39. Cuentos
La niña rezaba sus oraciones tapada con las mantas hasta la cabeza. Hacía muchas noches que su amigo imaginario venía a visitarla cuando estaba en la cama. Cada vez era más grande. Tenía las manos más grandes, los ojos más grandes y la boca con los dientes más grandes. La niña se acordaba del cuento de Caperucita Roja, pero ella no era Caperucita, ni aquello era un cuento con final feliz. Por mucho que rezase y se dijese que ya era mayor para creer en cuentos, cada noche el ser se empeñaba en volver y cada noche el maldito se parecía más a su tío Andrés.
Demasiado triste que tengan que ocurrir cosas como por las que pasa cada noche tu protagonista. Pero es que monstruos de esa calaña existen. Por desgracia para sus pobres víctimas.
Mucha suerte.
El peor monstruo que puede existir. Lo has relatado con mucha habilidad. besos, Rosa.
Cuando eres pequeña y te hacen esas atrocidades, probablemente se lo cuentas a algún amigo imaginario, pero al irse la inocencia y quedarte sola, es cuando le pones rostro al monstruo. Una historia muy triste, en pocas palabras.
Saludos.
Me imaginaba un final así, por desgracia no tan ficticio como quisiéramos. Muy bien contado, tan sencillo como lo haría realmente un niño.
Un abrazo
Tremendo relato el tuyo. Una realidad que no quisiera que existiera, una cercanía familiar que da miedo. Bien llevado y sentido.
Un beso Rosa, suerte.
¡¡J****!! ¡Que bueno!
Lo vas contando como si nada, y aunque se sospecha desde el principio a que tipo de monstruo nos enfrentamos, el final sigue siendo un hachazo.
Suerte.
Uno de los monstruos más abominables, muy bien señalado con tu relato, que además se vehicula a través de ese pensamiento de tu protagonista que consigue transmitirnos su miedo y sobre todo su angustia. Mucha suerte 🙂