40. Trasplantado
Abrí con ansia el primer paquete de mis padres. Podía verse la mano de papá en el derroche de cinta adhesiva; la de mamá en la cuidada caligrafía de la dirección. Dentro había un poco de todo. La abuela me mandaba un sobre con dinero, mi hermana, algo de ropa y cintas de música, y el resto lo componían embutidos y conservas caseras, además de algunos enseres, diversas cosas que yo les había pedido y, por último, una “misteriosa” bolsa de tela. En una etiqueta adherida a esta, decía: «Semillas de trébol».
Había muchas. Decidí sembrar un puñado en las macetas del balcón, y regalé luego parte de ellas a doña Carmen, la casera, que me trataba como a un hijo, y a Juan, el panadero, que me regalaba un bollito cada mañana. Reservé también una buena cantidad que al día siguiente fui esparciendo por los parques y jardines que encontraba en mi ruta hasta el campus de la universidad. Allí sacudí en el césped las que quedaban. Añoraba lo indecible mi vida en el pueblo. Y más todavía a mi familia. Pero, si el clima y la suerte me eran propicios, pronto empezaría a echar raíces en la ciudad.
En estos tiempos de país vaciado, un hecho del que tanto se habla y parece imparable, un joven completa su formación en una gran ciudad, donde se le abre, en principio, un mundo de posibilidades.
En el paquete que recibe de su familia hay amor, añoranza y deseo de que salga adelante. Como esas simientes que le envían, él no deja de ser también una semilla, un proyecto, que puede enraizar o no.
Un relato que nos muestra unos inicios un tanto obligados para muchos jóvenes, que han de dejar el entorno que les es propio si quieren intentar que su mundo se amplíe. El símil del título es muy acorde con la idea del trasplante: un organismo vivo cambia de lugar para crecer y expandirse, para mejorar, en suma, solo que una persona es más compleja que una planta, tiene sentimientos, afectos y recuerdos, ha de aprender a vivir con todo ello, a hacer borrón y cuenta nueva con lo vivido para adentrarse en un camino nuevo.
Un relato sencillo a la vez que profundo, que describe una realidad muy actual y en el que seguro que muchos jóvenes y familias pueden verse reflejados.
Un abrazo y suerte, Enrique
Me gustó mucho. Suerte, Enrique
Sonrisas mil
El problema del abandono de las zonas rurales tratado con sensibilidad y un toque nostálgico en todo lo que representa el ayer del protagonista, y que posiblemente nunca olvidará desde el establecimiento en su nuevo destino a muchos kilómetros de allí.
Un abrazo virtual, Enrique.
Muchas gracias, María Jesús. Creo que sobre todo son los sentimientos y la necesidad lo que nos mueve y que en ocasiones, como en el relato, unos y otra se contraponen. Quiero pensar que una vez realizada su formación el chico tenga posibilidades de establecerse de nuevo en su pueblo y llevar a cabo allí su profesión. Un abrazo.
Hola, Ángel. No veo hoy el modo de responderte en el lugar debido. Nada que añadir a tu comentario. Como de costumbre, va mucho más allá que mi intención al escribir el relato. La vida rural tiene alicientes de sobra para que los que la eligen sean felices. Ojalá algún día los pueblos pequeños ofrezcan los servicios y la seguridad necesarios para que la gente joven los elija sin temor para establecerse y crear una familia. Me encanta, entre otras cosas, el símil que haces entre este niño y una semilla. Muchas gracias por todo, amigo. Un fuerte abrazo.
Hola, Manuela. Siento no poder poner mi comentario en el lugar oportuno. Muchas gracias por tu visita. Me han alegrado tus palabras. Mil sonrisas también para ti. Un abrazo.
Con cuánto amor le envía el paquete la familia y con cuánta sabiduría reparte el protagonista las semillas de trébol. Sin duda, se sentirá como en casa mientras dura su etapa de formación pensando, quizá, en volver.
Un micro precioso, Enrique.
Un abrazo.
«Donde haya lumbre y vino tengo mi hogar», cantaba Serrat en «Vagabundear», y este chico parece estar sentando las bases para añorar con menos dolor el que dejó atrás. Claro que además de su buena actitud le está acompañando la suerte de contar con el amor de los suyos y de otros que de algún modo van a remedar su papel en la ciudad. Muchas gracias por todo, Carmen. Un abrazo.