38. NOVIAS DE FOTOGRAFÍA (Ginette Gilart)
Después de una travesía que se hizo eterna y no sin contratiempos, por fin el barco entró en la bahía de San Francisco. Hacía semanas que mis compañeras de viaje y yo habíamos dejado nuestro Japón natal para ir al encuentro de los que serían nuestros futuros maridos, durmiendo hacinadas en camastros en la entrecubierta. Al llegar al puerto nos instaron a bajar rápidamente; con mi petate en una mano y la foto de mi prometido en la otra descendí por la pasarela mirando el muelle donde una masa de hombres esperaban impacientes.
Por medio de un megáfono clamaban los nombres de las pasajeras para que acudieran al control: «Yoshiko Omiya, Hana Uchida…, Shizuko Kudoh». Al oír mi nombre me dirigí al puesto a entregar mi documentación. Fue entonces cuando me presentaron a mi novio.
Un anciano desdentado, arrugado como una uva pasa, que por lo menos me doblaba la edad, se acercó a mí con ademán de ayudarme. Nada que ver con el joven apuesto de la fotografía que posaba ante un flamante coche.
Las parejas concertadas de antemano no tienen porqué funcionar, de hecho, cuentan con muchas papeletas para el fracaso. La falta de referencias suficientes convierte esa posible relación en un riesgo o una carambola. Si incluso con cercanía los intentos de unión no siempre funcionan, la distancia lo hace todo más difícil, más bien irreal, como ha tenido ocasión de comprobar esta pobre joven, víctima de una fotografía que fue pura publicidad engañosa.
Las imágenes pueden ser poderosas, a veces más que las palabras, pero también está claro que el papel no siempre tiene consistencia suficiente para soportar la realidad, al que dejas bien patente en tu relato.
Un abrazo y suerte, Ginette.