32. YO, ARDILLA, de Rebeco
Paso la mayor parte del tiempo correteando por los troncos de los robles y de las hayas. Me encanta pasar la mañana saltando de copa en copa, emborrachándome con los olores de los pinos. A veces descanso un momento sobre la rama de un abeto para escuchar el canto del petirrojo. Aunque no puedo despistarme y aguzo el oído por si se acerca algún animal no bienvenido. Cuando aprieta el hambre busco bellotas, nueces, cualquier alimento que pueda sacar de la vegetación o que esté caído en el suelo. Lo llevo firmemente entre mis manos de ardilla y ágilmente alcanzo uno de los agujeros que algún pájaro carpintero diseñó para dar cuenta del festín. Tengo unos dientes afilados y largos que pueden abrir cualquier cáscara que recubra los frutos. No se me resiste nada. Después vuelo de árbol en árbol buscando algún amigo para jugar. Y me encuentro felizmente con una comadreja. Ella alaba la forma de mi cola peluda y mullida que me guía en el aire, y yo le cuento las últimas novedades de las alturas.