231. EL MORO, de El Lobo Feroz
Anochecía cuando llegaron a los límites del bosque. Los viajeros estaban perdiendo la esperanza de llegar con aquel tiempo a la Posada de las Merindades, sita a unos centenares de metros del final de la frondosa pineda. Jalonada esta por centenarios árboles como encinas y sabinas, la fuerte nevada estaba borrando toda huella del discurrir del camino, solo adivinado por los troncos de los árboles que, a modo de guías, lo señalaban. Los caballos inclinaban la frente intentando protegerse del azote de la ventisca que comenzaba a arreciar por momentos.
-Dios mío, ¿qué vamos a hacer?, se lamentaba la viajera. Vamos a perecer helados si nos quedamos atrapados. El Moro, de raza Mastín del Pirineo, adaptado a esas duras condiciones climáticas y buen conocedor del contorno, -antaño vivió en la venta-, intuyendo el problema avanzó unos metros y con sus ladridos, alertó de una oquedad en el terreno preservada por una frondosa sabina. Allí podrían pasar la noche protegidos, personas y animales.
Hecho esto desapareció, dejando preocupados a los pasajeros. Al cabo de dos horas, reapareció ladrando con fuerza. Tras el venían gentes de la posada en su socorro. La mujer, no pudo reprimir el llanto abrazando al can salvador.