292. EL TÍO MATEO, de Haya
El tío Mateo perdió la voz el día que quemaron el bosque. Nadie supo si fue una pérdida repentina, o que simplemente decidió dejar de hablar, porque su voz ya no podía ser contestada por los pájaros que se vieron obligados a emigrar hacia otros árboles.
Y es que el tío Mateo, que en realidad no tenía sobrinos, vivía casi todo el día en el bosque. Era él, quién nos enseñaba a los niños de la aldea, a distinguir las diferentes plantas, el que nos relataba la vida de los animalillos con los que convivía en armonía, el que sabía todos los nombres de los árboles. Los días que no había colegio, todos le seguíamos en sus paseos, para recoger setas en el otoño, o moras, o castañas, o a buscar las fresas silvestres que eran nuestras favoritas.
Aquel fuego provocado por las malas gentes, fue consumiendo al tío Mateo hasta que tomó el aspecto de un duende anciano y bonachón de ojos tristes.
Un día desapareció de la aldea sin dejar rastro. Nunca encontraron su cuerpo, pero hay quien dice que el viento trae a veces el lamento de su voz perdida, el lamento del bosque.