104. EL CORREDOR, de Pinocha
Dejó de sentir las lamidas del viento. Siempre tenía la sensación de haber corrido casi toda su vida. Yendo y viniendo con prisa, soñando y cansándose para quedarse más insomne y ardiendo de espera. Lo que buscaba era cambiante, difícil definirlo. Continuamente se sentía incompleto.
Hasta que entró al bosquecillo.
Solía pasar por la zona pero nunca lo había visto. Pensando cómo era posible que estuviera en su horizonte, decidió entrar. Tropel de olores y sonidos lo rodearon y elevó la vista hacia los fragmentos de luz que jugueteaban entre las ramas. Tantos árboles hermosos abrazados. Tantos. Aquel era su lugar, y una fresca comodidad lo fue arrullando.
Se sentía un poderoso ilusionista con la naturaleza en sus manos para un gran acto. La confianza hizo que su mente abandonara las presiones, hasta que intuyó la necesidad del cambio. Instante fugaz. Tuvo un poco de vértigo pero nunca se dio cuenta de que su vida anterior cesaba de interferir.
Ya era uno más.
En las ramas más altas del nuevo árbol, el viento juega a las escondidas mientras compone una canción de cuna, irresistible.
Siempre hay por ahí un corredor insomne.