40. Mafias
El conductor se detiene cuando los faros de su camión iluminan el control dispuesto en la carretera. Desciende de la cabina acompañado de una retahíla de palabras incomprensibles, y ni siquiera el temor a los uniformes de policía extranjeros lo hace callar, pero enmudece de inmediato al ver cómo forzamos las puertas del tráiler que simula ser un furgón frigorífico.
Dentro hay varias familias con sus escasas pertenencias, las que han podido pagar a las mafias de su país por una promesa, e idénticas a las que hemos interceptado en otras ocasiones. Les ofrecemos agua, aunque me muestro preocupado por que tres bebés, cinco niños y seis chiquillas casi adolescentes que descubro a la luz de la linterna puedan acabar deshidratados. Ordeno que los lleven a nuestros vehículos e indico por señas al conductor que nos siga. Nadie alza la voz. La noche y nuestra autoridad siempre imponen respeto.
En este inmenso negocio de los traslados clandestinos solo podemos actuar, como hoy, evitando complicaciones, si nuestro contacto averigua la ruta. Mientras aceleramos calculo el beneficio que supondrá vender la mercancía conseguida otra vez con unos falsos uniformes. Por el espejo retrovisor el camión se hace más y más pequeño.
Mafias que se aprovechan de la gente, organizaciones dañinas que engañan a las propias mafias y, siempre, en el medio, pobres inocentes que pagan las consecuencias de una situación en su tierra que no han buscado, al albur de personas sin escrúpulos que tratan de exprimirlos en su desgracia. Esto en cuanto al mensaje que transmite tu relato, pero lo magistral es la manera de hacerlo, con esa narración en la que los rescatadores, dotados de un halo de autoridad, aquellos cuyo trabajo es imponer algo de orden en ese caos injusto, son también indeseables disfrazados. En ningún momento puede sospecharse el desenlace final.
Un abrazo y suerte, Rafa
Muchas gracias por tu comentario, Ángel. Hay humanos que solo tienen eso de nombre, y me temo que nunca van a cambiar. Este relato está basado en una noticia que hacía referencia al número de niños desaparecidos entre los refugiados desde que empezaron los éxodos masivos. Y da realmente miedo.
Un abrazo para ti, también.
Has conseguido con esa perfecta narración, habitual en ti, y ese final magistral, que la indignación y el asco hacia las mafias que trafican con inocentes se eleven a la categoría de nausea.
Como le comento a Ángel, asusta el número de niños de los que no se sabe nada, y eso sólo entre los refugiados oficialmente contabilizados. Me gustaría pensar que nada de lo que he imaginado, o historias similares, pasa en realidad. Quizá solo soy un poco ingenuo.
Muchísimas gracias por tu comentario tan amable, Edita, y un abrazo igual de amable y cariñoso que te haga desaparecer toda tu indignación.
Has conseguido sorprenderme con el final, parece que soy bastante ingenua y me imaginaba un final feliz. No todo el mundo es bueno. Muy bueno. Un beso.
Ojalá en la vida real, y en situaciones similares, el final fuera siempre feliz, con castigo a todos los responsables, además. Quizá algún día lo veamos (¿o el ingenuo soy yo?).
Muchas gracias por tu lectura y por tu comentario, Maite, y un abrazo de regalo.