331. LA DAMA DEL BOSQUE, de Driada 2
El Sol empezaba a inclinarse sobre el hemisferio septentrional. En las elevadas colinas, el frondoso bosque olvidaba la gama de colores verdes del pasado verano.
De la profunda y obscura agua del lago del bosque, emergió una dama de vaporoso vestido y grácil figura. Elevó sus brazos hacia arriba y ordenó a invisibles águilas que desplegasen en el cielo blancas sábanas. El bosque perdió luz, y los pájaros moradores dejaron de cantar. Bajó los brazos lentamente, y cuando estaban a la altura de los hombros, los abrió, como si de un abanico se tratara, hasta dejarlos colocados en forma de cruz. Una brisa de montaña se desplazó entre las ramas de los robles, las hayas, los castaños y los nogales, transformando los pigmentos verdes en tintes de oro, cobre y rubí. El suelo quedó cubierto por una alfombra ámbar que borró los caminos. La señora de la espesura se elevó hasta acariciar las algodonosas nubes. De inmediato, una lluvia fina comenzó a descender. El agua y la hojarasca se fundieron en un néctar que el terreno bebió.
Un nuevo ciclo comenzaba a nacer, la dama del bosque, o la naturaleza, otra vez lo había hecho posible.