334. LOS NÚMEROS, de El Cuervo
El bosque es nuestro. Inconsciente y aparentemente caótico, su albedrío está sujeto a nuestras leyes. En realidad, impera tanta disciplina como en un ejército y sus árboles están tan ordenados como soldados en formación. Qué ilusión de libertad, qué espejismo de caos… Su crecimiento y el crecimiento de cada uno de sus árboles están íntimamente determinados por la constante de Napier. Las abejas que lo polinizan cumplen precisamente la sucesión de Fibonacci. La Ley de Ludwig predispone la disposición de los pétalos de sus flores. La relación entre el grosor de sus ramas y el tronco de un pino cumple la razón aurea, así como la distribución de la hojas en los tallos, la distancia entre las espirales de sus piñas o la espiras de la concha espiralada del caracol con lo corroe. Como una confabulación cósmica el secreto de los números determina fatalmente el bosque, su funcionamiento es mecánico como un reloj. Tan inconsciente como el bosque es el leñador que lo tala con su hacha, no sabe que él también está prefijado y que un número determina su destino.