19. Catarsis
Ella amaba el mar. No este, sino el de antes. El mar azul y limpio que olía a sal, el de espuma blanca y lleno de vida plateada. El que escocía en los ojos y restregaba el alma hasta pulirla.
A veces lo pintaba para mí, mezclando índigos y esmeraldas con ojos soñadores. Cuando perdía vitalidad y empezaba a hacerse transparente, mi padre la llevaba a sus orillas para que se impregnara de energía.
Ella me enseñó a amarlo. Por eso me apuñalan su hedor a cadáver, su gris desvaído, sus olas cobardes, esa costra impura que devora las playas y sedimenta en las rocas como un sarro nauseabundo.
La cofradía alberga una incineradora incansable, los pesqueros descargan basura en la antigua lonja entre el silencio de las gaviotas. Desde el espigón, unos niños hambrientos lanzan sus anzuelos. Rescatan tesoros extraños que luego venderán. De vez en cuando sacan un mújol verdoso. Expectantes, lo destripan para ver qué contiene y tiran al agua el pescado contaminado. El último había ingerido un smartphone de los años veinte lleno de valiosos elementos reciclables.
Y al fin surgen: las deseadas lágrimas de nostalgia, las que saben a aquel mar. El que ella amaba.
El elemento acuático del que dicen procedemos, ese agua que es fuente de toda vida, en lugar de estarle agradecidos, lo convertimos en vertedero. Muchas son las voces que claman contra el daño que se le hace. Por grande que sea su capacidad de regeneración, todo tiene un límite y no sabemos o no queremos verlo, preocupados solo por el momento inmediato, sin pensar en las nuevas generaciones, como la de tu protagonista, que evoca ese especio acogedor, que parece degenerado sin remedio.
Un relato que es un toque de atención, cuya belleza narrativa no quita ni un ápice de importancia al problema que tenemos hoy y al punto irreversible que puede alcanzar un día.
Un abrazo y suerte, Eva
Gracias Ángel, siempre presente con tus alas reconfortantes. Para mi el mar es fuente de muchas cosas. Quizá la eterna nostalgia que siento por él se deba a que alguna vez fui, o quizá siga siendo, un ser de agua. Creo que en ese escenario que describo, que muchas veces se atisba ya desgraciadamente, me apagaría sin remedio. Un abrazo.
Con qué acierto describes la grandeza del mar, su belleza eterna, y también el desdén con el que lo tratamos, el descuido y los atentados que cometemos contra él. Y solo para enriquecernos un poco más, sin darnos cuenta de que así estamos envenenado la casa y el hogar que todos compartimos, nuestro hermoso planeta. Un abrazo inmenso, Eva. Disfruta de la Navidad. Gloria Arcos
Gloria, yo sé lo que tú sufrirías también al ver así tu amada costa, tu langosteira querida. Ojala nunca lo veamos. Gracias por pasarte por aquí. Disfruta también tú estas fechas y un abrazo enorme.