Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

MENTIRAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LAS MENTIRAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el segundo será MENTIRAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
31 DE MARZO

Relatos

88. LA VALLA

Llevo todo el día tirado, sin hacer nada ni hablar con nadie. Solo puedo esperar a que oscurezca. Por aquí se dice que esta noche es propicia, que la luna no se va a asomar.  Yo ya estoy resignado a mi suerte, será mejor seguir al grupo. Hace ya casi seis meses que salí de mi aldea detrás de ese sueño que hoy me parece una pesadilla. Llevo semanas durmiendo a la intemperie, apenas sin comer. Me han robado el poco dinero que me quedaba y temo que algo grave me pueda suceder. La desesperación ensucia las almas y ya no sé en quién confiar. Hasta ahora, solo me he encontrado mentiras y sucios engaños. La verdad, no me importará morir si hoy no logro por fin saltar la valla.

87. Pérdidas y compensaciones (María Rojas)

La tía abuela Virginia aparecía en Nochebuena con unas muñecas de boquitas acorazonadas. Eran muñecas alegres, acaloradas de amor. Lo malo es que, en primavera, las muñecas perdían la compostura y se iban deshaciendo en un polvillo corrosivo como el que deja la pólvora quemada.

Mi tía se hacía la sorprendida y, mientras se tomaba un trago doble de aguardiente, nos decía que recordáramos que en polvo todos nos iríamos convirtiendo y, sin darnos tiempo de llorar a las difuntas, nos entregaba otras muñecas idénticas a las deshechas.

Nos aseguraba que en el taller del juguetero las habían reparado. Nosotros sabíamos que mentía, que no eran las mismas, pero las cargábamos con el profundo convencimiento de que en primavera perderían su hechura.

86 El oro de Cenicienta.

«El oro de mentira, también es oro», decía siempre mi abuela ; mientras limpiaba su hermosa bisutería. Era una mujer muy guapa, su tersa piel fingía juventud . Usaba imitaciones de las mejores marcas. Su impresionante figura hacía milagros: transformaba la ropa plebeya en lujosos tejidos. Elisa, mi abuela, fue una cenicienta rescatada por su príncipe. El feliz matrimonio, surgió de un romántico cuento: con madrastra, baile y zapatos. En realidad ,con muchos zapatos: porque se conocieron en una zapatería. Mi abuelo era el dependiente. Elisa quería tener tres hijos, pero un terrible parto le fulminó la matriz. Mi madre fue su única hija. Y yo, su asesina: murió en el parto. Mi padre y yo fuimos a vivir con los abuelos. Crecí rodeada de amor en aquel mágico ecosistema, surgido de la viudedad. Elisa y Manolo, mi abuelo, se querían con locura. El abuelo adoraba a mi padre ; Elisa fomentaba esta amistad ,dejando espacio a la intensa relación. Un día mi padre y Manolo estaban solos en el jardín; yo ya tenía dieciocho años. Comencé a sospechar, mire a Elisa con ojos interrogantes. Ella suspiró aliviada, su respuesta fue clara: «Cuando muera, tasa mis joyas».

85. Cuento de hadas

 

No le importa ser solo un juguete sexual, una marioneta en sus manos. No tiene corazón donde quepan ni el odio ni el amor. Representa su papel; cada vez que vuelve le dice que la quiere, que no puede vivir sin ella, que le agradece todo lo que ha hecho por él. La mentira es el eje de su vida, desde que vino a este mundo ha sido así. Por fortuna Gepetto ya había fallecido cuando el Hada Azul decidió que no iba a ser su nariz lo que creciera con cada embuste.

84. Mentira y verdad

Mentira que no te quería.

Verdad que eso te decía.

 

Mentira y verdad,

dos caras de una moneda…

pero la misma al girar.

Mentira y verdad.

 

Mentira que te olvidaría.

Verdad que lo intentaría.

 

Mentira y verdad.

Mentira y verdad.

 

Mentira que no lloraría.

Verdad que no lo verías.

 

Mentira y verdad,

dos caras de una moneda…

pero la misma al girar.

Mentira y verdad.

 

Mentira que no lo superaría.

Verdad que hoy es el día.

 

Mentira y verdad.

Mentira y verdad.

 

Mentira que no me iría.

Verdad que no volvería.

 

Mentira y verdad,

dos caras de una moneda…

pero la misma al girar.

Mentira y verdad.

 

Mentira que no te extrañaría.

Verdad que así es cada día.

 

Mentira y verdad.

Mentira y verdad.

Mentira y verdad.

 

(Sonido de moneda que gira hasta parar).

83. Correspondencias (Juana María Igarreta)

Mi abuela Úrsula acaba de fallecer. Era una mujer de pocas palabras, pero recuerdo oírle decir en varias ocasiones que “las personas somos como maletas con un doble fondo en el que guardamos secretos inconfesables”.

Si en vez de morirse ahora, la abuela se hubiera muerto un tiempo más tarde, el cartero no habría podido acercarse al tanatorio a darnos el pésame. Porque, según me ha dicho mi madre, en unos días se irá con su familia muy lejos a trabajar en su nuevo destino.

Si no se hubiera muerto la abuela, yo no habría conocido al cartero, porque, normalmente, cuando él hace el reparto de la correspondencia yo suelo estar en el colegio. Y no me habría asombrado del enorme parecido que guarda con mi padre, fallecido en accidente de coche y cuya foto mi madre siempre lleva en su cartera.

Como ahora la abuela ya no está, le tendré que preguntar a mi madre si en el doble fondo de su maleta cabe mi padre vestido de cartero.

82. Citas (Miguel Ángel Moreno)

Todo surgió con los efluvios de una copa de vino después de un emotivo brindis por el reencuentro. Ella le habló de sus sueños cumplidos desde que sus vidas se separaran. Él, a su vez, le contó sus deseos de recorrer el mundo a los mandos de un bimotor.

Quedaron en volver a verse y tardaron diez años en concretar otra cita. Cuando lo hicieron, en los cabellos de él asomaban canas junto al teñido y en los ojos de ella había un soplo de nostalgia. Un ligero soplo.

Se sentaron uno frente al otro y pidieron una copa de vino. Intentaron repetir el brindis de diez años antes, pero ninguno lo recordó en su literalidad. Él le dijo que había escrito un libro con sus viajes en el bimotor, pendiente de una segunda edición. Ella le confesó que tenía un hijo superdotado de un multimillonario ya fallecido. Sus miradas destilaban fantasía.

Se despidieron con un beso en los labios. Breve, suave, desapasionado.

Quedaron en volver a verse.

81. Modus operandi

Mentir de manera creíble, en todas sus maneras, resulta aquí esencial. La menor duda puede poner a la víctima en alerta, como un ciervo ante el crujir de una rama seca, por lo que hay que evitar a toda costa que eso ocurra. Se trata a menudo de ocultar tus intenciones del modo más natural, de dominar el arte del disfraz, de aparentar ser lo que no eres, de esconder el golpe hasta el momento oportuno; unos fundamentos aplicables en cualquier plan, sea cual sea la clase de estrategia elegida.

Un tipo llama a una puerta y se presenta a su propietaria como el nuevo vecino. Dice haber perdido las llaves y el teléfono, razón por la que no puede entrar en casa. Todo en él resulta amable, y la mujer lo deja pasar para que haga las llamadas oportunas. Ya en el comedor, mientras finge hablar con un cerrajero, su mano empuña un arma blanca dentro del bolsillo. En la tele, el locutor del noticiario informa de que el célebre Descuartizador de Ancianas lleva días fugado. Una sombra se cierne a su espalda cuando la misma voz advierte de la presencia en la ciudad de la letal Viuda Negra.

80. Mentiras y verdades

Es la hora de irse a la cama. La madre tiene preparado todo el ritual de después de la cena: los niños encontrarán los pijamas doblados bajo su almohada, se lavarán los dientes y lanzarán un beso a su papá que está en el cielo y los quiere mucho desde allí. Lo que ellos no saben y quizá no sabrán nunca, porque ella prefirió no contárselo, es que su padre era un cabrón que jugaba al póker hasta endeudarse, se iba de putas y pegaba a su mujer. Lo que ella no sabe y quizá no sabrá nunca, porque ella prefirió no seguirle la pista, es que ese padre justo ahora está recogiendo cartones para hacerse un parapeto y dormir en la entrada de una tienda de moda en una gran avenida de la capital.

79. El que no corre, vuela (Francisco Javier Igarreta)

Aunque faltaba poco para cumplirse el plazo, se enteraron de que todavía podrían sortear los estrictos controles establecidos por el nuevo sátrapa. Al menos uno de ellos podía llegar a tiempo.

Pese a su aparatosa tara Ladislao confiaba en sus posibilidades. Siempre había sido capaz de abrirse paso con soltura. Con la verdad por delante y muleta en ristre movía a la gente a compasión, de manera que aquel hándicap tan notorio llegaba a convertirse en una ventaja. Más de una vez logró colarse de rondón en situaciones en que una prolongada espera hubiera supuesto cuando menos una exasperante pérdida de tiempo y quién sabe si un riesgo para su vida.

Sabiendo con quién se la jugaba Sebastián iba de sobrado, confiando sobre todo en sus dotes de consumado embaucador. Cuando llegó al último control estaba exhausto y sin argumentos. Un viejo compañero de fatigas reconvertido en policía de fronteras se la tenía guardada. Sabiendo de qué pie cojeaba le preparó una encerrona y tras pillarle en un traspiés lo detuvo. Al ver a Ladislao a salvo, alardeando de su cojera y con la muleta a guisa de trofeo, Sebastián masculló para sus adentros “¡Malditos refranes!”.

78. Siempre a tu vera

Es mentira que Paqui escribiera en una cuartilla «Mi querido Pedro». Si fuese cierto, os revelaría que ocurrió en la consulta de un médico, en una de las pruebas que le hizo para valorar la ausencia de sus recuerdos. También es falso que sepa quién es Pedro y si se casaron la segunda vez que se vieron. Si no se tratase de un cuento, imaginaría entonces que de tanto quererlo se le gastó la memoria. Que hasta que llegó el olvido, vivieron juntos en un pueblo de Badajoz en el que por fin se comunicaron con sus manos. Tampoco es real que coincidieran en un vagón tres años antes, donde sus miradas presagiaron que llevaban siglos esperando ese encuentro. Que se despidieron aquel día pensando que quizá no se volverían a ver, deseando no separarse jamás. Que en el último momento se dieron sus señas y se dijeron por correo lo que sus corazones iban dictando. Que se enviaron más de doscientas cartas… y que más de doscientas veces, desde su pueril juventud, Paqui las comenzaba con un escueto e inolvidable «Mi querido Pedro». Todo esto, no obstante, sería verdad si hiciéramos caso a quienes me tachan de mentiroso.

77. LA MENTIRIJILLA

Todos te escuchaban, te miraban atónitos pensando que solo era la alucinación de una mujer mayor o aún peor,  que te habías vuelto tarumba. Entonando gravemente la voz, les contaste cómo la pasada noche una luz había inundado tu habitación y había iluminado tu cerebro de forma que podías ver con claridad la mentira en los ojos ajenos. Esa luz te había dado poderes sobrenaturales para saber que la mitad de la clase no había estudiado y que la otra mitad no lo había hecho lo suficiente, así que para darles otra oportunidad, el examen se aplazaba para el día siguiente.Todos suspiraron aliviados. Por supuesto, nadie creyó tu historia, pero sonreíste pensando que quizá mañana esa misma luz les haría aprobar a todos.

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