77. ¿Dónde estoy?
Los días que voy a una estación de tren lo hago para encontrarme con algún indeciso de los que anhelan poner un final literario a su vida, con uno de esos borrachos que merodean por allí tambaleándose entre los andenes, con un niño distraído…, con cualquiera al que baste dar un empujón hacia las vías en el momento preciso.
Pero hoy, mientras espero junto a los viajeros la llegada del expreso, una pareja de ancianos que no dejan de sonreírse ha tropezado conmigo. Nunca desatiendo los dictados del azar, y por eso los he seguido hasta el interior del vagón, donde vigilo cómo se acomodan.
El viaje es tan tranquilo que terminan por dormirse abrazados. Para entonces he decidido que con ellos sea un infierno. Que recuerden que puedo destruir una felicidad cuando quiera. Presiono mi mano sobre la cabeza de la mujer hasta que el traqueteo monótono y fluido del tren se detiene de forma brusca en la siguiente estación. Ambos se despiertan sobresaltados y ella pregunta:
–¿Dónde estoy?
El hombre cree que aún sigue adormilada, pero yo sé que sus recuerdos ya han empezado a enredarse, igual que mis dedos huesudos entre su pelo.
Seguro que también te habrá sucedido a ti. Cuando era más joven, un niño más bien, no entendía que los adultos hiciesen tantas alusiones a la importancia de la salud, el día de la lotería de Navidad y otros. A medida que los años han pasado he ido comprendiendo que todo funciona de forma razonable hasta que esa máquina orgánica que nos sustenta comienza a averiarse de forma seria. Imaginamos a la muerte temible con su guadaña, rápida, fría y eficaz, pero hay finales peores, lentos, anticipados, en vida, no solo para quien los sufre, también para su entorno. Perder los recuerdos es como perder el alma. Empujar a alguien a un andén quizá sea menos cruel y preferible.
Un inquietante relato que conduce al título, volviéndolo terrorífico.
Un abrazo y suerte, Rafa
Como dices, Ángel, hay formas en las que la guadaña es demasiado cruel. Gracias por tu dedicación y tus apreciaciones, siempre tan pertinentes.
Un abrazo.
Buen relato de terror. Me gusta.
Abrazos otoñales
Gracias, Marìa. Mejor no pensar en esos terrores, ¿no?
Abrazos con el colorido del otoño de vuelta.
Impresiona Rafa, como la parca está acechándolos de forma cruel. Es muy descriptivo y terrible como lo describes al final del relato. Suerte.
Besicos muchos.
Y lo peor es que va a estar siempre por ahí. Confiemos en el azar, pero de forma positiva.
Gracias por la visita, Nani, y un abrazo.
Estoy de suerte.
No acostumbro a leer más de una docena de relatos por convocatoria, aparte de los ganadores por aquello de aprender de lo mejor, y generalmente son los que me caen cerca; así he acabado en tu joyita. Me encanta el terror, y tu relato se sale. El giro final estremece, con esa pregunta casual y el narrador inesperado y su diabólico plan revelado, todo escrito con sencillez. Además la lectura me resulta fluida, sin artificios innecesarios que enturbien ese final. Enhorabuena, siento sana envidia.
Por si fuera poco, me has «obligado» a leerte en retrospectiva y, qué sorpresa, ya te había leído antes. Me quedé con las ganas de felicitarte por tus suicidas y esas sábanas medusa impregnadas en agua bendita, así que aprovecho ahora. Por cierto, ese relato me tenía un claro regusto a terror japonés, ¿podría haber algo de eso tras él?
Pues nada, deseando ya leer tu próxima historia. Un saludo.
Hola, Raúl. Acabo de leer tu comentario, y veo que es de hace unos días. Perdón por la tardanza en contestarte (en compensación me extenderé un poco más en la respuesta, con tu permiso). A veces tardo en conectarme a la página, y aunque últimamente no suelo hacer comentarios por falta de tiempo, por lo menos me gusta contestar por deferencia a los que recibo.
Quien está de suerte de verdad soy yo por encontrarme lectores como tú. Muchísimas gracias por tu valoración, y sobre todo porque tocas un punto que para mí es de los que más suelo trabajar en un relato, quizá por deformación lectora. Me refiero al ritmo interno del mismo, a que las frases suenen fluidas, como dices tú, a que «sea sencillo leerlo». Aprecio mucho los libros (o relatos) que son así, que casi no necesitas esfuerzos para leerlos, y eso es lo que generalmente busco al escribir un relato. Los leo en voz alta y repito frases de memoria una y otra vez buscando un ritmo que me parezca adecuado, que no suene forzado, y así he aprendido (según mi criterio) a quitar o añadir adverbios, preposiciones, sílabas, a modificar la puntuación…, incluso sacrificando otras cuestiones. Así que me hace especial ilusión que en tu comentario hayas valorado precisamente esa cuestión.
Respecto a lo que me preguntas del relato de la convocatoria anterior, el de las sábanas, la verdad no soy consciente de haber estado influido por algo relacionado con el terror japonés, aunque nunca se sabe qué guardamos en nuestro subconsciente y qué sale a la luz en un momento determinado. Sí que he visto bastante cine japonés hace años, y también he leído a varios autores japoneses, y recuerdo incluso algunos cuentos de fantasmas escritos por autores muy vinculados con ese país. Así que quién sabe, quizá haya aflorado algún recuerdo al ver la foto de Cristina Rodero.
Muchas gracias de nuevo por tu comentario, Raúl.
Un abrazo.
Qué mal cuerpo, con esa terrible enfermedad como final.
Qué bien logras el efecto buscado.
Un beso, Rafa (te pusimos falta en las «selfies» de Barberá 😉
Carme.
Muchas gracias por la visita, Carme. Me alegro de que te guste el relato, con todo su drama a cuestas.
¡Ay, Barberà, qué envidia! A ver si otro año se logra y nos hacemos los «selfies» pendientes. Por lo menos os he visto en fotos, y se nota que os los pasasteis muy bien, ahí, cenando al aire libre y todo.
Un abrazo.