272. PLENAMENTE FELIZ, de Flora
Fui pisando hojas muertas durante todo el camino hasta llegar al bosque. Observé la luz a mi espalda y la penumbra que se abría ante la idea de continuar en solitario por una vereda desconocida, en una serranía que visitábamos por primera vez. Ya me habían informado en la residencia de que los paseos debían ser breves, sin alejarnos del entorno, constantemente avisando del recorrido. Pensé en la negrura que me desafiaba, en la cara rancia de la monjita, en mis hijos, y seguí sencillamente por donde iba, hacia la oscuridad, hacia mi travesura de octogenario aventurero, cuando una acacia gigantesca me sorprendió llamándome viejo. Al girarme, una mariposa echó a volar con una sonora carcajada. Lo primero que se me ocurrió fue decir en voz alta: ¡No he bebido! El bosque recobró vida después de un ligero jolgorio, relajándose, y yo con él. Era la plenitud de la placidez. ¿A dónde iba a ir después de una sensación tan mágica? La decisión fue quedarme, y aquí sigo, desde hace ciento cincuenta años, con todos los animales, plantas, duendes, hadas y demás espíritus del bosque.