297. MUNDOS EXTINTOS, de Madera 3
Las gotas de lluvia, que hacía una hora había caído, guiaban mis pasos, al caer desde las elevadas copas de los árboles, por una senda de olores a eucalipto. Mis ojos se adentraron en un mundo hasta entonces desconocido. Ante ellos se presentó un lugar con un toque casi divino, donde los sueños fácilmente pueden cobrar sentido y el agua es mejor recibida que el vino.
Allí estaba yo, como si el tiempo se hubiera hace mucho detenido, en un bosque cargado de aromas a tierra, madera y verde, de estar muy vivo.
En resquicios como estos es donde habitan las huidizas hadas de los libros. La paz se siente plena y acude a susurrar en tus oídos, mientras el trino de los pájaros se estructura en un adagio por la madre naturaleza dirigido. El ambiente se carga de dulce perfume a lavanda, si los duendes ese día a tu lado avanzan. No hace falta verlos con los ojos, sobra con el resto de sentidos, pues sus pisadas se sienten juguetonas acompañándote durante todo el camino.
Así me sentí, protagonista de un cuento de abuelos echado en el olvido, inmersa en un mundo que pensaba se había extinguido.
Allí estaba yo, como si el tiempo se hubiera hace mucho detenido, en un bosque cargado de aromas a tierra, madera y verde, de estar muy vivo.
En resquicios como estos es donde habitan las huidizas hadas de los libros. La paz se siente plena y acude a susurrar en tus oídos, mientras el trino de los pájaros se estructura en un adagio por la madre naturaleza dirigido. El ambiente se carga de dulce perfume a lavanda, si los duendes ese día a tu lado avanzan. No hace falta verlos con los ojos, sobra con el resto de sentidos, pues sus pisadas se sienten juguetonas acompañándote durante todo el camino.
Así me sentí, protagonista de un cuento de abuelos echado en el olvido, inmersa en un mundo que pensaba se había extinguido.