111. A la sombra del mañana
Seis mujeres cargan el féretro sobre sus hombros. El difunto camina tras ellas, con los ojos cerrados, como adivinando el sendero. Llueve. Algún que otro paraguas se abre en la procesión, pero la mayoría preferimos ocultar nuestras lágrimas en la lluvia. Las mujeres se detienen, bajan el féretro a la fosa, lo abren. Cada uno de nosotros recibe uno de los libros que lo colman. Treinta y siete títulos en cuarenta años, buenos números los del difunto. A mí me toca de manos de Alexandra, “A la sombra del mañana”, donde ella apareciera por primera vez. Sonrió. Alexandra es aún más bella de lo que había imaginado. Cuando los libros se acaban, el escritor ocupa su lugar en el féretro. Alguien le pide que hable. Él se pierde en el laberinto de una larga parrafada sobre la importancia de la mujer en sus novelas. La lluvia cesa, y las seis heroínas carraspean al unísono. Él cruza sus manos sobre el pecho y calla. Me concedo ser el último en arrojar un puñado de tierra sobre el féretro. Entonces una voz dice: “Hace frío”. Es Alexandra. Le ofrezco mi saco, y ella me invita a revivir juntos su primera vez.
Gabriel, curiosa situación llena de magia y lenguaje subliminal. Suerte y saludos
Gracias, Calamanda. Suerte también para vos.
Saludos cordiales
Extraña y llamativa la escena que nos muestras con esos toques de realismo mágico que la hacen aún más atractiva. Saludos y suerte, Gabriel.
¡Sin dudas que es extraña! Pero me alegra, Jesús, que te haya resultado atractiva. Suerte también para vos.
Saludos cordiales