Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

RAME

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta penúltima propuesta es el concepto balinés de RAME, la belleza del caos. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de NOVIEMBRE

Relatos

73. Atlántico de por medio (Patricia Collazo)

No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió

 (Joaquín Sabina)

Mi hijo Juan nació en la vida que dejé en Buenos Aires cuando marché huyendo de la dictadura. En ese entonces tonteaba con el que habría sido su padre y que, de haberme quedado, se hubiera convertido en mi esposo.

Aquí, en España, tuve una niña que habla con acento gallego, aunque de vez en cuando se le cuele algún deje argentino contagiado de su mamá.

Mi hija es morena y tiene unos rizos exactos, como de anuncio de champú, que me transportan a mis vacaciones infantiles en Mar del Plata, con esa prima que se quedó del lado de la historia en el que le tocó morir defendiendo ideales.

Sé que Juan tendrá ahora casi treinta. Que será hincha fanático de Boca y adorará las pizzerías de la Avenida Corrientes. Puede que le guste la cumbia, y aborrecerá el tango, como todos los jóvenes. Hace falta tener más de cincuenta para empezar a entenderlo. Para soñar con Volver y malcriar a los nietos argentinos que Juan me dará y llevarlos al ItalPark, el parque de atracciones cerrado desde hace años, pero que abriría sus puertas para nosotros, si mi padre me cogiera de la mano una última vez.

72. Segunda oportunidad

La primera vez que mis isquiotibiliales me empujaron hacia atrás no le di importancia, lo achaqué al cansancio de las jornadas interminables para hacerme un hueco en la empresa tecnológica más importante del país. La segunda vez, dejé con la palabra en la boca al promotor inmobiliario que me iba a vender el ático con el que todo triunfador soñaba, mientras yo me alejaba acera atrás. Lo peor llegó cuando empecé a caminar marcha atrás dejando plantada en el altar a Cuca, ante la mirada atónita de los cientos de invitados de la alta sociedad que se habían congregado para asistir a la boda del año. La cosa fue a peor y se hizo crónica mi forma de caminar. Decidí echar tierra de por medio, huyendo de curiosos y maledicentes que creían que no era más que una impostura para llamar la atención. Dejé que mis piernas retrocedieran libremente y decidieran dónde llevarme: me devolvieron a la aldea, a la casa donde me crié, al momento en que partí. Fue entonces cuando empecé a andar hacia delante, como si nunca me hubiese marchado.

71. Remembranza

Ha pasado mucho tiempo aunque nunca pasará el suficiente para olvidarte. Tu presencia me dejó un rastro de recuerdos, los mismos que llenan tu ausencia de retazos, de historias, de anécdotas, de risas y también de dolor y de nostalgia…

Y te veo en todos los rincones de nuestra casa. Llegando de la playa con la toalla al hombro y el rostro sonrojado por el sol. O sentado en la cocina comiéndote a bocados el bocadillo de la merienda con las mismas ganas con que devorabas la vida.

Admiro la fortaleza y la valentía con que afrontaste semejante reto y aceptaste la muerte como único destino.

A menudo te añoro. Cierro los ojos para evocar tu rostro, entonces me sonrío y me digo que aunque te fuiste te quedaste…

70. Tiempo (Blanca Oteiza)

Se acercan las vacaciones y pronto llegarán los visitantes a llenar las calles de juego y tertulias. Mientras tanto aprovecho la rutina en la tranquilidad de mis quehaceres, paseos y charlas con los vecinos.

Entre la maleza aparecen los muros que aún quedan en pie de la vieja estación, en otra época repleta de bullicio. Aún recuerdo de niño acudir con mis padres al andén a recibir a familiares. Hoy ya no hay raíles por los que circulen los trenes que hace mucho dejaron de pasar, no hay prisas por llegar pronto, ni tampoco tarde. Sentado en un banco superviviente, revivo con añoranza aquellos años en los que el pueblo bullía, especialmente los días de feria, con el mercado de ganado, los puestos de rosquillas y los colores de las hortalizas y frutas de temporada. Como si la campana sonase anunciando la llegada del tren, escucho los truenos avisando de la tormenta. Acelero los pasos para refugiarme en casa, la misma que vio nacer a mis abuelos. Ahora, tan vacía como el vaso de un sediento, acogerá en unos días a quienes se fueron a buscar en la ciudad lo que en el campo no supieron encontrar.

69. El tiempo es vida

Peinaba ya algunas canas cuando un duendecillo me otorgó el don de la escucha. Mi primera consulta vino por un bebé aquejado de latido repetitivo. Nada más auscultarlo supe que su corazón recuperaría el compás perdido si dormía junto a un metrónomo y lo alimentaban con biberones de pentagramas. Sus padres, agradecidos, aceptaron encantados la factura por el servicio prestado: dos minutos al contado, los que me donarían de su propia vida cada uno de ellos. La noticia corrió como la pólvora y acudieron por miles con patologías desconocidas: sumiller de la nada, mirada zigzagueante o cumulonimbofilia anticiclónica. Minuto a minuto, fui rejuveneciendo hasta volver a la más tierna infancia y acabar de nuevo en la tripa de mi madre. ¡Eso sí que era vida! Echaba tanto de menos flotar mecido en ese suave vaivén y escuchar el pum, pum, pum de su corazón que nunca más quise salir, pero no por ello dejé de socorrer a quien lo necesitase.

Mi madre jamás envejeció y con el tiempo sobrante creamos una caja de ahorros, haciendo feliz a mucha gente al poder permanecer junto a sus seres queridos, aunque solo fueran unos minutitos más.

68. El mensajero

La niña pasaba las horas sentada sobre la lápida aún caliente. Ya no tenía más lágrimas por derramar. Su única compañía eran las flores marchitas y yo, un pobre sepulturero que iba a verla después de acabar la faena. Un buen día, no pudo evitar darme un abrazo. Pala en mano, me quedé en silencio, petrificado. Al poco, recogía crisantemos frescos de otros funerales y se los llevaba a la chiquilla para que no se sintiera sola. Un día ella me susurró algo al oído. Accedí a su deseo y un colibrí revoloteó desde el interior de la tumba. No dejaba de perseguirla y yo trataba de espantarlo. El mismo pájaro acudía a diario en busca de la niña que pronto se acostumbró a su presencia. El ave seguía entrando y saliendo del sepulcro y se le acercaba como si quisiera hacerle cosquillas en las orejas para provocarle una sonrisa. Empezó a dejar de ir despeinada y, una tarde, se puso sus mejores galas, la misma en que tan sólo hallé el cuerpo sin vida del colibrí.

67. Misión imposible

Se sientan la una frente al otro y abren la caja de su particular puzzle. Cansados de intentarlo, deciden que esta será la última vez.

Como siempre, empiezan por el borde y desde ahí hacia el centro. Esta parte la hacen de carrerilla: sus primeras citas, sus primeras veces, sus primeros viajes, la mudanza a su diminuto piso, las noches de ron y sexo, la despreocupación… se miran con ternura mientras las piezas se deslizan entre sus dedos, acoplándose a la perfección

Ahora el rompecabezas se complica: hay que encajar los abortos, la desesperación, las inseminaciones fallidas, los créditos bancarios, las discusiones, el embarazo de riesgo, el nacimiento de los gemelos, las noches sin dormir, la dificultad de llegar a fin de mes… Después de forzar varias fichas, consiguen avanzar.

Y así, llegan a la última sección, donde siempre se atascan: el ascenso de él, sus continuos viajes, la distancia entre ambos, especialmente en la cama, las copas de más de ella y, finalmente, las infidelidades.

Prueban de todas las formas imaginables. Intercambian y combinan piezas hasta que, agotados, lo aceptan: es un puzzle imposible.

Se levantan, lloran, se abrazan, y él hace las maletas y se va.

66. La casa del mar..

Marina aún conserva ese candor que la distingue y su dulce sonrisa. No ha sido fácil regresar para ella. Abre la puerta despacio, entra en el salón, siente frío, el frío húmedo del mar que se cuela por el ventanal. Un sinfín de sensaciones vuelven a su memoria. Reviven los aromas familiares y el dulce eco de las voces amadas, recorre con una mirada todo el entorno para luego contemplar el cuadro que domina la pared desgastada. Marina se reconoce con su vestidito de espuma. Siempre ha estado ahí, junto al sillón preferido de su padre, se sienta, se arrebuja y cierra los ojos para evocar su presencia. 

La ausencia y el silencio impregnan la estancia, unos pocos rayos dorados del atardecer se cuelan curiosos y parecen querer arroparla y poner una nota de tibieza.

Se acerca al cuadro y se detiene en la firma, que con el paso del tiempo es apenas visible, solo recuerda vagamente a la muchacha que la observaba cada día en la playa mientras pintaba. 
Acaricia la imagen de la pequeña con ternura, muy suave, como si quisiera mimarla y protegerla para siempre..

 

 

65. Regreso a los orígenes

«Tres, dos, uno… navegas entre selvas, escuchas rugidos, trinos, sientes un viento cálido y húmedo que te recuerda a tu infancia, o a otra infancia más lejana», dice la voz.

«Te miras. Estás casi desnuda, pero no te avergüenzas. Detienes la canoa. En la orilla te reciben otras mujeres como tú. Están alegres, cantan, bailan, y te informan de que ha llegado tu gran día. Jamás perderás tu poder, te dicen, y te llaman por tu nombre».

Renata tiene los ojos cerrados; está tranquila. La voz, la hipnótica voz quizá no esté diciendo todo eso. Puede que incluso no exista, o sea un simple eco del pasado. Pero ella lo escucha, lo siente. Por eso está regresando a ese lugar salvaje que jamás ha visto. Al Gran Río, a su tribu. Y ríe, y baila.

Y todo se nubla.

 

—Mo… montaré a caballo, y… tensaré mi arco —murmura, adormecida aún por la anestesia—. Jamás perderé mi poder.

—¿A caballo? Cariño, primero… debes empezar con la quimio. Pero todo irá bien, ya lo verás —le dice suavemente su marido.

—Lo sé, solo estaba bromeando —responde ella, sonriente. Con ese brillo peculiar que solo poseen las verdaderas amazonas.

64. DE IDA Y VUELTA (Belén Sáenz)

Puse la taza de té sin terminar en el alféizar cuando vi que por fin había dejado de llover. Cogí la correa de Robbie y salimos en busca de un cielo sin nubes que se pareciera al de Madrid. Con la absurda ambición de recobrar a Yolanda. No sé si saltamos por impulso o nos absorbió una corriente de nostalgia en aquel charco calmo que reflejaba un azul casi mediterráneo. Tras un fundido a sepia surgí, como un león, en la plaza de Cibeles. Permití que Robbie guiara el carro de la diosa que nos emparejaba y decidiera entre Gran Vía o Alcalá. A mí me bastaba con reencontrar el pasado. La vida, tal y como me hervía en los genes, se representaba en las calles y no era necesario pagar entrada. Pero cruzábamos la frontera entre el verano y el otoño, y pronto la gente empezó a regresar al abrigo de sus casas. Entonces rememoré aquellos sorbos del té inacabado, la lluvia anglosajona que zarandea las telarañas, la chimenea en el pub de la población circundada por una soñolienta campiña donde había construido mi hogar hacía ya muchos años. Y anhelé regresar sin demora a Amanda.

63. Saudade. 2014

Anónima

Lágrima sobre papel

 

A mi cerebro le gusta abrir los cuartos más oscuros de mi alma en los días lluviosos de otoño. Sin embargo hoy, a pesar de la lluvia, cuando he cogido el viejo álbum de fotos y acariciado sus hojas de papel, ha entrado por la ventana el sol de un día luminoso de verano en el que tres niños corretean por la casa llenando el aire con sus risas. Acaricio sus siluetas y me pregunto por qué renuncié a aquellos momentos, por qué no luché más, por qué me fui. Y de pronto todo se oscurece. ¡Cómo olvidar por qué huí! Pudieron más los gritos, el miedo y las amenazas.

Me sirvo otra copa de vino y pienso que quien inventó los álbumes de fotos modernos con su cubierta de plástico en cada hoja sabía bien del poder destructor de las lágrimas sobre el papel.

62. PRIMER DÍA DE COLEGIO

En el patio hay un árbol nuevo. Es como el trampantojo de la interpretación libre de un árbol. Un ejemplar que tiene un aire desconcertado y que resulta desconcertante. La directora cuando lo vio pensó que era inapropiado porque es desproporcionado, los colores no guardan ninguna coherencia y es imposible saber a qué especie corresponde. Además, dijo entornando los ojos: «¡Este árbol no estaba aquí el año pasado!».

Ante el asombro del equipo directivo el conserje señaló que el día anterior tampoco había árbol y que tanto el personal de limpieza como el de mantenimiento podían corroborarlo.

La jefa de estudios se acercó y acarició el tronco, miró a María y dijo: «es un árbol imaginado, alguno de los chavales nuevos que están en clase y que ha venido de lejos lo ha traído hoy. Seguro que el chico tuvo un ensueño, un recuerdo y aquí está».

-Si continúa podremos montar un jardín botánico –rio el secretario.

La directora muy seria no se lo pensó mucho: «Esto es una locura. Se nos va a llenar el colegio, el parque y medio pueblo si no hacemos nada. Comentadlo entre los compañeros. Mañana lo trataremos en el claustro y buscaremos una solución».

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