321. HACHA Y GUADAÑA, de Palosanto 2
El leñador fue al bosque con su hacha y cortó la rama más grande del añoso roble.
Dejó secar la madera y la aserró convirtiéndola en tablas prolijas. Con arte de viejo carpintero construyó un primoroso ataúd. El día que se sintió morir, se acostó lentamente adentro del féretro vestido con el mejor atuendo y tapándose con blanca sábana. Como los días transcurrían y la muerte no llegaba, salió del cajón, quitó la mortaja, comió opíparamente, se puso ropa de trabajo y comenzó a desclavar el cajón. Abandonó las tablas en un rincón y terminó brindando por la alegría de seguir viviendo eternamente.
Cierto día pasó por delante del árbol a medias cercenado y escuchó a una voz cavernaria decir fríamente: —Estoy terminando aquí mi trabajo, pronto iré por ti.
Retornó a la carpintería desesperado. Sintió un sacudón frío, una opresión en el cuello, y mientras huesuda mano lo tomaba por detrás, resonó la voz de ultratumba: —Si nunca me hubieses tentado habrías vivido más tiempo. Pero es justicia; el roble ha muerto en mis brazos lentamente, ahora te toca a ti probar mi guadaña filosa.
Las tablas del rincón habían comenzado a brotar por extraño prodigio de la vida.
Me gustó la historia. Suceden muchas cosas en poco espacio. Imaginé el bosque viendo todo y me quedé meditando acerca de la soberbia humana. ¿Quién eres? Acaso un día tenga ese dato. Escribes bien.
M. Marcó del Pont
M. Marcó del Pont, agradezco tus palabras que son aliento para seguir escribiendo.
Soy Miguel Pizzio, de la Sociedad Argentina de Escritores. Vivo en Buenos Aires.
¿Quién eres tú? Mi saludo para ti.
markowaluk@yahoo.com.ar
es un buen relato
Julián: agradezco tu comentario.
Soy Miguel Pizzio, de Buenos Aires.
markowaluk@yahoo.com.ar
Mi saludo cordial.