Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ESTE ES EL (DIFÍCIL) CAMINO A LAS ESTRELLAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el lema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2023 Este año, la inspiración llega de frases y lemas cuyo origen es el mundo clásico. La tercera propuesta se lo dedicamos al lema SI ITUR AD ASTRA de Virgilio. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

53 Dolor de amor (El Moli) Fuera de concurso

Y si, Tiburcio era buen tipo, un tanto falto de carácter o quizás demasiado tímido. A pesar de sus más de cuatro décadas nunca el amor llamó a su puerta, ya eso no lo preocupaba, solo observaba a las parejas imaginando como sería tener a alguien con quien intimar.
El tiempo solo transcurría en monotonía hasta aquella noche, no supo cómo ni porque pero allí estaba sola y lo miraba, no supo que hacer y permaneció sentado en la mesa de aquel bar, ella se arrimó pidiendo permiso para sentarse, él sin dudarlo accedió.
Era tan blanca, casi etérea, el mohín de su rostro al presentarse lo cautivó, los ojos eran tan claros y su cuerpo una tentación, obnubilado no pudo articular palabras, ella en cambio alabó su cuerpo varonil y aire de hombre de mundo que irradiaba, él solo atinó a agradecer, luego la charla se hizo más fluida cuando caminado bajo la arboleda se fueron conociendo aún más, ella aceptó la invitación de conocer su casa donde el juego sexual se intensificó, la luna cómplice se ocultó tras una nube.
Tiburcio sintió tocar el cielo con las manos, ciento de imágenes eróticas cruzaron por su mente, sería un noche inolvidable, hasta que apareció aquello, sus ojos no podían creer lo que veían, buscó desesperado una salida pero no había por donde huir, su suerte estaba echada.
Recordó que alguien dijo que el amor duele, pero no imaginaba que fuera tanto…

51. Estragos

Tras media vida preso por defender la paz en un país contaminado de guerras, Manuel regresa donde dejó su corazón. Le ha costado reconocer el pueblo. Ya no es aquel lugar de las dos de la tarde bañado por una luz llena de colores, envuelto en aroma a canela y miel. Ahora huele a tierra mojada, a sumidero de sueños. El gris plomizo pinta de lamentos las fachadas y los relojes marcan la medianoche. Apenas hay gente. La poca que se cruza va deprisa, con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos, como escapando de una tormenta. Cuando llega a la casa de María, golpea la aldaba con suavidad y le abre su madre. Ha envejecido lo menos cien años. Sus ojos lo observan extrañados primero, sorprendidos luego. Lo acompaña al cuarto en el que María, sentada en una hamaca, lo lleva esperando una eternidad. Está deshilachando lo que parece un traje de novia. Manuel la llama por su nombre. Al escuchar la voz, levanta su cabeza y le derrama una mirada fría, ausente. Después, sigue con su labor. Manuel entonces queda atrapado en un pozo de angustia, confuso, sin saber que ha llegado después que el olvido.

50. Metamensaje

Todavía aturdida, volvió a leer: “Ana, no te pido que me comprendas pero mi amor ya no es para ti. Con el tiempo, que todo lo cura, lograrás perdonarme. Solo quiero que vivas feliz sin mí”. Una nota sobre la mesita de café recién comprada en un anticuario; así terminaban cinco años en pareja.

Soltó la maleta y su cuerpo se desplomó en el sofá chaise longue. Tras ocho horas de vuelo y una quincena de trabajo estresante fuera de casa, esperaba otro recibimiento. Soñaba con otro recibimiento. Olió el papel. Enseguida reconoció el aroma fuerte y sensual de Gonzalo. Además de bergamota, pachuli y almizcle, distinguió un nuevo ingrediente en su perfume; una esencia compuesta por palabras: “Tengamos un hijo. Piénsalo. Contéstame cuando regreses”. Fue lo último que le dijo antes de besarla junto a la puerta.

Se puso en pie, trajo unas tijeras y, de manera minuciosa, fue insertando las puntas en el mensaje. Después, como si compusiera un puzle, ordenó las piezas sobre la madera de haya. “Ana, mi amor, te quiero Con locura. todo mí tiempo es Solo para ti”, leyó satisfecha. Y acto seguido escribió debajo: “Ya lo pensé. Y mi respuesta es sí”.

49. Los combatientes (Montesinadas)

La explosión ha levantado los árboles de cuajo. Un nubarrón de polvo y tierra lo cubre todo. Caen piedras, trozos metálicos y pájaros muertos sobre mi cuerpo. Deben ser huesos humanos y miembros lo que impacta en el casco. Hundo la cara en el barro de la trinchera y  sólo deseo que esos restos no sean de él, que su cuerpo no sufra daños, y sus ojos, donde encontré la parte de cielo que a cada uno le corresponde en esta vida, conserve esa mirada herida de la que me enamoré. Hemos camuflado nuestro amor en todas las batallas, como centinelas siempre en guardia, pero jamás hemos abandonado el combate, ni dimos la espalda al enemigo.

Una voz de mando ordena seguir hacia delante, nos incorporamos, los dos estamos enteros. Con el fusil apuntando a la nada, saltamos las alambradas de púas sin temor a morir, ya vivimos ejecutados cada mañana, como si estuviéramos frente a un pelotón de fusilamiento en cada desayuno, en las duchas, en las literas. El infierno lo tenemos en nuestras propias filas. Quizás, por eso, antes de entrar en el campo de minas, nos miramos y en acto de servicio nos cogemos de la mano.

48. Tú

Un golpe enérgico de orgullo y de despecho tras cerrar la puerta. ¡Blam!

Silencio de nuevo.

Ando unos pasos hacia la ventana que deja pasar la  luz tímida de media tarde,

y tú  sentada allí,  cubriéndote la cara con las manos y sollozando.

Me acerco.

Aparto tus manos y te beso suavemente en los labios.

Cierro los ojos, te siento tan adentro …

Una vez, me dijiste: ¡Qué pena que tengas que verme así!

Y Yo te miré a los ojos, y sonreí, recordando un instante, cuando te levantaste de repente

en mitad de la noche, y te distinguí entre el esplendor de miles de estrellas, las más brillantes del año.

Allí, desnuda, orgullosa y valiente, retando al frío cara a cara.

No era Venus, no, sino Afrodita.

Alcé la mirada y pensé que ciertamente los Dioses no me odiaban, cuando me permitían contemplar algo semejante.

Esa noche, bajo el esplendor de las estrellas, vi  lo que tenía que ver.

Tú!

47. atic aremirP

La tormenta ha estallado mientras estábamos en la noria, dándole vueltas en silencio a lo nuestro. Después te has cansado de no verte en los charcos, has propuesto entrar aquí y ahora te escondes tras de mí. Evitas el reflejo del espejo abombado, te ríes del mío; suenas transparente, tan diferente sin clozapina en tus venas, y tiras de mí hacia el cuarto de los mil espejos. Hay cola para entrar. Apoyas tu cabeza en mi hombro. ¿A que ya no estoy loca?, preguntas. Te dieron el alta hace una semana, te tranquilizo, aunque echo de menos cuidar de ti en el patio del Centro y vigilar que las mellizas no se te acerquen. Nos toca, me avisas. Dentro, los espejos me muestran todas mis versiones y todas ellas visten una bata blanca. Mi silueta se repite hasta perderse en el punto de fuga. Tú has debido de quedarte fuera. Estoy intentando encontrarme cuando el chico de la taquilla llega con dos enfermeros. Cada uno de sus reflejos me pide que los acompañe.

Aquel yo asiente. Aquel otro también. Ese otro y yo sacamos la navaja a la vez.

Aún no sé contra quién la voy a usar.

46. Por amor al arte

Yo no leo mucho, soy más de películas, pero en cuanto salió su libro lo compré. No sabía si se acordaría de mí después de tanto tiempo. Vine también para felicitarlo. Nadie me abrió. Como no iba a volverme sin que me firmara mi ejemplar, entré en un bar cercano por hacer tiempo.

Llevaba un buen rato en el local, adormecido por las cervezas y la cháchara del televisor, cuando los oí hablar de ella. Había triunfado de adolescente y luego su estrella se apagó, decían. Es una descomunal actriz que en su espléndida madurez borda cada uno de sus papeles, les iba a replicar. La conversación tomó otros derroteros, aunque al final acabamos brindando los tres en su honor.

Más tarde recompuse mi figura como pude y retomé mi objetivo. Ahora la puerta estaba abierta. Dentro se veía todo revuelto. Antes de reaccionar llegaron ustedes. El libro debí de dejarlo olvidado en el bar. La acuarela que sostenía en mis manos la había descolgado de la pared para observarla con detalle. Parece un original muy valioso, ¿verdad?

¿A usted le gusta Maribel, agente?

45. El amor todo lo cura (Patricia Collazo)

En mi familia amamos por prescripción médica.

Cuando durante una expedición a mi trastarabuelo le dieron aquellas terribles fiebres le recetaron una nativa tres veces al día. No solo mejoró, sino que se afincó en tierras lejanas, aportando el aire racial a nuestra estirpe.

A mi tatarabuela, que había nacido algo debilucha, le fue prescrito en la misma cuna un caballero adinerado que veinte años después llegaría a llevársela de vuelta al viejo continente. Santo remedio, la tatarabuela fue mujer sumisa y dedicada, que dejó descendencia sana. A excepción del pequeño Saúl, mi bisabuelo. Un niño enclenque y debilucho a quien hubo que medicar desde pequeño con dosis excesivas de amor propio. Convertido en un tirano perverso se casó cinco veces sin enviudar ni divorciarse ninguna.

Cuando mi abuelo Cosentino nació parecía sano. Pero al intentar suicidarse con quince, le diagnosticaron desamor crónico. Tuvo familia a fuerza de ventosas y sangrías de amor.

Mi madre, en cambio, fue la primera a quien el amor le fue recetado en la seguridad social. Lo tuvo asegurado.

Yo, treinta años después, llevo cinco en lista de espera, y por más mareas blancas a las que me una, me temo que moriré sin descendencia.

44. LUNÁTICA (Belén Sáenz)

Pedía la luna como requisito indispensable, pero admitía que cada amante atendiera el capricho conforme a sus medios. Catalina arrebataba corduras con su costado de plata bruñida y ese halo frío que incita al abrazo. Al tiempo hacía gala, generosa, de su propia locura de amor y de querer ser astro reina. Fue así que la consideraron alunada, peligrosa, y vinieron a atraparla en una noche sin claro. Calló de repente Beethoven. Se colaron en la oscuridad como profanadores en el templo de una diosa. Rebuscaron aquí y allá. Al abrir la nevera hallaron la Vía Láctea que el pastor había cuajado en queso de nata y que, una y mil veces, menguaba y crecía según las fases lunares. El boticario no había dudado en recetarle una pastilla blanca y efervescente para que pensara en él cuando la encontrara en su mesilla de noche. Y el globo azulino que un farero había robado para ella denegó su luz para ocultarla, pero la mujer ya había enlazado con un cordel el cuerno de Selene que Van Gogh le había dedicado en una noche estrellada y salía entre las rendijas de la persiana para sacarla a pasear como si fuera un perrito.

43. Amores que matan

Sé que la genética no fue muy generosa conmigo, pero tú jamás me prestaste la menor atención. Todo empeoró aún más después del incendio. Me quedé calva y las vendas que cubrían mi cuerpo causaban pavor en el vecindario. “¡La momia!”, gritaban. “¡La momia!” Resignada, me encerré en casa. Mi único consuelo era poder disfrutar del jardín, pero tu recuerdo volvía una y otra vez. Necesitaba salir del agujero en el que estaba sumida. Decirte cuánto te amaba.

Me pinté a lo gótico, combinaba muy bien con mi tez blanquecina, me puse una peluca pelirroja con la raya a un lado y suaves ondas, en plan femme fatale, y me enfundé toda de negro en un jersey de cuello vuelto, pantalones hasta los tobillos y un foulard con crucifijos impresos en blanco. Ni rastro de las vendas. Decidida, me fui a la disco y cuando te vi atusándote en los baños, atravesé la pared, me detuve junto a ti y, sin dejar de mirar tu cara de espanto en el espejo, al ver un gusano saliendo de mi nariz, te susurré al oído: “Cariño. Te he deseado toda mi vida. Ven conmigo, amor mío”. Fue fulminante, te rompí el corazón.

42. PRINCESA VERSUS REINA

Era un día como tantos otros, te despedí en la puerta y te alejaste escaleras abajo dejando resbalar por los peldaños un “Hasta la noche, reina”. No hubo un después, solo sirenas y ambulancias, que si el camión se te echó encima, que si era mortal de necesidad… No nos dio tiempo a nada, ni siquiera a tener hijos, no encontrabas el momento para ser padre. Solo me queda esta lápida con tu nombre y los ratitos que vengo a hablar contigo y traerte ramilletes de lavanda, tu planta favorita. Tu ausencia me está haciendo perder la cabeza, porque me parece encontrar ramos que no he puesto yo, incluso estoy segura de haber visto una nota que decía “Te amaré eternamente. Tu princesa”. Estoy convencida de que ha sido el viento que la desplazó desde otra tumba. Lo que no consigo explicar es la foto que he encontrado esta mañana donde estás tú con una mujer y un niño en brazos y debajo se lee “Te echo de menos papá”.

41. EL PLACER DEL RIESGO (Rafa Olivares)

Con el tiempo, el sexo prohibido resultaba tan fácil que la pareja de amantes empezó a caer en la rutina. Fue entonces cuando, por recuperar el atractivo de su infidelidad, buscaron en el riesgo el encanto que habían ido perdiendo. Así, una felación en un confesionario en misa de doce, el misionero en el coche aparcado en doble fila en la Gran Vía, el carrete en un probador de El Corte Inglés o un sesenta y nueve en el ascensor de la Torre Picasso, se convirtieron en prácticas de alta liberación de adrenalina. Llegaron hasta la temeridad de participar en un «reality» con sexo explícito ante las cámaras y la alta posibilidad del descubrimiento por sus respectivos cónyuges. Pero estos no se enteraron; por ese entonces se encontraban los dos practicando sexo, colgados de una pared, en una ascensión al Annapurna.

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