10 AÑOS ENTC: DESPEDIDA
Esta es la convocatoria de celebración de 10 AÑOS ENTC.
En esta entrada del blog tenemos el vídeorrelato
DESPEDIDA, de Asun Gárate
Ganador de la 4ª convocatoria ENTC en el año 2014.
Solo podrán participar los usuarios o participantes de ENTC a lo largo de sus 10 años.
La participación en el concurso será posible a través de este formulario desde el que se enviará el relato y el seudónimo correspondiente. La organización se encargará de publicarlo debidamente firmado con el seudónimo que nos indique en un plazo de 24 horas.
El relato será INÉDITO de un máximo de 150 palabras (sin contar el título) y tendrá que enviarse antes de las 23 horas (hora peninsular) del DOMINGO 23 DE ENERO DE 2022 cumpliendo estas dos condiciones:
CONDICIONES
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- 1 El relato responderá a una composición libre, pero deberá mostrar claramente algún vínculo en el tema, trama, personajes o ilustraciones que podéis ver en el vídeo superior… dicho de otro modo, se mostrará claramente inspirado en parte o todo este videorrelato.
- 2. En el título o dentro del texto del relato participante debe insertarse un fragmento literal de al menos 4 palabras extraído del relato del vídeo. No se permite variación de tiempo, género, número, ni orden… LITERAL. DE 4 PALABRAS MÍNIMO. Este fragmento, para que sea fácilmente identificado por el jurado… TENDRÁ QUE APARECER EN MAYÚSCULAS.
Consultadnos cualquier duda. Revisad bien el texto antes de enviarlo porque, una vez publicado no habrá posibilidad de corregir ni reeditar.
A finales de enero de 2022, el autor del presente videorrelato elegirá entre todos los presentados en esta publicación un relato que participará como FINALISTA para el concurso 10 AÑOS ENTC.
El fallo final del concurso se dará a conocer durante la celebración del 11 ENTCUENTRO celebrado en Arzúa en el próximo mes de marzo.
LOS MANEJOS DEL DESTINO, de Aldebarán
Ellos no lo sabían, pero la suerte trajinaba en su contra desde que vinieron al mundo. Y aquella tarde plomiza, al salir de la escuela, el muchacho acarició con ternura los labios tímidos de Anita y quiso creer que rozaba un sueño posible. Luego, reclamado por la voz áspera de su madre, salió en busca del atormentado rastro de su padre y, aunque volvía a menudo la mirada, desapareció mansamente en la oscuridad del camino SIN UN GESTO DE CANSANCIO NI UN SUSPIRO. Mientras, la muchacha, ilusionada, agitaba un corazón dibujado en la palma de su mano y el maestro, entre cristales, la contemplaba con la satisfacción del que ha firmado un buen acuerdo: Era un hombre joven todavía, estaba viudo y tenía tres criaturas a su cargo.
No lo sabían. Fue al llegar a casa, aquella tarde plomiza, cuando descubrieron que el destino había urdido otros planes para ellos.
ESE SILENCIO OSCURO QUE DEJAN LAS TORMENTAS, de Lirio
A veces, los días de tormenta le recuerdan aquella mañana triste y húmeda de su infancia, cuando él llegó tarde a clase, mientras las campanas tocaban a difunto. Vestido con pantalones largos y unos zapatos más grandes de su talla, ella casi no reconoció al niño que le tiraba de las coletas y le dio sus primeros besos. «Solo vengo a despedirme», les dijo. Su padre había fallecido, y él y su madre se iban a vivir a otras tierras.
Es entonces cuando se pregunta cómo será la mujer que le hace el amor, si duermen abrazados las frías noches de invierno, si ella habrá sabido hacerlo feliz, hasta que deja de oír los truenos, y quizá escuche cómo rompe el silencio el llanto de su hija pequeña, el volumen del partido de fútbol televisado o los gritos eufóricos de su marido porque su equipo ha marcado otro gol.
EL ÚLTIMO CAMBIO, de Ladybug
Lo suyo era un reproche constante… «¡con tanto cambio me estáis volviendo loco!».
Su padre era asesor comercial, y cada vez que se abría una tienda nueva, tocaba hacer maletas y cambiar de amigos. Había recorrido cuatro ciudades, el mismo número de viviendas y, sin contar las guarderías, también de colegios. Pero lo que más le fastidiaba era lo de sus novias, y de Anita estaba muy pillado, de SUS COLETAS RUBIAS Y SUS ojazos. Hoy iba a decirles que de ésta no pensaba separarse.
Cuando entró en casa notó algo raro. No olía a comida, como cada mediodía, su madre de espaldas a la puerta hablaba por el móvil, entonces escuchó sus palabras mezcladas con un incontenible llanto…
«¡Eso es imposible… se están confundiendo… mi marido jamás haría una cosa así…!».
En el obituario que enviaron sus amigos al periódico, lógicamente obviaron lo del suicidio.
DESPEDIDA, de El Principito
Mario entra en la cocina donde el día anterior encontró el cuerpo sin vida de su padre.
Alza la vista y observa la viga corroída, aún no sabe cómo pudo soportar el peso de tanta pena.
Luego escucha el silencio gélido y piensa en Anita, su querida Anita, hasta que las palabras de su madre vuelven a retumbar en su cabeza.
Entonces se pregunta quién quiere ser el HOMBRE DE LA CASA con quince años, mientras sostiene entre sus manos la cuerda que sirvió de soga.
VAIVÉN SILENCIOSO, de Carlos
Miré fijamente la viga del techo y lo observé en silencio. Estaba demasiado oscuro y aun así SUS OJOS TAN ABIERTOS BRILLABAN DESESPERADOS. Parecía el balancín construido en las ramas altas. Hay ciertas cosas que una no puede hacer sola. Liberarlo de la comba con la que enseñé a saltar a nuestra hija difunta, no es un juego ni una diversión y lo aplacé para otro día.
Esa noche me tumbé de espaldas y observé mi cuerpo, empezaba a desgastarse. Quizá era una excusa para no hacer nada. Luego permanecí quieta, mirándolo, y le dije que ya no había escapatoria, que su falta me obligaba a trabajar, que al parecer le fue muy fácil acortar la aventura de vivir, que no todas las personas que respiran están vivas, y otras cosas.
Me miraba muy atento con sus hermosos ojos negros. Por la mañana, al fin, tuvimos que concluir nuestra conversación.
ARREPENTIMIENTO, de Belfegor
Oyeron un ruido espantoso y un grito, se levantaron y corrieron hacia el dormitorio.
LO HALLARON BALANCEÁNDOSE DE LA VIGA, había conseguido meter una mano, entre la cuerda y el cuello y gritaba que le ayudaran.
El muchacho se agarró a sus piernas, gritándole que no le quería.
La agonía se estaba prolongando demasiado, empezó a decir, que cuando bajara, los mataría a los dos.
Entonces, su mujer dio un salto y se colgó a horcajadas en sus piernas.
Los gritos y el balanceo se fueron poco a poco.
LA ELA, de Respiración
Aquella hostil naturaleza de brisa mojada le helaba el alma e incitaba a tumbarse rendido bajo LA LUZ DE LOS RELÁMPAGOS.
Se dijo a sí mismo que el cielo le brindaba, en bandeja de espuma, la salida a su problema.
A su alrededor, bailaban peces moribundos. Centollos y nécoras mordisqueaban los dedos de sus pies. Le arropaban.
Las olas se igualaron en pocos segundos y danzaron, alegremente, hasta alcanzar la playa. El mar engulló, literalmente, la chalana.
La búsqueda infructuosa de Ramón duró varios días. Mientras tanto, una incertidumbre corrosiva se iba apoderando de su mujer.
Entre las sábanas limpias del armario, Emilia encontró una carta de Ramón.
Él desgranaba, en varios folios, el amor que sentía por ella y le pedía perdón por todo.
Adjuntaba informes médicos. El diagnóstico era irreversible. Por eso, decidió nadar con la ELA en la eternidad del océano.
Emilia, enfurecida, le maldijo.
DESENCANTO, de Bartleby
El día que Javito más alto voló su cometa, la recogió con polvo de estrellas, miradas enamoradas a la luna y deseos esperanzados prendidos en su larga cola. Desde entonces, nota que los jilgueros no cantan, que las nubes titubean, que el aire, ENTRE TRUENO Y TRUENO, en vez de silbar, ronronea, y que ya solo llueve agua. Pero lo peor es que Lenita, la pelirroja pecosilla, ya no quiere cobijarse bajo su paraguas.
HISTORIA ROTA, de rizzitos
Un día de finales de invierno, en que se siente ese primer calor del año de la cercana primavera, se rompió mi historia personal, mi vida.
Mi marido, al teléfono, quería saber si tenía noticias de nuestro hijo Aarón. Esa llamada me hizo prever lo peor sin saber por qué. Era muy extraño que se hubiese ido a algún sitio sin avisarnos, pues nunca se iba a ningún sitio sin nosotros. Corrimos al lugar donde una amiga le había visto por última vez. El inexplicable mal presagio que me nubló la mente se había cumplido. Miquel tenía 19 años, era muy alto, se quería dedicar a la creación de videojuegos pero murió por suicidio de una forma totalmente inesperada, sin que hubiera habido avisos previos. Ahora que no está en nuestras vidas, le recordaremos siempre como EL HOMBRE DE LA CASA, y siempre lo será
RESILIENCIA, de Carballo
SIN UN GESTO DE CANSANCIO retomó su vida, aunque su marido continuase colgado de la viga.
La vida da sustos inesperados, pero mis mayores siempre me han dicho que debo continuar adelante, al menos por mi hijo.
Si él ha sido un cobarde y no ha sabido afrontar todas las dificultades, yo no seguiré sus pasos.
Ahora tengo un nuevo hombre en casa y a él me debo, siguió pensando, mientras se tragaba las lágrimas.
CENICIENTA DEBE MORIR, de Matilda Johnson
El niño que dejaste detrás de ti, el hombre de la casa desde que no estás, en ocasiones me mira con SUS OJOS TAN ABIERTOS y desesperados que creo que ya ha empezado a pensar que soy la culpable; nunca sabrá que detrás de esta fachada está la mujer que te quiso y decidió no calzarse el zapatito de cristal para fugarse con uno de los lacayos, que estoy aterrada y que tú no te suicidaste, que los narradores de todos los cuentos clásicos nos han encontrado y cumplen sus amenazas.
Amor, puede que nos veamos pronto y recobremos la vida que teníamos, antes de este miedo que paraliza y mata. En cuanto a nuestro hijo, ya tiene tus zapatos y creo que cualquier noche huirá de esta casa; sé que el camino más corto es que me odie y se vaya poniéndose a salvo pero… duele tanto.
GESTOS, de Doña Urraca
LO HALLARON BALANCEÁNDOSE DE LA soga colgada del ecuador. Según la inclinación de la tierra y la hora, su vaivén seguía las agujas del reloj, o lo hacía en sentido contrario, como los desagües de los lavabos en territorio austral o boreal. En derredor, sus familiares lo miraban compungidos, con una oscilante negativa —derecha izquierda o izquierda derecha—, siguiendo el recorrido del cuerpo inerte, al que acompañaban en esa negación rítmica, matemática, de la que solo se escapaba el hijo del suicida, situado justo en ese espacio indiferente entre los dos hemisferios y que seguía con la mirada —arriba abajo, abajo arriba— el balanceo. Una leve y prácticamente inapreciable mueca del difunto consoló el dolor del niño, que partió con su consentimiento en busca de las coletas rubias y los tímidos besos de sus sueños.
NUDOS EN LA GARGANTA, de Onírica
Aquella mañana neblinosa de diciembre Ángela halló BALANCEÁNDOSE DE LA VIGA del sótano el cuerpo de un hombre. Al primer grito de horror al contemplar la tétrica escena, le siguió un segundo todavía más desgarrador al reconocer en aquel rostro desencajado y de ojos desmesuradamente abiertos a su tío Alfonso, desaparecido durante años. La mancha amarilla en el iris de su ojo izquierdo era inconfundible. Ella bien lo sabía, pues en más de una ocasión la tuvo que observar mucho más cerca de lo que hubiese querido. Paralizada, no pudo evitar que una sucesión vertiginosa de oscuros recuerdos se agolparan en su mente. Alfonso siempre fue un depredador de ilusiones. Si una presa escapaba al alcance de su elaborada estrategia de persuasión, siempre conseguía otra; así cayó en sus redes Aurora, la hermana pequeña de Ángela. Todavía peinaba dos preciosas trenzas rubias.
CASUALIDAD TERAPÉUTICA, de Amanita
Cuando hay tormenta, Andrés se recluye en casa y sufre. A su pareja, la tercera ya, le extraña ese miedo desproporcionado. Tampoco entiende que, durante unas horas, le llame Anita en vez de Manuela o evite calzar zapatos.
Necesitan terapia. La mujer se encarga de buscar la mejor opción y concertar una cita; él consiente por no contrariarla. El diagnóstico resulta concluyente: aversión obsesiva causada por un trauma infantil. Andrés conoce el origen, pero es incapaz de verbalizar lo sucedido: presenció el suicidio de su padre A LA LUZ DE LOS RELÁMPAGOS; heredó sus zapatos aún calientes; y, sobre todo, nunca le perdonó tener que abandonar la escuela del pueblo por culpa de aquel fallecimiento repentino, dejando atrás para siempre a su amada compañera. La especialista les promete solución. Él no la cree porque todavía ignora de ella datos importantes: se llama Ana y tienen ambos la misma edad.
RESERVA 2005, de Procrastinator
En el silencio, ENTRE TRUENO Y TRUENO, escucho a mi pensamiento deshojar mi mísera vida: mi empresa me ha sustituido por un programa informático, mi novia ha empitonado mi orgullo con mi mejor amigo y la leucemia navega a la deriva por mi sangre.
Ato la cuerda a la lámpara, es de estilo barroco, tiene buenos anclajes, sin duda aguantará mi peso. Me siento un instante y apuro el cigarro, será el último. Sobre la mesa, la soga proyecta una oscilante sombra que estimula a mi mente a buscar un último acto de supervivencia, un ancla que me amarre a la vida. Pero es inútil. Subo a la silla y me anudo la cuerda al cuello. Un pequeño movimiento y todo habrá acabado, ya nada tiene sentido para mí. Pero en el último instante freno el paso a la eternidad: veo la botella de vino y está prácticamente llena.
CRÓNICA DE SUCESOS, de Egomet
Tras la tormenta, un silencio oscuro se instala en el desván. Los truenos que acompañaron los gritos se escuchan lejanos y un relámpago fugitivo agita la melena. De pronto, una brusca oscilación en el hilo disuade a la araña de su empeño fabril. El CRUJIR DE LA MADERA y un espasmódico balanceo de la soga que cuelga al lado, la ponen en guardia. Escasa de empatía, mira con desdén cuerda abajo. El desenlace pende, convulso, del nudo.
La quera desconoce las leyes de la física. Sigue a lo suyo. Erre que erre. Ignora que su incansable labor está a punto de agotar la resistencia de la traviesa. Al fuerte crujido sigue un impacto y, alarmados acuden la madre y el hijo. Reconocen en la penumbra, al monstruo inerte. A través de un ventanuco reparan súbitamente en las culebrinas que, como carantoñas de luz, acarician, desde la distancia, sus lágrimas.
VERSO ABRUMADO, de Wenceslao Izquierdo
Escribía sus mejores poemas durante ESE SILENCIO OSCURO QUE DEJAN LAS TORMENTAS TRAS DE SÍ, pero su mayor inspiración le sobrevenía en medio de las tempestades.
LA CUERDA DE SEDA, de Agüerojero
Saltábamos de niños, con nuestro tío, por las bañeras entre las sierras de roca tallada por las olas en busca de los recovecos en los que se escondían los pulpos en el acantilado de Langre, cuando encontramos una maroma, uno de esos restos QUE DEJAN LAS TORMENTAS en la costa. Era una cuerda blanca y fina, no como las conocidas de esparto. En aquel tiempo no sabíamos de fibras sintéticas. La llamamos la cuerda de seda.
Desde aquel día, el tío la colgó en la cuadra. Solo se usaba para atar las manos de los jatos y tirar de ella en el parto de las vacas.
Todos nos fuimos del pueblo. Pasaron los años. El tío se quedó solo.
Ayer nos dijeron que el tío había aparecido colgado de una viga en la cuadra. Una cuerda blanca rodeaba su cuello. Aquella cuerda que solo se utilizaba para ayudar a nacer.
HAMBRIENTOS, de América
Era lo más humano que podíamos hacer. Peor hubiera sido dejarlo colgando con el rostro azul y los pies balanceándose sin sentido a medio metro del suelo.
A ninguna de nosotras nos salía ni media lágrima. Como tampoco nos había salido ni media palabra para detenerlo cuando lo vimos arrastrar la silla y la soga hacia la encina A LA LUZ DE LOS RELÁMPAGOS. Se había enterado de que lo tenían cercado.
Madre soltó a los perros. Esos a los que él nunca se cansaba de castigar y apalear cruelmente. Como siempre, estaban hambrientos.
DESCONOCIMIENTOS, de Andrómeda
En su interior, apenas saliendo de la adolescencia, se resistía a creer que su esperanza era una quimera inalcanzable. Pero la vida le mostró sin tapujos la realidad. Cuando volvieron de la era, la HALLARON BALANCEÁNDOSE DE LA VIGA del comedor.
En su casa advirtieron que algo la mantenía ilusionada. Desde hacía unas semanas veían un brillo nuevo en sus ojos. A esa edad sería un mozo, aunque no para ese desenlace.
En su pueblo, lleno de hambre y miserias, nadie hacía preguntas por los que se colgaban de una soga si vestían andrajos. Como si los motivos que los empujaran fueran únicamente suyos, como si no pudieran arrastrar la culpa de otro como propia, como si no hubiera a quien cargar el muerto. Y, además, no sabían de autopsias, ni de análisis de ADN, ni que los pobres deberían tener los mismos derechos que los señoritos.
EL FORENSE, de Widow
A Hilda le parece preciosa la letra del doctor. Mientras pone una lavadora con las sábanas sucias, observa admirada su caligrafía: eses como cuellos de cisne, mayúsculas que se estiran altivas, vocales saltarinas que parecen estar vivas. Lleva escrita una hoja entera sin tachones ni enmendaduras.
Ha venido en cuanto ella le telefoneó. Está sentado frente el cadáver del esposo, anotando la causa de la muerte. El desgraciado tiene el rostro como un pergamino, los labios morados y la lengua negra BAJO EL BIGOTE GRIS. Hay vómito húmedo en el pijama y está hasta arriba de caca líquida, se ve que ha vaciado enteras las tripas, piensa el doctor mientras apunta en su cuaderno que una soga ficticia le quebró el cuello y murió asfixiado por ahorcamiento.
También piensa, mientras redacta una nota de suicidio llena de faltas de ortografía, que esa mujerona lujuriosa se ha pasado con el matarratas.
SECA, de H2O
El tío Anselmo se colgó con la cuerda del pozo. Esa mañana no pudimos sacar agua. Por suerte, quedaba alguna, pues a muchos se nos secó la boca. A mí, al encontrarlo tan flotando, BALANCEÁNDOSE DE LA VIGA del establo. Enseguida distinguí la soga. Y fue reconocerla y entrarme sed.
Apurando el botijo, llegaba el mediodía sin que lo descolgaran. El que tenía que dar el permiso se presentó a las cuatro, venía de otros pueblos donde también se había muerto gente. Vivimos en una zona donde se muere mucho.
Cuando pudimos sacar agua, su mujer fue la primera. Con la lengua pastosa, miramos cómo bebía. Basta que falte algo, para que te den más ganas, dijo secándose la boca con el delantal negro. Y, de cara al suelo, rompió a llorar. Nadie habló, pero estaba clarísimo, si no lo había hecho antes era porque no tenía agua que llorar.
VIGAS, de Vellorita
Mi padre se ha suicidado. Es la sexta vez en lo que va de año. Se ha colgado de una viga que hizo poner en la cocina. Por si acaso, recuerdo que dijo, aunque entonces no lo entendí. Como tantas veces después. BAJO EL BIGOTE GRIS le cuelga la lengua. Flácida. Me entran unas ganas enormes de arrancársela y echársela a los cerdos. Ya han comido suficiente por hoy, me diría él si pudiera hablar ahora, y me contengo. En su lugar corto la soga, lo siento en el taburete, me quito los zapatos y se los pongo para que le entren los pies en calor. Al cabo de un rato, como en un milagro, él se levanta y anda. Con mis zapatos. Yo salgo al patio y miro tímidamente al pasado. Está a punto de anochecer. Las gallinas picotean mis pies descalzos.
CONCENTRACIÓN, de Aurea
Colgado de la viga oí cómo mi mujer decía: “LO DESCOLGAREMOS MAÑANA TEMPRANO”.
Mis dolientes se reían y zapateaban de contento. Los vi complacidos recrearse en mi boca torcida, en mis ojos desorbitados y en mi aura balanceándose entre truenos y relámpagos.
Yo solo quería fumarme un cigarro, pero la suerte ya estaba echada y la muerte no da reversa.
Así que me concentré en morir.
LOS MISERABLES, de Princesa del Guisante
LA NOSTALGIA POR ANITA, con sus coletas rubias y sus tímidos besos, se esfumó por los agujeros de los viejos zapatos que heredó de su padre, al tiempo que sus obligaciones aumentaban por ser el nuevo hombre de la casa. Además, al poco de dejar la escuela, la diabetes le robó las piernas a su madre. Aunque, desde su cama, seguía mandando con la misma autoridad, y él, resignado, obedecía como un autómata.
Así pasaron veinte años como gota china, hasta que, un día, se topó con su cuaderno infantil en el fondo de un cajón. En sus hojas, un corazón con su nombre y el de Anita que contempló largo y tendido.
Y pensó que, a su lado, aquella vida miserable no lo hubiera sido tanto, mientras su cuerpo se balanceaba de la viga de la cocina, al son de la insistente llamada de su madre.