84. La biblioteca
Odiaba ese color y todo lo que se lo recordase. Al entrar en la sala de lectura del castillo que acababa de heredar, miró los lomos burdeos que la llenaban e imaginó que, quizás, su padre tramaba un acto de venganza, desde la tumba, tras descubrir que un vaso de vino, aderezado con arsénico, había sido el culpable de su muerte. Ordenó sustituir aquellas encuadernaciones por otras verde aceituna. A la semana, entró en la habitación y sonrió al verla con un aspecto impecable; hasta hacía juego con los olivos que asomaban entre los visillos de las ventanas. Entonces cogió un tomo al azar, La hoguera de las vanidades. Enseguida lo soltó y agarró el siguiente, A sangre y fuego. Empezó a sentirse irritado, mas cuando comprobó que estos títulos se repetían en series de nueve junto a Me llamo Rojo, Sangre y arena, La Pimpinela Escarlata, Rojo y negro, Drácula, Las uvas de la ira y Señora de rojo sobre fondo gris, notó una punzada en el corazón. Al llegar al último libro, respiró tranquilo. Se sentó en su sillón y fue dejando poco a poco este mundo, a medida que leía el apellido del autor de La Celestina.
No sirve de nada resistirse cuando todo está escrito de antemano, si no es el color en los tomos de los libros, serán los títulos o el apellido de los autores. No queda otra que resignarse. Seguro que si mira un poco más encuentra «El libro rojo de Mao», quizá al lado de «Caperucita roja» o junto a «La hoja roja» de Delibes Los vinos envenenados dejan una marca permanente.
Divertido y completo relato, además de imaginativo.
Un abrazo grande, Pablo
Mi querido Ángel, gracias por tan amables palabras. Ya ves, uno no puede ir contra su rojo destino. ?.
Un fuerte abrazo.
Divertidísimo Bro, si hubiera encontrado Cosecha Roja, seguro que se hubiera reconciliado con ese color. Grande!!