115. 3 de marzo de 1938
En esta tierra abandonada de Dios ya no descienden ángeles del cielo. En esta tierra de seca carne y frío en los huesos las nubes ocultan demonios que cada cierto tiempo siembran de escombros y espanto las antiguas calles.
Cuando el niño era niño…
«Siempre es lo mismo» Pensó el miliciano que abrazaba con mimo el envoltorio inmaculado de blanca tela y vasta urdimbre. De entre los pliegues dos pequeños pies descalzos que se negaban a jugar al escondite llevan el compás solemne. Con paso quedo, como para no despertarle, y con el uniforme del silencio se acercó a la madre que esperaba aferrando con fuerza la mano de su hija mayor. La cara de piedra, el llanto amortajado.
El crío escapó de la vida como una liebre cuando al salir de la escuela señaló el sol. Y sus compañeros de juego, asombrados, le siguieron con la mirada.
Sólo queda la memoria.
Aún se repiten las escenas del bombardeo en las pesadillas de las oscuras noches. Al despertar los que hoy ya son mayores recuerdan que esa mañana no abrirá la escuela y como en una ventolera un sentimiento les barre el alma y echan de menos a su maestra.
Quería significar que el párrafo con el que comienzas me ha parecido excelente. Que no sólo te engancha…es que te agarra de las solapas. Un relato que llega desde los recuerdos más amargos de nuestro país. Un saludo.
Muchas gracias Bea por tu comentario. Sólo decir que ese primer párrafo es, sobre todo, el sentimiento telúrico que siempre he vivido en la tierra de mis mayores. Un saludo.