322. PALESTRA, de Zarzamora
En el claro del bosque un anciano hacía huellas en la tierra .
El cuervo que hacía rato observaba le gritó ¿para qué las haces?
El hombre sin mirarlo contestó… Sembraré semillas de mañanas.
Te la va-mos-a-co-me-er canturreó el cuervo…
No, respondió el hombre, a ustedes “Dios los alimenta, pero no les deja la comida aquí…”
Viejo, sabes por qué a la caída del sol, los árboles se apilan uno sobre otro y no crecen en altura ni en peso.
Porque no depende de ellas, sino de la mano que hace girar el sol, le retrucó el hombre.
Así pasaron horas, uno dando pie y el otro contestando.
Al atardecer el anciano se sentó sobre el tronco caído a saborear un mendrugo de pan.
El cuervo sigilosamente se le acercó, tramando nuevo combate.
El anciano mirándolo dulcemente le tendió la mano colmada con semillas -las que el cuervo rechazó-, luego le preguntó: Amigo ¿quieres saber, lo que yo tengo de ti y lo que tienes tú de mi?
Dicen que aún suelen ver al anciano desgarrar la piel de la tierra y a un cuervo colocar en ellas semillas… Y que a veces… intercambian sus puestos.