357. LA LUZ MALA, de Montaraz
Contaba mi abuelo que a finales del siglo diecinueve, sus padres llegaron desde un lejano país, se establecieron en la margen Argentina del río Uruguay.
Soledad, bosques impenetrables y animales salvajes
La vida era dura, había que desmontar para poder sembrar, el único pueblito estaba allende el bosque, para cruzarlo se contaba con una pequeña huella que llamaban “picada”.
El único medio de transporte era un pesado carro y dos bueyes.
Eran tierras vírgenes y escasamente pobladas, los nativos que aseguraban que en el monte había luces malas.(Hoy se atribuyen a gases fósiles).
El padre enfermó con altas fiebres, la madre con valentía ató las bestias al carro y junto a sus hijos emprendió el cruce del oscuro y tenebroso bosque camino del pueblo, centelleaban en la oscuridad los ojos de pumas y zorros.
A poco de andar una brillante luz brincaba delante de los bueyes señalando el camino, así hasta divisar el pueblo.
Pasó una semana y curado el padre debían regresar, ahora el camino era a la inversa y volvió la luz a acompañarlos hasta el patio de su casa.
La gente era supersticiosa y temía, ellos nunca se atrevieron a contar ese extraño hecho.