24. VÍNCULO VITAL, de Elfo
Dejé caer la tarde en el camino. Sin prisa, indiferente como la luz oblicua, me olvidé de las horas y me adentré en el bosque. Era un sendero antiguo, dibujado, que a modo de antesala recibía luminoso al caminante. Los árboles que orlaban el paseo, lejanos, discontinuos, parecían jugar con reflejos fundidos que adornaban el bosque de una luz desmayada. De pronto, la luz inverosímil y aquel silencio quieto, aquella forma lenta contorsionando el tiempo, se olvidó del
camino y lo cubrió de musgo y de hojarasca. En la humedad del suelo y el aire velado por la niebla, desapareció el rumbo que hasta entonces había yo seguido confiado y constante. Cada árbol erguido, cada sombra expectante, hizo de mi presencia un hecho contenido. No me asusté, al contrario. En aquel vínculo vital entre bóveda y regazo, entre fotosíntesis y mineral, me encontraba yo formando parte como sustancia nueva. Por un instante, aquel bosque ya cerrado, enmarañado y denso me pareció digno de los elfos. Y yo no era un intruso.
Fue entonces cuando supe reconocer el espíritu del caminante. Tal vez, pensé, este sea el bosque del “Érase una vez”.