115. LAS SALVAS
Respiran, relajan sus músculos mientras retumban miles de voces del público que está sentado en las gradas del estadio. Los corredores se agachan, flexionan las piernas, tensan los brazos hasta que cesa el bullicio y llega el silencio.
Ahora se acuerda de su nombre y apellido, el mismo que lleva impreso en su dorsal. Observa la calle con dos líneas blancas que la limitan, ese horizonte que se pierde en la primera curva.
¡Ya!
Cuando comienza a correr el camino se endereza, todo es una recta sin nadie más alrededor. Un pasillo en el vacío surcado por sus jadeos que retumban con las pisadas, más fuertes cada vez. Solo se despista una décima de segundo, el tiempo suficiente para observar a las autoridades en la tribuna. Las mismas personas que le dijeron que, sin medalla, nunca tendría opción si quería volver a ser libre.
Entonces regresa al pasadizo. Sabe que no llegará el primero, tampoco el segundo ni el tercero porque ha cruzado la meta en el quinto lugar.
Y sigue corriendo. A esa velocidad saldrá del recinto en pocos segundos. Podría llegar a cualquier embajada que lo acogiera.
Va tan rápido que ni siquiera escucha las balas.
Es penoso pensar que, en la actualidad, haya personas que solo encuentran esa solución para alcanzar la libertad que le niegan en sus lugares de origen, aún a riesgo de su vida. Aunque, seguramente, lo que sufren en su casas no sea vida. Enhorabuena y suerte.