a hechos y actitudes del pasado sin angustiarme por el futuro. Ella podía controlar a su antojo parte de mis pensamientos. Por eso mismo me costaba, sobre todo, manejar mis acciones y mantenerlas a raya. Sobre todo cuando me servía como plato diario, entrar en barrena, como si ese alimento fuera a nutrirme, llenando mi existencia…
Marcarme buenos hábitos y metas realizables fue mi estrategia. Dejar de reprocharme actitudes del pasado y tener como certeza una sola cosa: el presente.
Con esta estupenda dosis de serotonina, la que quería permanecer a mi lado de compañera, fue desapareciendo.
Aunque la oiga, internamente y de vez en cuando, tocar a mi puerta…

SEP153. EL PROBLEMA ES DEJAR…, de Violeta Moreno Endrino

¿Te fijaste, Martita? Volver no es sólo llegar de nuevo a aquel lugar de dónde un día marchaste.
¿Viste que volver es también despedirte de allá donde estabas recién?
Dos veces me retorné de Vancouver. Dos veces a mi Mendoza querida.
La primera, mi cuerpo joven cayó enfermo a una semana del viaje. Una condenada fiebre me amarró a la cama para sudar todo cuanto no supe llorar. Mi frente habló en auxilio de mi boca, seca, atascada de adioses. Se apagaron mis ojos, que habían brillado ante las imposibles montañas de la Columbia Británica.
No soy de abalorios, vos lo sabés, Martita. Sólo sí, adoro los pendientes. Sus centelleos y su soniquete al moverme. Los conservo en cajitas, cuido de abrochármelos bien fuerte.
Los tres últimos días de la segunda vez, perdí uno de cuantos pares tenía allá. Como si hubieran decidido asociarse con mi deseo de quedarme. Regresaba conmocionada. Traía seis zarcillos huérfanos de hermano y un poco, quizás, de madre. Entre ellos estaban los últimos que me obsequió Rodrigo, aquellos viejos de mis padres y los dorados, regalo de mis amigos en el último cumpleaños canadiense.
El problema no es volver, Martita, el problema es dejar.

SEP152. EL OTRO, de José Julián Cardós

Había estado ausente mucho tiempo. Probó la llave y aún abría, así que entró. No estaba Carmen, pero cuando se asomó a la puerta de la sala vió al extraño, sentado en un sillón con aire adormilado. Al instante le asaltaron los celos, poeque el hombre le resultaba vagamente conocido. Y de repente lo supo.
Despertó sobresaltado de su ensoñación, miró hacia la puerta y no había nadie. Comprendió y dijo para sí: «Bienvenido de nuevo«.

SEP151. POSEÍDA, de Agustín Manzano Robles

Aquello no estaba preparado. Simplemente se miró y sintió que aquella mujer era un parásito que se había adueñado de su cuerpo y manejaba su voluntad.
De modo que esa mañana cogió a aquella furcia por el cuello y la golpeó contra los azulejos del baño, hasta que una mancha oscura y sanguinolenta quedó alojada junto al espejo con una perfecta simetría.
Tomó el coche y se dirigió al pueblo de su infancia. Aquel lugar apartado y recóndito.
Cuando llegó lo reconoció como el pueblo de su infancia. Y se reconoció a sí misma. La otra había muerto, había quedado en el cuarto de baño que había sido su cárcel por dos décadas. Se instaló en la casa de sus abuelos. La decoró con mimo y paciencia y vivió aquella nueva felicidad cotidiana.
Pero una mañana al mirarse en el espejo, la vio de nuevo, de improviso. Estaba allí. Había cambiado el traje de alta costura por un sencillo vestido de flores y un delantal. El peinado de diseño, por un pelo suelto recogido por dos horquillas. El collar de ágata, por una cruz de madera. Pero era ella. Había vuelto una vez más, para usurpar su vida.

SEP150. HA TRIUNFADO, de Begoña Rocandio Díaz

Cuando llegó, estaban todos esperándole. Bajó del taxi lentamente, saboreando las miradas de envidia. Llevaba traje y zapatos de cuero, como correspondía a su nuevo rango. Rápidamente le rodeó una nube de niños ansiosos, tirando de su chaqueta, metiendo la mano en sus bolsillos. Los empujó desdeñosamente y se dirigió hacia el jefe de la tribu. Tras unos corteses abrazos, le ofreció su primer regalo: un teléfono móvil. El intenso calor y la tensa espera le hacían sudar a chorros. El jefe examinó a fondo su obsequio, lo dio mil vueltas, se lo llevó a la oreja, lo alejó, lo acercó… Tras varios silenciosos minutos, levantó el teléfono y mostró su aprobación con una sonora risotada. En ese momento, todos le rodearon gritando “¡mi regalo!¡mi regalo!”. Distribuyó velas, jabón, pilas, zapatos… Había triunfado, debía ser generoso. Tenía por delante un mes de éxito y derroche. Luego le esperaban once meses de duro trabajo en el infierno del invernadero, de dormir hacinado con otros compatriotas en un barracón, de soportar privaciones y desdén, de ahorrar hasta el último céntimo de su mísero sueldo, en ese país lejano y codiciado. Dos mundos, dos vidas, un alma.

Nuestras publicaciones