338. SIN MIRAR ATRÁS, de Duendecilla
Pronto llegaría la hora. Unos minutos más y sería libre. Se iría de aquella casa a la que nunca había pertenecido y donde nunca la habían querido. Con la mochila donde llevaba todas sus pertenencias colgada de un hombro, comenzó a bajar las escaleras justo cuando el reloj del salón empezó a sonar. Doce golpes de sonido que la sacarían por fin de la miseria y el abandono sufrido durante años. Cruzó el salón y sólo se detuvo a la altura de la puerta principal para echar un vistazo fugaz a la casa. Definitivamente no iba a echar nada de menos. Una vez cerró la puerta, echó a correr con todas sus fuerzas, se escondería en el bosque. Cuando ya se había adentrado lo suficiente y los árboles la rodearon, empezó a sentirse segura. Lo había hecho. Se había ido. Después de tantos años ignorada y maltratada con desprecio ahora podía dejarlo todo atrás. Buscó un lugar a cubierto. Había un árbol con una rama gruesa y baja, él la protegería. Se acurrucó apoyada en la mochila y fue la primera noche que se durmió con una sonrisa en la boca.