Tomé la salida de la autovía en una decisión repentina, fascinado por la mancha rojiza del sol poniente sobre la ladera arbolada. Aparqué el coche en un pueblecito y me adentré en el bosque por un sendero, atento a la luz irreal, mágica, que se filtraba entre las copas de los robles. Descubrí que el horario es un invento urbano cuando la noche me sorprendió sin noción del tiempo. Más allá de las sombras atisbé un brillo amarillento y minúsculo, probablemente el rectángulo de un hueco en un lejano edificio. Me acerqué con la esperanza de que alguien tuviera a bien transportarme hasta el pueblecito. Nada más abrirme la puerta, la dueña de la casa me dijo, como si aguardara mi visita, que uno de los apartamentos estaba libre y preparado. Acepté, ¿cómo no hacerlo, ni dejarse agasajar con una buena cena? Más tarde, a solas en la habitación, probé la cama con esa consciencia recién estrenada de un niño que por primera vez se tumba en una cama como dios manda. En la mesilla había un librito que hojeé, veinte breves relatos en el índice. Escogí uno al azar: «Tomé la salida de la autovía en una decisión repentina…»
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Enhorabuena por tu ingenio Hojarasca. Me ha gustado este relato.
Es bueno.