397. MI ÁNGEL PROTECTOR, de Luciérnaga 3
La frigidez del bosque alcanzaba con pudor mi corazón.
Perdida en las lejanías e íntegramente desorientada, caminaba sobre el rociado musgo que cubría la tierra, buscando desesperadamente el rocoso alcorce del que me había desviado.
El miedo se extendía cada vez más en mi ser, y cada minuto que pasaba olvidada en aquel tétrico y sombrío lugar, más temor sentía mi desdichado corazón.
El aullido de los animales resonaba como un eco explayándose a mi alrededor y la luna, demasiado joven todavía para irradiar su esplendor, vigilaba cada paso que daba desde el hermoso firmamento.
De pronto, pude divisar entre la aglomeración de arboles un centelleo que chisporroteaba con gracia en la tenebrosa oscuridad. Corrí hacia el, intentando eludir el pánico y conservando la esperanza.
El provenir de aquel pequeño centelleo resultó ser una pequeña luciérnaga, que fulgurante, volaba a mi alrededor iluminando una diminuta porción del terreno.
Sentí la desesperación y la locura apoderarse de mi y grité con ansia intentando ser escuchada. La luciérnaga cesó su vuelo y se posó. Presa del delirio supliqué a aquel animalito que me mostrará el camino de vuelta y que me guiara con su luz.
La luciérnaga, mi ángel protector, obedeció.
Perdida en las lejanías e íntegramente desorientada, caminaba sobre el rociado musgo que cubría la tierra, buscando desesperadamente el rocoso alcorce del que me había desviado.
El miedo se extendía cada vez más en mi ser, y cada minuto que pasaba olvidada en aquel tétrico y sombrío lugar, más temor sentía mi desdichado corazón.
El aullido de los animales resonaba como un eco explayándose a mi alrededor y la luna, demasiado joven todavía para irradiar su esplendor, vigilaba cada paso que daba desde el hermoso firmamento.
De pronto, pude divisar entre la aglomeración de arboles un centelleo que chisporroteaba con gracia en la tenebrosa oscuridad. Corrí hacia el, intentando eludir el pánico y conservando la esperanza.
El provenir de aquel pequeño centelleo resultó ser una pequeña luciérnaga, que fulgurante, volaba a mi alrededor iluminando una diminuta porción del terreno.
Sentí la desesperación y la locura apoderarse de mi y grité con ansia intentando ser escuchada. La luciérnaga cesó su vuelo y se posó. Presa del delirio supliqué a aquel animalito que me mostrará el camino de vuelta y que me guiara con su luz.
La luciérnaga, mi ángel protector, obedeció.