Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ESCALERAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ESCALERAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el primero será ESCALERAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
14 de FEBRERO

Relatos

59. Miradas

Sucede cada día de lunes a viernes. Ella sube una parada después y baja una parada antes. Entra siempre por la primera puerta del segundo vagón y, si puede sentarse, saca el móvil del bolso y pasa pantallas. Si se queda de pie, se coloca los auriculares, cuelga el brazo de un asidero y mira a ninguna parte. Algún día he pensado que podría seguirla para saber a dónde va, qué hace, pero nunca me he atrevido. Tampoco he osado acercarme lo suficiente para sentir su aroma. Como si alguna de estas acciones pudiese alterar el equilibrio cósmico que me permite verla cada mañana.

Hoy, pero, no ha bajado en su parada y eso me ha desconcertado. No he sabido como reaccionar y la inercia cotidiana me ha empujado a salir en la siguiente estación, la mía. Ha sido cuando me dejaba subir por las escaleras mecánicas que he sentido unos ojos clavados en la nuca. Cuando me he girado he visto como ella, unos escalones más abajo, no rehuía la mirada.

58. El sonido de un avance (Rosy Val)

Nos encontramos casi a diario. A veces subiendo las escaleras. Otras bajando. La mayoría de las veces me pillas descansando en el rellano. Yo te saludo. Como siempre. Desde hace más de cuatro años. Y tú nunca me respondes. Digamos que lo asumo, me he acostumbrado a que evites mi mirada, al aleteo de tus manos, y me conforme con ese balanceo de cabeza que yo traduzco en un que sí, que te he visto, pero me sobran las palabras.

Esta mañana nos cruzamos en las escaleras del tercero. Tú subías. Yo bajaba. Y eché en falta a una de tus perras, la más viejita. Ibas solo con la blanquita, Lua, creo que se llama. Casualidades de la vida yo también llevaba solamente a una de mis gruñonas; la noche anterior mi preciosa Nube se fue, cansada de su dolencia.  

Desconozco la razón. Igual porque me llegó el momento de tirar la toalla o porque mi estado de ánimo no me acompañaba, pero por primera vez no quise saludarte. Debiste echarlo de menos pues apenas llegué al rellano del segundo creí oírte decir algo… Juraría que acababas de desearme tu primer «buenos días».

57. Rotos y descosidos

Se conocieron en las escaleras mecánicas de unos grandes almacenes, en la sección de juguetería. Él buscaba unos Playmobil para engrosar las filas de la XV legión, que marchaba hacia las Galias pasando por el salón de casa de sus padres. En su recreación histórica de la antigua Roma no faltaba detalle. Unos senadores conspiraban distraidamente en las termas abanicados por un esclavo númida.

Ella adoraba las barbies. En el colegio envidiaba su estilo, su cintura, sus pies. Quería ser ellas. Cuando sus compañeros empezaron a recordarle cada día que nunca tendría caderas de Barbie, envidió su sonrisa. Era una irrevocable declaración de intenciones ante la vida, siempre radiante aunque Ken llegara a casa borracho y con un golpe en el coche.

Se detuvieron ante los juegos reunidos Geyper, una concesión a la nostalgia de las infancias solitarias.

Semanas después, miles de Playmobil con un solo ojo y que siempre andaban de perfil, construían una colosal pirámide junto a un majestuoso Nilo de papel aluminio.

En un trono espléndido ricamente adornado con piedras preciosas del Primark, una faraona de cabellos oscuros departía con el sumo sacerdote. Sus súbditos la llamaban Barbie Cleopatra.

56. Quizá el sheriff lloró

Podría decirse que murió por su amar peculiar. Por ignorar esa libido generalizada.

Y también por un tramposo, claro.

Nos vamos al lejano oeste, a un pueblo donde el sheriff intentaba mantener el orden obligando a dejar las armas en su oficina a cualquiera que entrara en sus dominios.

Lucy contoneaba las caderas ostensiblemente mientras bajaba las escaleras que, trazando una curva, acababan en el centro del saloon. Le gustaba exhibirse cuando hacía su aparición. Y, sin excepción alguna, las miradas de los presentes volaban hacia sus piernas y escote. Ese era el momento que Johnny aprovechaba para dar el cambiazo a sus cartas, por las escondidas en su manga. Aquella vez compartía partida con un recién llegado vaquero que no desvió sus ojos de la mesa, pues no se sentía atraído por ella, sino por el sheriff.

–¡Te pillé! –exclamó, y se abalanzó sobre Johnny con el puño en alto. Pero, esquivando el golpe en la mandíbula, el tahúr echó mano al cajón oculto en el quinto peldaño de la escalera, que quedaba junto a su hombro, y un revólver contestó por él.

Bajo la puerta batiente se vio pasar un estepicursor en su camino infinito hacia ninguna parte.

55. APOTEOSIS (Belén Sáenz)

Piensa en trompetas plateadas, en galanes con gomina, y no puede resistir la tentación de excederse echando friegasuelos en el cubo. Con el mocho traza un arcoíris espumoso en el rellano. Las burbujas espejean pletóricas antes de estallar en luz. Como siguiendo el gesto del apuntador, Antonia desciende peldaño a peldaño, de puntillas por falta de tacones, cruzando con elegancia un pie por encima del empeine del otro. Se asegura de llevarse una mano a la pantorrilla para enderezar la raya invisible de unas medias de cristal que nunca ha tenido, arropada en un boa que ha confeccionado con hurtos a unos cuantos plumeros. Es el atrezo que ha visto en el cartel del espectáculo de cabaré que dan el sábado en el Lido. Ahora los vecinos abrirán las puertas de sus casas haciendo revolotear las palmas de las manos: el elenco de la diva, que es ella misma. Y cuando llegue al portal, alzará los brazos haciendo arabescos con los dedos entre vítores y aplausos. La frente llena de gloria, la mirada al cielo, sin concebir que algún chiquillo podría haberse dejado olvidada una pelotita en el penúltimo escalón. Sin sospechar que este viernes puede ser otro lunes disfrazado.

54. LA NIÑA QUE SE VOLVIÓ INVISIBLE (Rosa Gómez Gómez)

Mamá es modista y no le gusta que la moleste cuando trabaja. Yo me siento a jugar en la escalera del bloque. Dice que fuera hay muchos peligros. Aunque ella no lo haya contado sé que papá nos abandonó y le asusta perderme.
Los vecinos no me saludan ni me miran, no entiendo, mamá dice que saludar es de buena educación. Hay una niña en el bloque que se sienta en los escalones, yo me pongo a su lado, y no me mira ni me habla. Es igual, la veo jugar con sus muñecas, son raras, parecen personitas, prefiero la mia de trapo.
Ya no voy al colegio, estoy siempre en la escalera. No importa, el maestro nos pegaba si no sabíamos la lección.
Todos los días una viejecita sale al rellano, lleva un acerico prendido en el pecho como el de mamá. No me habla ni me mira, pero se persigna muchas veces antes de bajar. Las vecinas hablan de ella, la pobre mujer se volvió loca cuando su hijita calló por el hueco de la escalera. Algunas noches la oigo llorar. Encogida en un escalón me pongo triste. Al día siguiente, cuando sale, quiero abrazarla, pero no puedo.

53. Descansillos (Luisa Hurtado)

El Chulo tuvo, por una vez, una verdadera buena idea. Empezó diciendo aquello de “la gente pudiente usa el ascensor, incluso las personas que están a su servicio montan en él o en el montacargas si lo hay; de modo que la pregunta es: ¿cuándo se usa una escalera?”. Los que le rodeábamos, acostumbrados y aburridos de sus continuos discursos, permanecimos en silencio. “En realidad, las escaleras de muchos edificios no se usan nunca; están por si las moscas, por si hay un incendio o un corte en el suministro eléctrico”. Permanecimos callados, las nubes de vaho ya desaparecían en el aire pero sabíamos que faltaba la conclusión, la idea loca, un último apunte con el que cerrar el tema de alguna forma brillante y ocurrente, algunas palabras que le permitiesen pensar que era un tío listo, que aún lo era aunque viviese en la calle, que de hecho lo era más que todos nosotros juntos. “Dicho esto, he aquí mi propuesta, podemos irnos a vivir a una”.
Desde ese día, en ocasiones, dormimos bajo techo y sin frío.

52. ¿Sí? Sube

La única luz que alumbra el salón proviene de la pantalla del televisor. Acurrucada en el sofá, envuelta en una manta, mantiene la mirada fija en esas imágenes, su única compañía. De repente el interfono suena. Abre la puerta y lo ve subir las escaleras de dos en dos. Se dan un beso y un fuerte abrazo. En cuanto entra, el televisor se apaga automáticamente, las luces se encienden al igual que los radiadores. Ya no es necesaria la manta. Desde la cocina sale un exquisito olor a cocido. Se sientan en la mesa y él se deja servir como lo hacía con su madre. Ella le pregunta por sus cosas y él habla animado. Charlan, se ríen con los recuerdos de infancia y, terminan jugando a la habitual partida de cartas, en la que ella siempre gana.

Es tarde, tiene que marcharse ya, pero antes de irse vuelve a darle un beso con un «Hasta pronto, abuela». Mientras él baja las escaleras, la luz del apartamento se va apagando. El frío se instala y ella va en busca de su manta antes de acomodarse de nuevo en su rincón frente a la pantalla que ilumina el solitario salón.

51. Allí te espera (María Rojas)

En las fiestas de San Juan, en un pueblo palafito de la ciénaga de la Magdalena, los poblanos aprovechan la ocasión para amalgamar lo religioso con lo popular. El chamán saca de su rancho un enorme muñeco de trapo vestido con las ropas de Nicanor, el muerto más apolillado. Lo sienta anclado a una estaca. Nicanor balancea las piernas con buen ritmo. Sus pasos desnudos rozan el agua; los zapatos del finado los cogió el hijo mayor para bailar la cumbiamba.

El pueblo, en su mayoría mujeres, los hombres andan perdidos en guerra, se arrejuntan junto a Nicanor a cantarle alabaos. El muerto, que ya no tiene entrañas, que ya no huele a nada, empieza a gemir. A las cinco de la mañana, Nicanor, recién afeitado, sonríe; sus huesos se entibian. Dándole la mano para bajar la escalera, la ardiente mujer de la pollera arrebolada lo espera.

50. ¿Sube o baja?

A Jacob se le mostró el camino de lo humano a lo divino.

El deseo por sublimar a estos seres torpes y maravillosos no se cumplirá en una etapa; se necesitarán muchos peldaños.

Existen la voluntad y el conocimiento, y sin embargo…

Quizás la base esté tan honda que Hades esté cobrando peaje.

49. EL CORONEL (no tiene quien le…)

¡Qué vida más perra! Perdí mi primera pierna en la guerra. La segunda fue pocos años después, en un accidente aéreo, tomando tierra.

En mi silla de ruedas, me encuentro frente a una escalera, ojalá corriendo subirla pudiera, o tan solo andando yo quisiera, pero es solo un sueño y acabo llorando como plañidera…

Hoy ya me harté y me tiré de la silla contra la acera, martillo neumático en mano voy contra la escalera, voy a acabar con esa barrera, y construiré una rampa para mí y cualquiera que quiera.

Si no llego a la cima, que no sea por no intentarlo, que si encuentro obstáculos, tengo herramientas para destrozarlos. Nunca me pondré excusas porque ahora todos los pantalones me queden largos. ¡Mantengo mis sueños y pienso luchar hasta alcanzarlos!

48. La musa y el caballero

Yo nunca había conocido a una musa. Fue a los pies de la escalera de aquella librería rural tan acogedora. Tenía melena rubia y una sonrisa que era como un abrazo. Y tenía la vitalidad necesaria para seguir e inspirar al insigne caballero de los Montes de Toledo. Juntos nos deleitaron con un relato genial, divertido, con ese estilo propio y personal que hacía escuchar hasta a las estatuas de hierro.

Pasaron los años y las historias, los encuentros y los relatos, y la musa siguió iluminando todo a su alrededor, incluso el recuerdo del caballero.

Hoy ha aparecido la foto de aquella escalera entre los libros que tengo en la mesilla de noche. Juraría que él me ha guiñado un ojo y me ha animado a volver a pasear por estos lares, enviarle un abrazo a su musa y escribir:

Esta noche te cuento la historia de la musa y el caballero…

 

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